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martes 16, abril 2024

‘No me interesa la literatura plácida’. Carmen Gómez Ojea. Escritora

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Con premios como el Nadal en su currículum o la Medalla de Plata de la Villa de Gijón, Carmen Gómez Ojea es una escritora inagotable y atípica, que disfruta con placeres sencillos, como la cocina o ejercer de ama de casa, pero también sabe mostrarse combativa cuando la ocasión lo requiere.

La calle Adosinda, en Gijón, es una de esas calles con nombre extraño que podría quedarse en la anécdota, si no fuera porque Carmen Gómez Ojea vive aquí. “Aquí hay un librero, dos pintores, tres escritores, un poeta… es una calle muy breve pero con mucha vida”. En una ocasión el Ayuntamiento estaba preparando un callejero de la ciudad y le pidieron una reseña sobre las mujeres que aparecen en él. Gracias a eso uno se entera de que Adosinda era la mujer del Rey Silos, o de la historia de otras mujeres cuyo nombre se recuerda en una placa, muchas veces sin saber por qué. Este trabajo se intuye característico de una escritora prolífica como Gómez Ojea, que lo mismo prepara un callejero que una novela, un libro de cocina o un cuento para niños.

-A lo largo de su vida ha recibido muchos premios literarios, entre ellos el Nadal con la obra “Cantiga de Agüero” y más recientemente el Dolores Medio por “El monte de la calavera”. ¿Qué valor han tenido los galardones en su trayectoria como escritora?
-La importancia que les doy, como muchos colegas, es la de que te dan a conocer. La mayoría de los escritores españoles se conocen a partir de un certamen donde son galardonados, porque entonces el libro sale a la calle con una resonancia que no tiene un escritor que publica por primera vez. A no ser que haya en torno a él unos intereses comerciales, claro, un montaje de la editorial en plan “hemos encontrado la piedra imán de la literatura”, pero eso suelen ser falsedades.

“Los personajes literarios de mujer escritos por hombres me parecen bastante falsos.
Por ejemplo, a mí la Regenta me parece medio idiota, Madame Bovary es excesivamente maliciosa”

-“El monte de la calavera” es una truculenta historia familiar sobre tres mujeres…
-Sí: la madre, la hija mayor que es la abadesa del convento y la hija pequeña. Es la historia de un triángulo, vista por cada una de ellas.
-¿Qué importancia tiene el factor femenino en su literatura y en su vida?
-Cuando yo empecé a escribir seguí la ruta que me pareció más inteligente, que es escribir de lo que mejor conoces. Yo soy mujer, y por tanto el mundo de las mujeres lo conozco mejor, aunque el de los hombres no me es ajeno, porque me casé muy joven y tengo tres hijos varones, además de tres hijas, dos nietos y una nieta. Por otra parte, en el mundo real las mujeres siguen siendo invisibles o tapadas, y me refiero por ejemplo al mundo musulmán, países muy grandes, con muchas mujeres, que dicen que van tapadas por razones culturales pero yo no me lo creo.
Además, los personajes literarios de mujer escritos por hombres me parecen bastante falsos. Por ejemplo, a mí la Regenta me parece medio idiota, Madame Bovary es excesivamente maliciosa. Sin embargo, los personajes masculinos escritos por mujeres son más interesantes, como el Rhett Butler de “Lo que el viento se llevó” o el protagonista de “Cumbres Borrascosas”. Es decir, que las mujeres crean hombres muy fuertes y atractivos, y los hombres crean mujeres que tienen siempre en torno a ellas una serie de escrotos que dominan el panorama, así que son débiles o tontas, y tienen que morirse o suicidarse.

“Hay cosas que me revientan, como el nazismo o la persecución de homosexuales. Necesito combatirlas de alguna manera, y mi única herramienta es el lenguaje”

-Con tres hijos y tres hijas, ¿es toda una madraza?
-No me dulcifiques: la verdad es que tengo pinta de madrastra mala, de la de la escoba.
-¿Lo de escribir literatura para niños le viene de ahí?
-Me viene de algo absolutamente biológico y cronológico. Durante muchos años de mi vida yo a mis hijos les canté, les conté y les leí cuentos por las noches. Y cuando el último ya fue autónomo y no necesitaba mis palabras por la noche, porque ya podía leer lo que le apetecía, o ver la televisión, ahí se produjo un hiato en mi vida, y de repente me descubrí escribiendo una historia protagonizada por niñas, inspirada por dos niñas que vi en el Paseo de Begoña. Cuando yo tenía hijos no me andaba fijando en los del prójimo, bastante tenía con los míos, pero de repente empecé a fijarme en los niños pequeños y a escribir literatura infantil o juvenil, que tampoco sé muy bien lo que es, porque yo cuando escribo una historia la escribo de niños, de niñas, de adultos, de gatos, de perros…
-“Platos ricos para pobres” desvela otra faceta suya: la cocinera. ¿No ha soñado nunca con tener su propio restaurante?
-Sí, pero me gustaría un negocio que no tuviera más de cuatro mesas, dieciséis comensales máximo, algo así como una sociedad que me contratara para cocinarles. Que fuera un local agradable, que me pusieran una cocina y yo todos los días les haría dos platos distintos. Postres no, porque a mí no me gustan; ésos tendrían que traerlos de la confitería de al lado.

“Cuando yo tenía hijos no me andaba fijando en los del prójimo, bastante tenía con los míos, pero de repente empecé a fijarme en los niños pequeños y a escribir literatura infantil o juvenil”

-¿Cuánto de Carmen y cuánto de invención hay en sus obras?
-Pues eso no te lo puedo decir. Naturalmente yo creo que en las obras de cualquier autor o autora hay parte de ellos, porque a veces tomas partido por un personaje o por otro. Es muy difícil sustraerte, aunque yo a veces lo logro. En otros momentos hago personajes odiosos desde mi punto de vista, porque yo creo que he de ser crítica con algo que me disgusta. Más que cantar las alabanzas de la ciudad o la aldea, de lo bueno que tiene la vida, yo tomo partido por la literatura de denuncia y señalo con el dedo lo que no me gusta.
-De hecho, su literatura es en cierta medida perturbadora, no es nada complaciente…
-Es que yo no quiero ser complaciente sino desasosegar. A mí no me interesa la literatura plácida, me gusta más ver una catarata que un río.
-¿Reivindica el compromiso del escritor?
-Sí lo reivindico para mí, los demás que hagan lo que quieran, pero si yo no lo hiciera no me sentiría a gusto. Yo no puedo escribir de los pajaritos, por mucho que me emocione ver a unos gorriones brincando al sol. A mí hay cosas que me revientan muchísimo, como el nazismo o la persecución de homosexuales; necesito combatirlas de alguna manera, y mi única herramienta es el lenguaje.

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