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viernes 19, abril 2024

8 de marzo

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Las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX fueron especialmente convulsas en cuanto a movimientos sociales.

El nacimiento de la clase obrera y la lucha por mejorar sus condiciones laborales dio lugar a logros antaño inauditos como el derecho a huelga, la jornada laboral de ocho horas, la erradicación del trabajo infantil o las vacaciones pagadas.
En ese contexto, los movimientos sufragistas y feministas empezaron también a tomar fuerza, reivindicando el papel de la mujer en la sociedad como miembro de pleno derecho.

La celebración del Día Internacional de la Mujer, antes de la Mujer Trabajadora, se relaciona comúnmente con el incendio de una fábrica textil en Nueva York en 1911, en el que murieron 146 trabajadoras debido a la falta de medidas de seguridad. De ahí surgió, entre otras cosas, la creación de un importante sindicato femenino, y varios cambios en las leyes estadounidenses sobre seguridad y salud laboral. Años más tarde la fecha del 8 de marzo se eligió por consenso como un día de reivindicación, tradicionalmente ligado a la izquierda.
En un ámbito más cercano, mujeres como Clara Campoamor pelearon en España por el sufragio femenino, que se consiguió en 1931 y se ejerció por primera vez en el 33. Luego vino la dictadura y el rasero se igualó por abajo: en este país ya no se pudo votar durante más de cuatro décadas.

Hoy en día las cosas han cambiado, pero nos encontramos con que derechos, que tanto costó conseguir, desaparecen sin dejar rastro, como si nunca hubiesen existido. Las reformas y recortes aplicados en los últimos meses hacen que las políticas de igualdad vayan perdiendo contenido, todo justificado con la excusa de la crisis.

En Asturias, cada 8 de marzo se actualiza el banco de estadísticas de género de la mano del Instituto Asturiano de Estadística y el Instituto Asturiano de la Mujer. Según el último informe de 2012, la tasa de empleo de las mujeres asturianas, aunque de tendencia creciente, es todavía diez puntos inferior a la masculina. El salario medio femenino es un 23,4% menor que el de sus compañeros, y a ello podemos añadir el dudoso honor que tienen las asturianas de acaparar la mayoría de contratos temporales y a tiempo parcial.
La reforma laboral ha afectado especialmente a las mujeres: no sólo con el peor sueldo, sino con las peores condiciones laborales y por la casi imposible conciliación de la vida laboral y familiar. Se penaliza directamente a las trabajadoras en edad fértil, eliminando la bonificación de maternidad y permitiendo a las empresas aplicar el permiso por lactancia y la reducción de jornada de forma mucho más rígida y, por lo tanto, menos favorable a las trabajadoras. Además, la posibilidad de la empresa de imponer horas extras o de obligar a la plantilla a una movilidad geográfica supone en la práctica la pérdida del empleo de mujeres por incompatibilidad con sus responsabilidades familiares.

Según datos del informe «100 persistentes desigualdades en la realidad sociolaboral de las mujeres» del sindicato Comisiones Obreras (2012), el 95,8% de la población inactiva de nuestro país son mujeres. El motivo principal por el que no buscan empleo es «cuidar niños o personas adultas enfermas, discapacitadas o mayores». A esto han contribuido de forma definitiva los recortes de la Ley de Dependencia que ya nació coja y que hoy en día está moribunda, obligando de facto a muchas mujeres a quedarse en casa y hacerse cargo de la situación familiar.

Y ya no hablemos de las estadísticas sobre violencia de género, de cómo la pobreza se ceba especialmente en mujeres, niños y ancianos, o de que los presupuestos públicos dedicados a materia de igualdad se han reducido de forma drástica o, directamente, se han eliminado determinadas partidas.

Así que sí: el 8 de marzo es una fecha vigente para recordar que ha costado mucho llegar hasta aquí, y que en materia de derechos no podemos permitir pasos atrás. Hace más de un siglo unas pocas mujeres abrieron la puerta a la libertad de muchas; hoy esa lucha tiene que continuar, porque esos derechos no están consolidados cuando deberían ser una cuestión de Estado. Por eso hoy más que nunca es la lucha de toda la ciudadanía, unida, lo que debe impedir que ese legado se pierda. Al fin y al cabo, los derechos son de todos. Ahí no hay distinción de género.

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