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jueves 28, marzo 2024

Taramundi. Que el ritmo te lleve

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La estación más fría nos lleva a lo más profundo de nosotros, entre olor a leña y silencio de nevadas. En Taramundi la naturaleza se confabula para invitarnos a pasear por sus bosques, que nos conducen hacia museos que custodian tradiciones y artesanos que dan forma con sus manos a saberes de antaño.
Caen lentamente las hojas de los robles, fresnos, castaños y abedules, y los tejos susurran secretos centenarios cuando el viento peina sus agujas lanceoladas, dispuestas en espiral. Las hojas caídas en el suelo conforman ya una alfombra de tonos ocres y crujidos musicales con melodía de otoño. Pocos son quienes pueden caminar sobre ellas pasando desapercibidos y menos aún los que pueden escuchar a los corzos, ciervos, erizos o ratoncillos pisarlas suavemente. Este es el presente de Taramundi, concejo que descansa a alturas de entre cuatrocientos y ochocientos metros, alcanzando su cota máxima en la Sierra de Ouroso, donde se superan los mil metros de altitud. Esta situación geográfica permitió que el concejo permaneciese tiempo preservado de influencias exteriores, y todavía hoy conserva restos de dos poblados fortificados catalogados -un castro cercano al núcleo urbano de Taramundi y otro en la parroquia de Ouria- y parece probable que existiese un tercer castro en Bres, del que no queda constancia. En la villa de Taramundi se han realizado excavaciones arqueológicas en Os Castros, que el público puede visitar y conocer en profundidad gracias a las audioguías diseñadas a tal efecto y que pueden alquilarse por un euro en la Oficina de Turismo. La llegada de las legiones romanas en su búsqueda de oro se tradujo en dos siglos de vitalidad y prosperidad económica, pero con el abandono de la minería se produjo también la decadencia de los castros y de su forma de vida comunal. Creen los historiadores que tras ello, los habitantes se dispersaron en torno a pequeñas explotaciones agrarias. Los profanos desconocemos si estas fueron el origen de los pueblos que hoy conforman el concejo de Taramundi, pero sí podemos arriesgarnos a afirmar que parte de su forma de vida permanece atrapada por la magia de este lugar, sus construcciones, sus paisajes y sus habitantes, que han dejado entrar la modernidad lo justo para no perder su esencia. Aquí las cosas siguen haciéndose como antaño, con la colaboración de vecinos y familia ya sea para hacer la matanza, organizar una fiesta o promover el turismo rural. Un concejo que ronda los setecientos habitantes basa su éxito en la colaboración mutua, es la opción más lógica y la que ha funcionado durante siglos. Hoy se emplean métodos y maquinaria actual, pero hasta hace unos años se utilizaban para las labores cotidianas piezas y herramientas que hoy pueden verse en el Museo Etnográfico de Esquíos, donde se puede sentir la vida de cada utensilio, que ha sido empleado en innumerables ocasiones hasta terminar aquí.

La cadencia del invierno es mágica

Reflexión, serenidad, silencio e introspección se asocian a tiempos de antaño donde el estrés y el ajetreo eran conceptos que existían al otro lado del océano. Pero la naturaleza nos regala cada año un espacio para recuperar la calma y la serenidad perdidas, cada vez que llega el invierno. Cuando el cielo se torna plomizo y la poca luz que se cuela entre las nubes adquiere esa tonalidad gris azulada, el agua se transforma misteriosamente en pequeños copos de nieve que caen suavemente sobre la hierba, las hojas de los árboles perennes y las ramas de los caducos. El silencio de la nevada se cuela en las cumbres y en nuestro ánimo, los copos absorben el sonido, la calma es total, el tiempo parece haberse detenido. Nuestro ánimo se vuelve tan puro como ese manto de nieve que en un futuro será el maná que calmará la sed de jabalíes, zorros, ardillas y musarañas. Hasta el valle, con sus cuatrocientos metros de altitud, no suele llegar la nieve, así que nos invita a un paseo. Su orografía está cincelada a golpe de pisadas que han tomado la forma de decenas de caminos ancestrales, que Taramundi ha reconvertido en rutas de senderismo que permiten conocer sus rincones más secretos. Son la Ruta de Ouroso, la Ruta del Agua, la Ruta de los Ferreiros, la Ruta de Eiroá, la Ruta Teixo-Os Teixois y la Ruta de los Molinos. Todas son de baja dificultad, excepto las dos últimas. Según la elegida, nos empapamos de inventos hidráulicos, respiramos el aire límpido y fresco de la Sierra de Eiroá, conocemos el entorno donde se desarrolló la cuchillería que dio fama a Taramundi antes de que abanderara el turismo rural asturiano, o nos perdemos en las callejuelas de pequeños y acogedores pueblos que nos invitan a alargar la estancia. El olor a leña quemada, los pies agotados y el estómago pidiendo algo caliente y contundente, se confabulan e insisten en que nos quedemos. Los establecimientos nos lo ponen fácil con sus cerca de trescientas plazas hoteleras, amabilidad y platos tradicionales en todos los restaurantes, que deben regarse con sidra Solleiro, la única que se elabora en el concejo. Aquí la gastronomía está elevada a la categoría de artesanía agroalimentaria, no hay más que entrar en alguna de las panaderías que han dado fama al pan de Taramundi para hacer un viaje en el tiempo y trasladarnos a la infancia gracias al olor del pan recién horneado, la crujiente corteza y la humeante miga, que una vez en nuestra boca desprenden retazos de recuerdos felices. Si además acompañamos una rebanada con queso elaborado en la zona artesanalmente a base de leche de cabra, oveja y vaca, descubrimos nuevos sabores que dejarán ese día grabado en la memoria.

