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jueves 28, marzo 2024

Vegadeo, tierra de artesanos

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La vida en el medio rural marca la pauta de la Comarca Oscos-Eo. La comunión de sus habitantes con este territorio ha dejado una gran tradición de oficios tradicionales que luchan por subsistir. En Vegadeo todavía se mantiene una herrería tradicional, al tiempo que se ha creado una destacada artesanía que utiliza la quiastolita, también conocida como piedra de San Pedro.

Muchos son los nombres que recibe la quiastolita, tantos como leyendas y creencias hay en torno a este mineral, que se caracteriza por tener figuras en forma de cruz y del que se asegura da buena suerte. La misma piedra fue la que enamoró hace muchos años a Anno Albert Brendebach, quien la ha convertido en el centro de su trabajo. El artesano alemán se trasladó a Asturias hace más de treinta años, con su mujer y sus hijos de corta edad, dispuesto a emprender una nueva vida mucho más tranquila, en un entorno que él considera paradisíaco. Apasionado de la geología, su encuentro con la quiastolita marcó su nuevo rumbo. «Durante dos o tres años, recogía estas piedras y luego las regalaba a la gente. Pero en una ocasión, un domingo por la tarde, vinieron más de veinte personas a mi casa pidiéndome una piedra. Fue el momento de tomar la decisión». Albert decidió transformar su afición en su trabajo y desde entonces ha creado una destacada artesanía en torno a este mineral.

La piedra de San Pedro también es conocida como la piedra culebra, la piedra rayo, la cruz de los astures, la piedra de la suerte, la piedra cruz o la piedra de Santiago, entre otras denominaciones.

Su taller en Piantón parece un museo de mineralogía, que Albert enseña con orgullo. Mientras su mujer, Bárbara, da de comer a una gata con sus dos crías, el artesano señala una pieza que sobresale entre el resto: una fluorita de más de 300 kilos. «Un amigo me la trajo de una mina, la extrajo a más de 600 metros de profundidad». Entre las piezas de mineral también es posible encontrar otras de madera, pulidas y bien torneadas, otra de las actividades de transformación que lleva a cabo en el taller. Pero las quiastolitas son, sin duda, las protagonistas del espacio. En forma de collar, broche, pendientes, colgante, incrustada en roca, de todas las maneras imaginadas es posible encontrar la conocida cruz de esta piedra de la que hay mucho que contar. «La quiastolita tiene tras de sí muchas historias. Como sólo era posible encontrarla en territorio celta se usaba como una contraseña, era como una especie de pasaporte celta» -explica Albert-.

El artesano indica que el yacimiento de la quiastolita de la zona es único en Europa, el domo Boal – Los Ancares. También que la piedra «es una abuela entre las piedras, pues tiene más de 650 millones de años y una gran dureza, que hace que no sea fácil trabajarla».
Desde tiempos muy antiguos la piedra era considerada por los peregrinos del Camino de Santiago como un amuleto, de ahí que sea posible encontrarla en lugares recónditos como la iglesia de Colonia, en Alemania. «La imagen de la Virgen fue guardada junto con joyas y reliquias en una urna de cristal, hace cerca de 400 años. Lo llamativo es que a los pies de la Virgen hay también varias quiastolitas, procedentes de fieles alemanes que habían hecho la peregrinación a Santiago».

La piedra de San Pedro también es conocida como la piedra culebra, la piedra rayo, la cruz de los astures, la piedra de la suerte, la piedra cruz o la piedra de Santiago, entre otras denominaciones. Lo que se desprende de todas ellas es la fascinación y veneración que ha causado la quiastolita en muchas civilizaciones y que ahora Brendebach, con una labor de estudio e investigación, está recuperando. «Conozco el caso de una familia asturiana que, antaño, cuando iba a parir una vaca le colgaban una piedra al cuello para que todo saliese bien. También la llevaban las mujeres para producir más leche con la que amamantar a sus bebés».

Forja tradicional

José Antonio García Amor, artesano de Vegadeo
José Antonio García Amor / Foto: Fusión Asturias

A escasos kilómetros de Piantón, a las afueras de la villa veiguense y en dirección a la comunidad gallega, se encuentra el taller del único ‘ferreiro’ tradicional todavía operativo en el concejo, José Antonio García Amor. Éste aprendió su habilidad y conocimientos en la forja que su padre, Vicente, tenía en su pueblo natal, Fuente del Outeiro. Vicente, a su vez, aprendió también de su progenitor. La cadena ha ido sucediéndose generación tras generación, aunque corre el riesgo de terminar en José Antonio. «Ahora mismo no hay quien siga con este oficio. En el taller en el que estamos, hace unos cuantos años llegaron a trabajar hasta diez personas, y ahora estoy yo solo». Antiguamente eran muchos los que se dedicaban a esta labor en la comarca, ahora se cuentan con los dedos de una mano. Como asegura José Antonio «es un trabajo en el que tienes que echar muchas horas y es difícil de pagar».

Antiguamente eran muchas las personas dedicadas a la forja en la comarca, ahora se cuentan con los dedos de una mano. Como asegura José Antonio «es un trabajo en el que tienes que echar muchas horas y es difícil de pagar»

A la entrada de la herrería hay un perchero elaborado con hierro forjado, uno de los últimos trabajos del artesano que según sus propias palabras hace «un poco de todo».Tan pronto suministra picaportes, clavos y bisagras, como herraduras para equinos, herramientas de corte, colgadores, etc. «Los propietarios de casas de turismo rural son buenos clientes, algunos vienen desde Oviedo, y también viene mucha gente del campo que compra herramientas y traen las suyas para afilar».

El herrero explica que lo más difícil es darle ‘el temple’ al metal, calentándolo en el fuego de forma que puedas moldearlo sin que se rompa, pero que todo se aprende a base de práctica. No es un trabajo fácil, pero a José Antonio le gusta lo que hace, y muestra encantado la fragua de carbón vegetal, el yunque y una mesa de trabajo con innumerables melladuras. «Es de madera maciza y lleva muchísimos años en este taller». A tan sólo dos metros, su inseparable perro Tobi ayuda a mitigar la soledad, que por desgracia acompaña ya a muchos artesanos de oficios ancestrales.

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