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viernes 19, abril 2024

Amelia Carro. Cardióloga. Medicina del (y con) corazón.

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Quiere sacar la cardiología de los hospitales, trabajando en prevención para no tener que llegar a intervenir, y educando para evitar que las enfermedades ‘esclavicen’ al paciente. De ahí que, tras trabajar en Londres y Barcelona decidiese volver a su Asturias natal para crear el Instituto Corvilud: corazón, vida y salud.
Ahora ejerce como cardióloga en el Hospital de Jove, pero siempre sin perder lo que ella llama su ‘espíritu Corvilud’: estar accesible más allá de la estructura rígida de una consulta, promover esos hábitos saludables allá donde va. Más que curar, enseña a no enfermar.

-Estar entre los mejores médicos de España no es poca cosa: acaba de ser elegida segunda mejor cardióloga en los premios Doctoralia 2015.
-Bueno, por poner un símil, Doctoralia es como un Trip Advisor de médicos: estoy entre los mejores de los que estábamos para valorar, que no somos todos. Pero sí es gratificante, sobre todo porque se valora mucho la opinión de los pacientes. Y estamos acostumbrados a que se mire el currículum y una serie de cosas que son importante pero quizá no tanto, como las publicaciones o si has estado en un hospital más o menos puntero; en vez de si lo que haces le llega al paciente, si conoce su enfermedad, si considera que está bien informado.

«Los médicos hacemos historias clínicas que son eso: historias. Enfrentarte a una nueva es una aventura, porque detrás de cada paciente hay un mundo»

-Maneja un concepto de salud diferente al que estamos acostumbrados.
-Es que estamos muy mal acostumbrados. Ves a gente que no se cuida nada, pero muchas veces no es porque no quiera sino porque tiene unos hábitos de vida totalmente disfuncionales. Viene gente que te dice «es que en mi familia somos todos de hueso ancho», pero no puede ser que una obesidad en el marido y la mujer tenga el mismo origen genético, más bien es que en la familia no se cuidan como deben.
Hay que hacer cambios, y desde luego tienen que ser voluntarios, porque mi labor no es ser policía. La gente tiene que poder decidir sobre su salud y yo respeto al que quiere seguir fumando y no se va a tomar medicación, pero tampoco voy a ser cómplice.

¿Hace falta educación?
-Sí, pero es que la consulta de cardiología tampoco es el lugar para eso. Por ejemplo, estoy colaborando con el proyecto Mimokids, dirigido a niños. Porque se ha visto que el mayor estímulo para que un padre deje de fumar, por ejemplo, no es que se lo diga el médico, ni su mujer, ni un amigo, sino su hijo. Y que los niños aprendan hábitos de vida saludables, y pidan un bocadillo de jamón en vez del bollicao de la merienda, hace que se modifiquen cosas en las familias.

-¿Realmente conocemos las pautas saludables?
-A ver, a mí me vienen mujeres que me dicen «pero si yo no como nada». Y es verdad que no hacen un almuerzo o no cenan, pero luego pican frutos secos, van la cafetería y se toman su cachito de empanada y el mordisco de la de al lado… el sumatorio al final del día se nota. Y no: si haces las comidas en su momento no necesitas picar entre horas para matar el hambre.
Los malos hábitos en la alimentación son especialmente preocupantes en los niños, porque estamos viendo muchos casos de malnutrición infantil por sobrenutrición: obesidades patológicas, características de cocacola y macdonalds. Tienen un riesgo cardiovascular altísimo, y son siempre siempre por malos hábitos.

«El deporte extremo de larga duración es como tener una hipertensión durante mucho tiempo, es una sobrecarga que se le pone al cuerpo. No le damos al cuerpo el descanso que necesita, y eso tiene unas consecuencias que pueden ser graves»

-Su especialidad es medicina deportiva, otro tema a tener en cuenta. ¿Los malos hábitos vienen por exceso y por defecto?
-Yo veo los dos extremos. Veo gente muy sedentaria, que pone como excusa que no encuentra el momento para hacer deporte. Cuando simplemente con aparcar el coche dos manzanas más allá y subir a pie los dos pisos de tu casa, no es lo ideal, pero algo estás haciendo.
Y por otro lado está la gente que realmente tiene muy poco tiempo y se fuerza. Yo me los encuentro cuando voy a trabajar, a las siete de la mañana están con el frontal corriendo o en bicicleta. Y luego ves síntomas de claro sobreentrenamiento, que es algo muy grave. Estamos hablando de gente que necesita reeducación tanto en el ejercicio como en la nutrición, y suelen tener una psicopatología de base, muchas veces ansiedad o trastornos del ánimo que llegan a necesitar medicación psiquiátrica. Es una adicción más.

