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viernes 19, abril 2024

Los milagros, a Fátima

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No hubo milagro, claro, el Sporting consumó el descenso de categoría. Los futbolistas, como los malos estudiantes, dejaron los deberes para última hora y llegaron tarde. Fueyo, el capellán expulsado del vestuario, los llevaba habitualmente a Covadonga, pero por lo que se ve ni con ayuda divina se puede si uno no hace su tarea. En la Santana de San Martín del Rey Aurelio me contaron aquella broma de la señora que iba cada semana al santuario de la montaña a pedir, “!Ay, virxina de Cuadonga, que me toque la lotería!” Sin éxito, pero repetía cada siete días con insistencia cansina, hasta que la Virgen, harta de la historia, se dignó hablar: “Ya muyer, ya; sentite y entiéndote, pero por lo menos, fía, ¡compra’l décimu!”

Sí ha habido un milagro y un hecho de justicia que han pasado desapercibidos. El suceso portentoso, asombro del siglo, de que un cantante portugués, de aspecto raro, con un estilo extraño, haya llevado para su país el Festival de Eurovisión, solo se explica por el hecho de que la final se celebró el 13 de mayo, Centenario de las apariciones de la Virgen en Fátima. En el mismo certamen, el cero patatero que obtuvo el presunto cantante español que cantaba en inglés sanciona como se merece el supuesto tongo en su elección, y, a mayores, su antideportivo corte de mangas cuando fue designado. Una nueva perla de los gestores de TVE.

Al día siguiente del Festival, no por motivos teológicos, sino de política familiar, compartí mesa y mantel con algunos Carmelitas de Gijón. No hablamos de milagros, sino de mi reciente viaje a Burgos, de donde proceden muchos de ellos, por razón de que allí tienen una Casa. Además del vino y las morcillas, sale a relucir la climatología; si bien Eliseo suele repetirlo, probablemente fue Ángel quien me lo comentó, puede que con un puntín de mala leche porque él realmente es riojano: “En Burgos solamente hay dos estaciones, el invierno y la del tren”. Ahora del tren tienen dos, la nueva que la han llevado a casa dios, y la vieja, que no saben qué dios hacer con ella.

Aunque estas líneas se leerán ya próximo el verano, hace un mes todavía hacía un frío de justicia. Amenazaba nieve a 800 metros, la capital castellana está ligeramente por encima de esa cota, pero no llegó la precipitación. Sol y un frío que te pela, con esa brisa azotando, cuando ya la primavera había empezado en el resto de la Península un mes antes; oficialmente en marzo, pero claro, aquí a las dificultades propias se ha añadido otra de despiste: como se ve en la foto, el Ayuntamiento, la Junta y la Caixa, anunciaban a todo color que estaban en mazro; la estación de las flores pasó de largo.

Allí donde fueres, los periódicos locales leyeres; así pude acudir a una exposición sobre trajes de la época cervantina, al lado de San Lesmes, o conocer la curiosa noticia de que el PSOE amenazaba ruina. Bueno, su edificio, quiero decir. El resto de los grupos municipales ya lo habían abandonado; los socialistas -clara metáfora de su perspectiva estratégica- se quedaron; ahora han tenido que salir corriendo porque tienen una fuga de agua (otra metáfora) que agrava la situación.

Manuel Arbesú, intérprete de Duro Felguera en paro forzoso, nos lleva a dar una vuelta por Lerma en día de mercado; pocos puestos, porque lo gordo vendrá unos días después con la Feria del Primero de Mayo. La Galoria es un restaurante en casa restaurada. El sitio y la carta prometen, pero ya teníamos el lechazo comprometido, así que tomamos el vermú. La dueña, amablemente, nos hace guía para que conozcamos las instalaciones. Las tienen, dice un rótulo enmarcado, de pollo, bonito, lechazo y waygu. Las haburguesas. Es una errata que conocen: “Ya, ya lo sabemos; mi padre se equivocó el primer día y así lo dejamos, forma parte de la decoración”.

Revélate

Dos calles más arriba, con un cierto sentido de las formas, letras equilibradas, una mano dejó en el muro gris, la llamada “Revelaté”. Cuando menos ha conseguido una cosa, hacernos pensar. ¿Querrá decirnos que nos debemos rebelar y nos regala una tilde para reforzar el argumento, o acaso, más bien, nos aconseja revelar públicamente nuestra personalidad? Elucubramos mientras subimos hacia la Plaza, donde nos espera el corderillo lechal. Comento con Manuel y Marta el artículo que he leído en el Diario de Burgos, firmado por Valeria Cimadevilla. “Hornazo para celebrar el Lunes de aguas”. Una costumbre importada que ha unido estos días en la Casa de Salamanca a burgaleses y charros. Se cuenta que el muy católico rey don Felipe II había observado en sus bodas en esa ciudad gran exaltación y desenfreno sexual, así que “emitió una ordenanza por la cual prohibía comer carne y obligaba a las prostitutas que residían en la casa de mancebía” a cruzar al otro lado del Río Tormes, manteniéndolas separadas de la población durante el período de Cuaresma. El lunes de Pascua se enviaban barcas para devolver a las señoras putas al casco urbano, en el que eran recibidas con gran gozo y celebración sin par. Esta es la tradición con cuya disculpa se zampan los sabrosísimos hornazos bien regados con vinos de la tierra; refiere doña Valeria -a quien nunca agradeceré suficientemente el regalo de este artículo- que el encargado de coordinar el transporte de los cuerpos pecadores, así como de mantener a raya a dueñas y pupilas, era un tal Padre Lucas, que quedó por los siglos con el sobrenombre de “Padre Putas”.

Curiosidades culturales, ¡un edicto real para prohibir degustar carne bajo cualquiera de las dos especies! Llegamos al Asador de Brigante, donde habíamos reservado mesa; Marta prefiere un menú más acorde con su dieta de entrenamiento de corredora de fondo. Pregunto al dueño: “En la carta, ¿algo que no sea carne?”. Reflexiona unos segundos y enseguida me da la solución: “Sí, ¡chuletas de cordero!”.

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