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viernes 19, abril 2024

Asociación de Vecinos San Miguel. Juntos por Anleo

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Hace treinta y ocho años, cuando las aldeas del occidente asturiano se hallaban en un estado de abandono general, nació en Anleo un colectivo dispuesto a conseguir mejoras para el pueblo: la Asociación de Vecinos San Miguel. Hoy día sigue insistiendo en esta tarea.

Vista de Anleo (Navia)
Vista de Anleo / Foto: Fusión Asturias

Hace apenas unos meses Justo García publicó el libro ‘Anleo, un pueblo escogido’, en el que contaba la historia de su pueblo natal a través de una recopilación de fotografías antiguas. Los vecinos de la parroquia pudieron retroceder visualmente en el tiempo y recordar épocas anteriores. Para Alejandro Méndez Lodos, presidente de la Asociación de Vecinos San Miguel, «la iniciativa de Justo fue muy bien recibida porque nos hizo recordar cómo era la vida en el pueblo y también a aquellos vecinos que ya no están con nosotros».
Méndez recuerda perfectamente épocas anteriores en los que recién inaugurada la democracia las aldeas no contaban con los servicios básicos, no existía el alumbrado público y la única comunicación posible era a través de caminos de tierra. Por eso, junto con otros vecinos decidieron crear en el año 1979 una asociación de vecinos que luchase por conseguir mejoras en el medio rural. » Lo primero que hicimos fue techar y recuperar unas antiguas escuelas que se estaban cayendo, después solicitamos un maestro para que los niños pudieran escolarizarse en el pueblo y no tener que desplazarse hasta Navia».

La inauguración de las piscinas en el año 1996 fue todo un acontecimiento social para el pueblo de Anleo.

A partir de ese momento el colectivo se puso manos a la obra para pedir subvenciones a la administración local. Entre los logros más destacados está la construcción del área recreativa de Santa Lucía, aunque la de mayor envergadura es sin duda la construcción de la sede social, donde se instaló un telecentro que fue pionero en la zona y una cafetería que hace las veces de salón social. El complejo incluye también una piscina al aire libre, la única de este tipo en el concejo de Navia y en concejos cercanos. En la consecución de estos objetivos tiene una parte importante la relación que el colectivo mantiene con la empresa Reny Picot. La multinacional láctea mantiene una relación modélica con el pueblo en el que se ha instalado desde hace varios años. «Hay que reconocer, añade Méndez, que colaboran en todo aquello que necesitamos. Próximamente nos van a apoyar en la construcción de un nuevo centro social, ya que la cafetería se ha quedado pequeña para mantener cierto tipo de reuniones». El proyecto contempla la construcción de una nave de aproximadamente doscientos metros cuadrados donde los vecinos podrán realizar todo tipo de actividades sin problemas de espacio, cursos de gimnasia, reuniones y asambleas, etc.
Los proyectos nuevos alimentan a este colectivo que entre sus prioridades también contempla la renovación de la junta directiva. «Después de tantos años al frente de la Asociación pretendemos dar el relevo a la juventud, pero antes queremos escriturar a nombre de la Asociación los terrenos y bienes que tenemos a nuestro cargo. Algunos como el complejo social tienen un alto valor económico».
Mientras tanto, la actual directiva sigue programando excursiones y talleres para sus vecinos y las actividades habituales como la Festividad de Reyes, las fiestas de carnaval, la raponada de San Xuan, el magosto de Santa Lucía y una entrañable comida de vecindad en la cual el colectivo homenajea al socio y al vecino de más edad.

El luthier de AnleoCuando era niño, escuchando la radio, le cautivó el sonido de un instrumento que no supo identificar. Años más tarde, gracias a la televisión descubrió que era un arpa. Ahí nació una historia de amor que se mantiene hasta el día de hoy.

Alejandro García, luthier de Anleo (Navia)
Alejandro García /Foto: Fusión Asturias
Alejandro García Vázquez vive en Anleo, allí es conocido como el artesano de la madera que hace instrumentos de cuerda. «Mi padre hacía muebles, solía trabajar por las noches y me llevaba con él. Yo le miraba y así aprendí los trucos de la madera». Pasó gran parte de su infancia escuchando a los grupos sudamericanos de los años 50. «Tendría doce años cuando vi por primera vez un arpa en la tele. Y cuando años más tarde pude ver una en directo pensé que no iba a tener problema en hacerla. Era una época en la que España estaba cerrada al exterior y no podías importar nada, así que si querías algo tenías que hacerlo tú mismo». Y así fue. Aprendió a tocar el piano y el arpa y combinaba su trabajo en la fábrica de Reny Picot con buscar información sobre los instrumentos que quería reproducir, llamaba a las embajadas de los países y se carteaba con ellas. La primera obra fue un arpa paraguaya, «la hice de pequeño tamaño para ver si era capaz, fabriqué hasta las cuerdas, luego ya seguí con arpas venezolanas, celtas, etc».
El salón de su casa es una pequeña exposición de su trabajo, allí es posible encontrar un violín hindú, varios charangos y arpas de distintos países que armonizan con un piano y con algunos instrumentos que le han regalado quienes conocen su afición. Es una parte mínima porque la mayor parte de su trabajo está embalado por cuestión de espacio, «y el taller ya se me está quedando pequeño».
Alejandro es también un gran conocedor de la historia del arpa, un instrumento muy común en España hasta la Edad Media y que habitualmente tocaban las mujeres. «La Inquisición no vio bien que las mujeres tocasen un instrumento que se apoyaba en sus piernas, y determinó que aquello era pecado. En España prácticamente desapareció, pero los jesuitas la llevaron a Sudamérica y allí triunfó».
Precisamente, entre las arpas que decoran su casa se encuentra una reproducción exacta del arpa que llevaron los colonizadores españoles, «es la misma que sale en el cuadro de La adoración de los pastores, de Zurbarán».
Utiliza madera de abeto alemán para hacer las tapas de resonancia, y nogal o mongoy para otras partes del instrumento. «En general vale la familia del pino, pero la madera para la tapa de resonancia tiene que tener el veteado adecuado, el corte ha de ser perfecto porque es la parte más importante para la sonorización».
El artesano de Anleo confiesa que una vez terminado el instrumento se mantiene expectante hasta poder comprobar el resultado, «con maderas exactamente iguales pueden salir sonidos muy diferentes, y las arpas una vez terminadas pueden tardar hasta dos meses en estabilizarse porque las colas se van endureciendo». Alejandro ya es adicto a esta incertidumbre que afortunadamente seguirá desentrañando en cuanto se recupere de una lesión en las manos.

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