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martes 16, abril 2024

Alcohólicos Anónimos. El final de un túnel

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La asociación, nacida en Estados Unidos, tiene presencia en Asturias desde hace más de cuatro décadas. Su trabajo y sus resultados la han convertido en una referencia para la sociedad asturiana. Se calcula que, sólo en el Principado, más de medio millar de personas siguen en la actualidad su programa para conseguir dejar el alcohol.

No llevan registro de quién entra o quién sale, quién deja el alcohol o quién retorna al consumo, por lo que todas las cifras que aportan son estimaciones. Y así, estiman que en Asturias habrá entre quinientas y seiscientas personas asistiendo con regularidad a las reuniones que dos veces por semana Alcohólicos Anónimos (AA en adelante) celebra en distintas ciudades de la comunidad autónoma. Internacionalmente, es una organización con un currículum extenso como pocas: 75 años de historia con un método para dejar el consumo de alcohol cuya efectividad está de sobra probada. Actualmente se estima que habrá más de tres millones de personas rehabilitándose en todos los países en donde tiene presencia. En España, entre once y doce mil personas, distribuidas en 550 grupos de trabajo, trabajan con AA en su rehabilitación. Se calcula –seguimos a ojo de buen cubero- que el 70% de las personas que han pasado por AA han dejado de beber. El secreto es el deseo de abandonar el hábito, la asistencia a las reuniones y la sinceridad a la hora de compartir experiencias.

“Lo más difícil no es dejar el alcohol, sino aprender a vivir de nuevo, disfrutar las pequeñas cosas, sentir la vida”

“Hola. Me llamo Jesús y soy alcohólico”

Las reuniones de AA comienzan con una fórmula invariable en cualquier lugar donde se celebren. El que habla se da a conocer admitiendo su dependencia. Ese reconocimiento sencillo con toda probabilidad ha costado mucho esfuerzo y muchas lágrimas. A la vez que presenta al que habla, sirve para dar confianza al que escucha, indicándole que delante tiene a una persona en su misma situación. No hay, pues, diferencias. Así se comienza a hablar.
La dinámica de esta reunión a la que hemos sido invitados, celebrada en Oviedo, es similar a otra que podría estar celebrándose en cualquier ciudad de Estados Unidos, Alemania, Chile o Sudáfrica. Esa singular rutina es efectiva. Sirve para afianzar y dar seguridad a quienes, en distinto grado, han visto tambalearse una vida entera. Se hace una lectura de un texto relacionado con AA, que viene a recordar a cada uno quién es y por qué está ahí. Se otorga la palabra a quien la pide. Se relatan experiencias personales. Cómo estoy, cómo me encuentro, así me siento. “El que ha pasado por algo expresa lo que ha vivido mucho mejor que cualquier texto escrito en un libro – comenta uno de los asistentes-. Para nosotros, es la posibilidad de hablar a corazón abierto”. Muchos de los presentes insisten en la misma idea: “nada vale tanto como la experiencia del que está en el asiento contiguo”. Y así se suceden las intervenciones, ante una mesa presidida por dos grandes termos de café, botellines de agua y unas latas de refresco.
“A mí ahora me resulta fácil reconocerlo, pero al principio me costó mucho aceptar mi impotencia ante el alcohol”, comenta otro de los asistentes. El proceso pasa por asumir la dependencia y todos los errores que se cometieron como consecuencia, un abanico que abarca desde el descuido absoluto de las relaciones personales, familiares y laborales, hasta la comisión de delitos de diversa importancia. En estado de sobriedad, no resulta sencillo aceptar todo lo que uno ha hecho estando ebrio. Pero es imprescindible para comenzar la curva ascendente.

