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jueves 28, marzo 2024

Turismo industrial

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En Asturias, las dos palabras del título están ganando significado y aprendiendo a transitar juntas en la misma frase, cuando se habla de iniciativas que funcionan y de posibilidades de generar movimiento económico, que es al fin y al cabo de lo que se trata.
Que nuestra región tiene raíces industriales es innegable, como lo es también que es precisamente la industria la que más está sufriendo con los golpes que asesta la crisis económica. Minería, metalurgia, auxiliares, automóvil, etc. todos los sectores han perdido producción y capacidad de generar empleo. Cierran empresas y proliferan los expedientes de regulación. Una sangría económica y social de la que tardaremos en recuperarnos. Y si bien es muy necesario defender lo que hay y forzar a la clase política a que arrime el hombro para tratar de que la maquinaria vuelva a ganar velocidad, también es cierto que ha habido que buscar alternativas, y que algunas de ellas funcionan.
Este verano, a las instalaciones del llamado «turismo industrial» más conocidas y más visitadas, como el Museo de la Minería, se han sumado otras nuevas. En junio comenzaba a rodar el tren minero del valle de Samuño, en Langreo, un proyecto cuya acogida ha sobrepasado las expectativas. En un mes, tres mil visitantes; en dos meses, diez mil. Y en agosto se abrió al público la Mina de Arnao, peculiar por su ubicación al lado del mar, que espera obtener resultados igualmente satisfactorios. Semejante progresión deja algo claro: la recuperación del patrimonio industrial tiene posibilidades turísticas, y por tanto, económicas.
En concreto, cabe añadir que el proyecto de Samuño se alimentó de los fondos mineros. Como se sabe, estas subvenciones llegaron a Asturias como refuerzo para la reactivación de unas comarcas mineras que, previsiblemente, iban a perder empuje, actividad, brillo y vida. El dinero llegó y se gastó. La mayoría, en infraestructuras. Carreteras, túneles, tramos de autovía. Pero las comunicaciones, siendo buena cosa, no generan por sí mismas tejido económico, es decir, aquello que cuando acaba la obra sigue dando de comer a los habitantes de un pueblo. Se presentaron proyectos empresariales, menos de los deseables, y muchos de los dineros fueron para grandes firmas, promesas de panaceas que acabaron en fiasco; las pymes se llevaron poco de ese pastel. En lo cultural, tenemos Asturias surcada de museos muertos, cascarones sin contenido que en algunos casos ni llegaron a abrir puertas. Ejemplo de la urgencia de gastar los cuartos, creando artificialmente proyectos carentes del aliento vital que es, al fin y al cabo, lo que los sostiene.
Porque ¿cuál es la diferencia entre un proyecto que funciona y otro que se muere por el camino? Muchas razones habrá, pero ahí va una que no es desdeñable: el factor humano. Esto es, contar con un equipo capacitado, entregado y entusiasmado; políticos que sepan retirarse cuando tienen que decidir los técnicos, y técnicos que añadan a la profesionalidad algo que no se pone en un currículum, como es la capacidad de ilusionarse y de contagiar.
Por eso es un soplo de aire fresco que algunas ideas funcionen, y lo hagan, además, mejor de lo que se esperaba.
Decíamos pues que el turismo industrial sí es una opción viable, si se gestiona de la forma adecuada. ¿Cómo? Pues con cabeza, pero también con corazón.

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