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viernes 29, marzo 2024

Olimpiada, costurero, masculino, femenino

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Parecía que no iban a llegar nunca. Los responsables de las federaciones empezaron a ponerse nerviosos, el ministro no podía salir en la tele con su peculiar vestuario; durante la primera semana de competición únicamente dos medallas de oro, de dos mujeres, y encima una catalana y otra vasca.Fue necesario que el tenista ganara la suya, aunque fuera en una modalidad menor, dobles, para que se desatara todo el fervor patriótico reprimido hasta entonces, e incluso el propio presidente en disfunciones pudiera enviar la nota de felicitación.

Fueron cayendo luego otras, dando lugar a un inventario de premios donde se ha visto claramente el esfuerzo, el tesón, la constancia de las mujeres. La imagen de la piragüista donostiarra dando la merienda a la hija entre semifinal y final lo dice casi todo. Sin embargo el deporte parece actividad propia de hombres; los responsables federativos son varones, al igual que los entrenadores, y hablan siempre en masculino. El de waterpolo olvida quiénes son sus pupilas y dice que quiere «estar entre los mejores», el del magnífico equipo femenino de basket analiza la fase siguiente: «Los unos son muy físicos, los otros son muy tácticos»; entre esas rivales estaban las serbias, -que tienen entrenadora-, campeonas de Europa, y las canadienses, con todo el equipo técnico compuesto por mujeres, como corresponde.

¡Ya está el puntilloso!, me señalan, pero las cuestiones lingüísticas nos ponen bien a las claras la realidad del menosprecio de género. Esa misma escasa valoración se demuestra en la forma de vestir a las chicas de vóley-playa, que lo ha convertido es espectáculo televisivo en perjuicio de sus compañeros, que visten normal; o esa ridícula faldita, para que vayan «vestidas de mujeres» que les cuelgan para el tenis, el jockey o el recientemente reaparecido bádminton. Tiene el mismo nivel de agresión que el asunto de las presentadoras egipcias despedidas de la tele hasta que adelgacen o la chica de Avilés que hace pública una conversación en la que le exigen escote para trabajar (un hecho común en Hostelería, por otra parte).

Parece que las cosas no siempre son soportables, las chicas de balonmano-playa se han negado a ponerse un uniforme similar a las del vóley, las de baloncesto no han querido que las vistieran con unas mallas grotescas, y las de fútbol han conseguido echar a un entrenador que les faltaba al respeto. Con su lenguaje, en primer lugar, quod erat demostrandum.

Tengo grabada en mi memoria una imagen patética: El entrenador avilesino del malogrado Yago Lamela, a raíz de los primeros grandes logros, sale entrevistado en televisión. Está en su trabajo habitual, la cancha deportiva de un colegio privado ejercitando a una clase de básica. Mixta, subrayo. Delante de las cámaras, a micrófono abierto, quiere estimular al grupo; exclama: «¡Vamos, vamos, que parecéis nenitas!»

Ahora bien, el colmo de la contradicción viene en la felicitación que le transmite, con entusiasmo y un punto de emoción, Amaia Valdemoro, baloncestista retirada, a su compañera Anna Cruz, autora de la agónica canasta a Turquía. Conectadas por la Cadena Ser la anima: «¡Bravo Anna, con dos cojones!»

Las lectoras saben que podríamos llenar páginas con asuntos similares. Por hoy lo dejaremos así; para animar a la peña vamos a asegurar que esta necesidad de expresar correctamente los géneros no es una moda actual, en un trabajo que estamos haciendo sobre el XIX usamos un texto de Don Pedro Duro y Benito, patriarca del fierro, el reglamento de las escuelas de la Compañía; escribe siempre, cuidadosamente, «niños y niñas», para dejar bien claro que ellas también estudiaban. De aquella manera, pero escolarizadas. En celebración del hallazgo y en el ánimo de dar al personal un respiro veraniego, ofrezco el contenido cervecero de esta pizarra que puede usted ver en el bar del Camping Los Sorraos, de Barru. Interesante oferta; puede disfrutar además de un menú del día tan abundante que «hay que ser un paisanu, pa acabalu».

Después un chapuzón en la Playa Les Monxes, que está debajo, pero con cuidado, que ahora, al final de agosto, cuando escribo el artículo, vienen las mareas de San Agustín, tan intensas que pueden dar sustos; por ejemplo, llevarse los kioskos de helados de Salinas. Son tan fuertes que tienen la virtud de impresionar a periodistas pusilámines, hasta hacerles perder las tildes. Por esa razón escriben en El Comercio: «El Helimer evacúa a un bañista aislado en Estaño. El hombre, que sufrió principios de hipotermia, es vio aislado por el agua en unas rocas debido a las mareas vividas de los últimos días». Ciertamente, si hubiera vivido varias jornadas de mareas es lógico que esté muerto de frío; pero no se trataba, en absoluto, de un nuevo Robinson, sino un ciudadano menos novelesco que se vio sorprendido por la rapidez de una pleamar vívida, que es esdrújula (la palabra, no la marea).
Teobaldo costurero
Dejo para postre un hecho que me tiene francamente preocupado, que afecta seriamente al sector laboral que da más hombres por metro cúbico, la minería. Se va a ver perturbado por la confabulación de dos mujeres, por la alianza de dos partidos que quieren acabar con la industria hullera. Sabrá usted, Doña Engracia, que Hunosa, tradicional productora de varoniles tacos, es ahora dirigida por la Señora Mallada, militante del PP; no se le escapa, asimismo, que en el ayuntamiento de Gijón manda la Señora Moriyón , militante o algo parecido de Foro Asturias. Pues bien, desde la capital playa me informa Sofía, observadora bisabuela langreana, que el famoso himno de Santa Bárbara tiene la letra cambiada gracias a la nada divertida Divertia, empresa municipal de espectáculos; me ratifica su hija Sofy, -gracias por las fotos-, que por lo menos el año anterior fue igual.
Si ya éramos el hazmerreir de España porque tenemos el único caso de minero retirado por accidente laboral debido a un derrabe de sidra, no sé lo que van a pensar ahora de la virilidad de nuestros fornidos picadores, a los que ya no abre la cabeza un recio costero, sino un simple y femenino costurero. ¡Santa Bárbara bendita…!

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