Hablar del tema

Para un alcohólico en rehabilitación, la vida se mide en periodos de 24 horas. Ese es el plazo para mantenerse sobrio. Y luego otras 24. Y otras 24. Y otras.
La mayoría de los que intervienen en esta reunión agradecen explícitamente tener la ocasión de hablar ante un grupo que escucha y no juzga. La mayoría están acostumbrados a callar, bien por propia cerrazón, bien porque no hay quien quiera oír historias de dependencia y de descontrol. Aquí se habla y nadie señala. Nadie se asombra de lo que escucha. No parece incomodar que en esta ocasión una persona recién llegada tome algunas notas.
“Yo empecé a beber con diecisiete años. Al poco ya tenía lagunas mentales. Hoy he rehecho mi vida”. “Aquí siempre encuentro una mano tendida. Eso no se paga con dinero. Si no hubiera venido, no estaría vivo”. “Contar la propia experiencia es soltar un saco de piedras”. “Lo más difícil no es dejar el alcohol, sino aprender a vivir de nuevo, disfrutar las pequeñas cosas, sentir la vida”. “Yo no toqué un solo fondo, sino varios. Bebía desde la adolescencia. A los veinticuatro ya me levantaba con temblores. Nada hay que haya amado y odiado tanto como el alcohol”. Son pinceladas de historias. Todas coinciden en varios puntos. El momento de lucidez es uno de ellos: se refiere a un segundo, uno, en el que se toma la decisión de cambiar el rumbo.

“Aquí siempre encuentro una mano tendida. Eso no se paga con dinero. Si no hubiera venido, no estaría vivo”

Para los expertos, el mayor problema del alcohol no radica tanto en su toxicidad -ya que otras sustancias adictivas son igual o más nocivas en sus efectos para el organismo- sino en lo generalizado y socializado que está su consumo. Por ello, el alcoholismo resulta tan tremendamente devastador tanto para el que lo padece como para todo su entorno. Mientras no alcanza niveles realmente problemáticos, el consumo excesivo se percibe como relativamente normal, se comprende e incluso se disculpa. Más adelante comienzan los problemas. Además de los daños neurológicos, hay un rosario de consecuencias que aparecen asociadas al exceso: episodios de violencia, malos tratos en el ámbito doméstico, accidentes de tráfico, etc. Aparecen los problemas laborales y la familia se desestructura. Los especialistas insisten en que el alcohólico es un enfermo que ha de tratar su adicción dentro del ámbito de la salud mental.

“El alcoholismo es una enfermedad”

Así lo reconoce la Organización Mundial de la Salud. Una enfermedad que no permite que se baje la guardia. Un alcohólico no debe pensar que ya está curado y listo para tomarse una copa sin consecuencias. Es posible que pueda hacerlo, como también es posible que inicie el camino hacia una recaída. Porque la enfermedad continúa estando, es la persona quien toma el control sobre ella. No se debe soltar el volante jamás. Explica Jesús: “Para un alcohólico una copa es mucho y veinte son pocas. Si tomara una volvería otra vez a beber. No es algo que yo diga, sino lo que dice la experiencia de muchas personas antes que yo”.
La asociación se encuentra en una fase en la que busca una mayor apertura hacia la opinión pública. Les interesa dar a conocer que no son un grupo pequeño y marginal, sino una gran comunidad de personas en recuperación. Sin perder el respeto por el anonimato y continuando fieles a sus siglas, inciden en la importancia de que poco a poco sean cada vez más numerosos los alcohólicos dispuestos a aparecer ante un medio de comunicación, o de hacer una gestión ante las instituciones en nombre de la asociación, con el objetivo de dar a conocer la labor que realizan y convertirla en más accesible a quien pudiera necesitarlo. Por supuesto, matizan para alejar cualquier duda, el anonimato ha de romperse siempre de forma voluntaria. El eslogan de la última Conferencia del Servicio General, el órgano a nivel nacional, señala claramente en esa dirección: “Alcohólicos Anónimos en la sociedad”.

Se calcula que el 70% de las personas que han pasado por Alcohólicos Anónimos han dejado de beber. El secreto es el deseo de abandonar el hábito, la asistencia a las reuniones y la sinceridad a la hora de compartir experiencias.

Actualmente en Asturias existe una colaboración estrecha con la Consejería de Sanidad y Salud, y con la de Bienestar Social. También con numerosos ayuntamientos, y aunque han organizado encuentros en algunos colegios, esperan en un futuro poder coordinar un mayor número de actos de este tipo gracias a una mayor colaboración con la Consejería de Cultura. AA coopera también con otras asociaciones dedicadas a lo mismo: prestar ayuda al alcohólico. No trabajan en exclusividad.
La asociación no entra en polémicas sobre el consumo del alcohol, debates sobre la conveniencia o no de su prohibición, parcial o total. “No somos una liga antialcohol”, matizan. Tampoco toma posiciones políticas ni participa en encuestas. Subrayan que simplemente quieren ayudar a quien tenga problemas. Es todo. Y es mucho.

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