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viernes 29, marzo 2024

Viejas y nuevas pandemias

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Nos hemos educado en el temor a las pandemias desde tiempos inmemoriales, si bien la era de la ciencia ficción, su reflejo en las producciones cinematográficas y la conciencia de vivir en un mundo global fuertemente interconectado, han ampliado el miedo reverencial a una enfermedad incurable de proporciones planetarias, como ha sucedido este verano a raíz de la epidemia de ébola en el África Occidental.

En absoluto es nueva la inquietud, natural y comprensible en nuestra frágil naturaleza, hacia el azote de las enfermedades contagiosas. De hecho, aunque hoy parezca cosa de un pasado remoto –y desde luego, no lo es tanto-, el paso de las plagas por nuestra historia ha labrado nuestro paisaje urbano, lazaretos, cementerios, puertas y murallas incluidos; ha influido decisivamente en el tablero geopolítico, ya sea en la caída de Bizancio o en la Paz de Wetsfalia; ha dejado su huella en tradiciones, rogativas y santoral, como acredita, por poner una muestra cercana, la popularidad en Asturias de San Roque, asociada a su protección frente a la peste; ha afectado a la forma de construir o de proteger los edificios, por ejemplo la encaladura de tantas y tantas iglesias, ocultando en no pocas ocasiones pinturas murales; y, por supuesto, ha tenido una prolija recreación artística y literaria de las calamidades, ya sea de forma descriptiva de los comportamientos ante la desgracia y de la respuesta individual y colectiva, como en «Diario del año de la peste», de Dafoe, ficción realista sobre la ocurrida en Londres en 1665, o como alegoría de las distintas actitudes de las personas ante la adversidad colectiva más terrible, como en «La peste» de Camus, en la que, dibujando el escenario de una imaginada plaga en Orán, contrastan los comportamientos conscientes y valerosos, aún con sus flaquezas, como el de Bernard Rieux, frente al de aquellos que encuentran en el padecimiento común el disfraz de sus desdichas, como Cottard. Es humano y comprensible, en suma, que aflore la inquietud, por irracional y atávica que sea, incluso en estos tiempos de confianza en los avances médicos, de convicción en la capacidad organizativa de nuestras sociedades para afrontar los embates de esta categoría, y, en definitiva, de esperanza en que podremos recorrer nuestra vida sin atravesar la prueba de una pandemia de dimensiones catastróficas.

Condenar al olvido a una región entera, carcomida por la pobreza y las recientes guerras civiles en la pugna por los recursos, siempre trae consecuencias que alcanzan más allá de la desgracia de la población de esa parte del mundo.

La enseñanza de lo acontecido estas semanas parece clara, al apreciar que condenar al olvido a una región entera, carcomida por la pobreza y las recientes guerras civiles en la pugna por los recursos, siempre trae consecuencias que alcanzan más allá de la desgracia de la población de esa parte del mundo, como es en este caso el surgimiento de una epidemia abonada por la miseria y la falta de condiciones de vida dignas (acceso a agua potable, saneamiento, alimentación adecuada, recursos sanitarios, etc.) y que acaba derivando en una situación de alarma global ante una patología que de momento no tiene vacuna. También la experiencia nos sirve para constatar, una vez más, que, agotado el fogonazo informativo inicial y atemperados los temores, la epidemia ha pasado a un segundo plano o directamente ha desaparecido de los telediarios aunque continúe causando estragos en Liberia, Sierra Leona y Guinea Conakry. Y, en clave estrictamente nacional, para valorar, incluso desde el utilitarismo más elemental, que haber plegado velas en la extensión universal de las prestaciones sanitarias para volver al criterio del aseguramiento, que deja sin cobertura a quien sea ajeno al sistema de previsión, empezando por los inmigrantes en situación administrativa irregular, no es en absoluto defendible ni inteligente en términos de protección de la salud pública, ya que para garantizar una cierta tranquilidad en la prevención y el control de posibles epidemias globales de esta clase es necesario que todas las personas puedan tener a su disposición el acceso efectivo a la atención médica continuada.

 

 

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