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jueves 28, marzo 2024

Ciudadanía, la palabra y su desgaste

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Algunos términos de fuerte capacidad simbólica pierden lustre por el uso, si se emplean masivamente y de forma difusa, o si el destinatario ya no es capaz de distinguir con claridad las categorías que se invocan, a causa de su sobreexplotación. Con la palabra «ciudadanía» y las asociadas a ésta así sucede en buena medida, y la causa no hay que encontrarla en que uno de los partidos calificados de emergentes (ahora ya no tanto) haya adoptado este nombre como denominación social, sino en la continua apelación a los ciudadanos, en el lenguaje político, hasta la saciedad y por todos los contendientes. Contribuye a desdibujar los contornos conceptuales la metamorfosis de la materia discursiva, pasando a la generación de un contenido de consumo en el mercado electoral o, en su versión más degradada, en la industria del entretenimiento político, a la que vamos al galope (en la que el ciudadano es poco más que el público del espectáculo), siendo en ambos casos la etiqueta «ciudadanía» (el hashtag, si se quiere), la utilizada. De tanto emplear la palabra, en suma, se olvidan o minusvaloran algunas de las características esenciales que definen la condición ciudadana. De ahí que se coloque a la persona en el papel de receptor, limitado a escoger entre una u otra opción de las que se le presentan, y no de agente de la vida política, titular de derechos no sólo como usuario de un servicio o consumidor del mensaje, sino como protagonista del proceso político.
También conviene, para adquirir plena conciencia de la ciudadanía y no hablar de ella a la ligera, advertir que el régimen de derechos y obligaciones asociado a tal condición, y la organización democrática del poder público construido para su garantía, no pueden darse por sentados ni están por definición asegurados. De hecho, la democracia, la separación de poderes, el Estado de Derecho y la concepción igualitaria sobre los derechos de las personas han tenido menos éxito en el recorrido histórico, si lo medimos en términos de duración, que otras formas, de carácter bien distinto, de gobierno, de ejercicio del imperio o de estratificación de las personas en la escala social. Para acceder a esta comprensión se requiere un conocimiento básico de la Historia, y sobre todo, extraer de ella algunos conceptos clave, con los que poder entender la realidad de nuestro tiempo. La desaparición del Antiguo Régimen, la emancipación respecto del poder religioso, la abolición del esclavismo, el fin del colonialismo, la superación de los sistemas totalitarios o el avance desde concepciones etnicistas o puramente comunitarias a la consideración central de la ciudadanía, son, a la postre, recientes en términos históricos para muchos países, en los que sus huellas aún se manifiestan y en los que todavía se libra la lucha frente a los repliegues e involuciones que vienen con las múltiples crisis. Y, de forma más o menos abierta, perviven en otros muchos, con diferentes metamorfosis que aparentemente actualizan sistemas que, analizados en abstracto, consideraríamos ominosos.

Para valorar adecuadamente el significado de la ciudadanía en las sociedades avanzadas, es aconsejable guardar la cautela necesaria ante las degradaciones rápidas, más o menos veladas, que el término padece.

A su vez, para valorar adecuadamente el significado de la ciudadanía en las sociedades avanzadas, es aconsejable guardar la cautela necesaria ante las degradaciones rápidas, más o menos veladas, que el término padece, de forma pareja al deterioro de la calidad democrática. El tránsito puede ser incluso veloz desde sistemas de pluralidad informativa, libertad de opinión, capacidad de elección de alternativas, respeto a la disidencia y protección de los derechos civiles y políticos esenciales, a otros en los que se envilecen o se distorsionan estos principios, a causa de la interferencia de poderes económicos, la erosión en el sistema de controles y contrapesos, los hiperliderazgos que se fosilizan o el deterioro de la confianza en las instituciones y principios democráticos. En una democracia que goce de buena salud y en otra democracia autoritaria o sustancialmente desvirtuada, de las que abundan en el mundo, las referencias a la ciudadanía son igualmente constantes, pero el sentido de la apelación y la noción de lo que realmente comporta son muy diferentes.
Tengamos las precauciones debidas, tanto en la construcción y gestión del discurso político, como a la hora de recibirlo y procesarlo. Nada es gratuito ni pacífico, ni es fruto de ninguna concesión, sino resultado de las luchas sociales, la evolución del pensamiento y el progreso colectivo. La primera forma de preservar las conquistas es no devaluarlas semánticamente ni hacer de ellas objeto puramente estético que agitar, al que se pueda privar de su contenido. Al contrario, es imprescindible interiorizar su significado, conocer el proceso histórico y la decantación y cristalización del concepto, su aplicación práctica y sus múltiples imperfecciones a corregir, continuando la marcha.

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