-He leído una reflexión suya: hay quien se gasta 3.000 euros en una bicicleta pero regatea 90 euros para una prueba de esfuerzo.
-¡Es que esto es muy hiriente! Si tú vas conduciendo y el motor suena mal, vas al taller enseguida. Pero hay quien va corriendo, nota una molestia y aguanta, y aguanta, y aguanta. Y luego te llaman «mire, es que llevo cuatro meses con palpitaciones, ¿cuánto cuesta una consulta?» Les dices el precio ¡y muchos no la hacen! Yo desde luego pienso que no se le debe negar la consulta a nadie y que la sanidad debe ser gratuita, pero en el caso de que no lo sea hay que tener una escala de valores.

-Se han puesto de moda los deportes «extremos». ¿Eso tiene un precio en la salud?
-Sí. Yo trabajo con el grupo que lleva la Maratón de Londres, y allí está el doctor Sanjay Sharma, que todos los años prepara una charla que dice «Deporte: ¿demasiado de algo bueno?». En ella explica las consecuencias del deporte extremo de larga duración: es como tener una hipertensión durante mucho tiempo, es una sobrecarga que en vez de venir de fuera por una enfermedad, se la pones tú al cuerpo. El cuerpo también necesita descanso, y no se lo damos. Y la gente te lo intenta razonar: «yo controlo mi frecuencia cardíaca y tengo reservas porque me llevo unas chocolatinas». Vamos a ver: yo he hecho una carrera de seis años, he seguido mi formación, llevo diez años trabajando, y todavía no entiendo bien cómo funciona el metabolismo. Y te viene uno con un artículo que ha encontrado en Google y cree que ya se lo sabe. En fin, son modas. Pero ésta la vamos a pagar cara, yo ya estoy viendo cosas graves.

«Estamos muy mal acostumbrados. Ves a gente que no se cuida nada, muchas veces no porque no quiera sino porque tiene unos hábitos de vida totalmente disfuncionales»

-El corazón siempre se ha ligado con temas emocionales. ¿Cuánto influye el factor psicológico a la hora de enfermar?
-Cuando el corazón enferma, si tú miras tres meses atrás, siempre ha habido una circunstancia en la vida del paciente. Evidentemente el colesterol ya estaba ahí, pero existe un desencadenante que provoca el infarto. Puede ser laboral, económico familiar, una mudanza que aumenta el estrés… Siempre hay una relación cuerpo-mente. Es muy importante tener en cuenta esto, porque si sólo tratamos infartos con muelles y medicación no estamos previniendo un problema que puede seguir ahí y por tanto se va a repetir.

-Habla también de «evitar la esclavitud» de la enfermedad.
-Cuando el paciente ha tenido un problema va a necesitar hacer una vida más saludable, pero no puede ser que eso se convierta en un castigo. Tiene que asumirlo como un cambio positivo, descubrir que quizá hacer ejercicio no es aburrido, que comer puede ser saludable y que puede salir igual con amigos y beber algo… puede seguir haciendo muchísimas cosas, pero distintas. Volvemos a la relación cuerpo-mente: si están instalados en el catastrofismo no van a estar bien. Y desde luego no merece la pena someterse a un tratamiento para no disfrutar de la vida.

-¿Qué importancia tiene la empatía en la relación médico-paciente?
-A mí me gusta mucho explicar las cosas, ponerlas con sus palabras, usar dibujos, enseñarles la figura de un corazón… Creo que eso es algo que valora el paciente, que te pongas a su altura y no marques distancias detrás de una mesa. Yo les hago muchas preguntas: ¿qué hace en un día normal? ¿quién hace la compra? ¿cuántas horas duerme? Porque para saber lo que hay que hacer tenemos que conocer de dónde partimos. Recuerdo a una mujer que me contó lo que hacía y yo le dije «bueno, si usted es feliz…» y se me echó a llorar: «llevo tres años de médicos y nadie me había preguntado esto». Y quizá era ésa la clave, porque a partir de ahí puedes abordar el tema.
Los médicos hacemos historias clínicas que son eso: historias. Enfrentarte a una nueva es una aventura, es como empezar un libro nuevo porque detrás de cada paciente hay un mundo, y si puedes sacarle jugo es maravilloso, podrás ayudarle y se generará muchísima empatía entre los dos.

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