Martín Lombardía, artesano de Esquíos
Martín Lombardía, artesano de Esquíos / Foto: M. Lombardía

La huella del pasado es la artesanía

El silencio blanco se torna rumor de agua y ópera de cascadas. Los ríos Ouria, Turía y Cabreira, y numerosos arroyos y riachuelos que riegan los valles de Taramundi, renacen y cantan. Los caudales se rellenan del líquido de la vida, cosa que agradece la escasa trucha común, pero también el tritón ibérico, el sapo y rana comunes, la salamandra y la pequeña ranita de San Antonio. El agua es uno de los motores que permitió que Taramundi siguiese avanzando siglo tras siglo, porque aquí han sabido convertir su curso en fuerza para las labores cotidianas, como todavía puede apreciarse en el Conjunto Etnográfico de Teixois. La visita permite apreciar cómo el agua mueve un mazo empleado para la forja, un molino, un batán para compactar las mantas elaboradas con lana, e incluso cómo genera luz. El sello que el agua deja en el concejo es tal, que tiene otros dos museos dedicados a ella: Mazonovo, Museo Interactivo de los Molinos y la Casa del Agua de Bres. El primero es el mayor museo de molinos del país y permite experimentar cómo se molía en épocas pasadas, apreciando de cerca el engranaje del molino, mientras que en la Casa del Agua se recogen varios ingenios hidráulicos, con sus orígenes históricos y geográficos.
El otro de los motores de la comarca es el metal, que aquí ya se trabajaba en épocas prehistóricas, como muestran los restos encontrados en las excavaciones de Os Castros. La abundancia de hierro en el occidente asturiano ha permitido que esa pequeña industria autóctona se mantuviese en el tiempo, a lo cual ayudó la presencia del agua para mover los mazos y también la abundancia de bosques de los que obtener carbón vegetal que permitía fundir el hierro y alimentar las fraguas donde darle forma. Hierro y madera, fuego y agua sellaron el futuro por el que se conoce desde siempre a Taramundi: por sus «ferreiros», que son los actuales artesanos de navajas y cuchillos. Son muchos los que todavía se acercan al concejo para comprar una navaja y elegir entre la gran variedad que se elabora -algunas consideradas piezas de joyería por los metales empleados-, pero pocos los que conocen que es posible ver el proceso completo de la elaboración de una navaja o cuchillo en los talleres de algunos artesanos.

Hierro y madera, fuego y agua sellaron el futuro por el que se conoce desde siempre a Taramundi: por sus «ferreiros», que son los actuales artesanos de navajas y cuchillos.

En Esquíos, el artesano de navajas y cuchillos Martín Lombardía nos abre la puerta a su taller; en Vega de Llan hacen lo propio Antonio Díaz o Pedro Conde Bermúdez, y en la capital del concejo La Cuchillería de Taramundi permite la visita al taller los días laborales. Aunando todo el pasado de estos artesanos, se encuentra en el pueblo de Pardiñas la Casa Museo de la Cuchillería Tradicional de Taramundi, donde se pueden ver los lugares de trabajo de los «navalleiros», herramientas, técnicas, historia de la cuchillería, exposición de cuchillos, navajas y tijeras… Esta actividad tradicional ha permitido que Taramundi fuera el primer municipio asturiano en obtener la declaración de «Zona de Interés Artesanal» (Z.I.A.) desde el Principado de Asturias, lo que permite que los productos puedan emplear un distintivo de procedencia geográfica que los identifique. Siguiendo esta estela, en el pueblo de Bres hay un Centro de Artesanía donde también puede verse cómo Inés Barcia desarrolla sus trabajos en telar. Digna heredera de la omnipresente Pilar Quintana, enseña cómo lava la lana, la hila, el trabajo en el telar o cómo funciona la máquina de acolchar. Su telar está abierto al público todos los viernes, sábados y domingos del año, excepto los comprendidos entre el 10 de diciembre y el 10 de enero. Inés demuestra con su destreza que tradición y modernidad no están reñidos, sino que al unirlos producen mayor satisfacción y efectividad.
Taramundi es un parque temático al aire libre, con el añadido de que sus recursos están repartidos a lo largo de todo el territorio del concejo, por lo que conoceremos sus rincones de paso que vamos a comer, o a ver un museo o recorrer una ruta de senderismo. Paso a paso, el ritmo natural nos invade y nuestros sentidos se agudizan. La ciencia ya ha demostrado el efecto positivo que la naturaleza tiene en nosotros y en Japón han constatando que pasear por los bosques ayuda a eliminar la fatiga, la ansiedad, el estrés y la depresión. En ese país los «baños de bosque», término procedente del japonés Shinrin-Yoku, forman parte del programa nacional de salud, porque saben que mejora un veinte por ciento la memoria a corto plazo, relaja y aporta vigor. Parte de ello se debe a los aceites naturales que despiden los árboles y que forman parte de sus defensas naturales. Como dijo el autor Henry David Thoreau, «todo lo bueno es libre y salvaje». En Taramundi lo han constatado y nos invitan a hacerlo a todos los demás.

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