La vida es como una balanza en la que los resultados serán en función del equilibrio que se mantenga entre los dos platos, entre los opuestos.
Vivir es, por tanto, controlar nuestros actos para que uno de los dos extremos no se dispare y nos arrastre en una caída de fatales consecuencias.
El mundo entero, las naciones, las razas, la naturaleza y el hombre, como epicentro de todo, como principio y fin de todo, dependen de ese equilibrio, porque la historia nos enseña que siempre que se carga demasiado un extremo, o que se abandona el cuidado, la protección, de otro, la factura que nos suele pasar la vida es muy cara y dolorosa.
Pero, a pesar de que la historia es la fuente de muchas enseñanzas, a pesar de que la experiencia es sabia, el hombre parece no haber aprendido la lección y se empeña constantemente en cargar en exceso uno de los platos de la balanza y producir así constantes desequilibrios, en sí mismo y en su entorno.
Todos tenemos la sensación de que estamos viviendo el final de un ciclo. El final de algo que se acaba y se cierra.
Si echamos un vistazo a nuestro alrededor, son fácilmente visibles a simple vista los efectos causados por la ignorancia, el egoísmo y la falta de inteligencia del ser humano.
Todos tenemos la sensación de que estamos viviendo el final de un ciclo. El final de algo que se acaba y se cierra. Todos miramos hacia el futuro un poco “arrugados”, como si no supiéramos bien qué nos depara, qué precio vamos a pagar por los errores que se comenten.
Pero, lo más patético, es comprobar día a día, cómo se siguen sin sacar conclusiones inteligentes, cómo se siguen programando cosas que tienden a crear aún más desequilibrio, cómo el hombre es incapaz de sentarse a reflexionar, pensar, analizar, sacar conclusiones y actuar en consecuencia.
Tal vez porque el equilibrio exige unidad y la unidad es para muchos una utopía, para otros una asignatura pendiente y para la mayoría una cosa que suena a religión, tal vez por eso el desequilibrio que existe en todo se acepta como una consecuencia lógica de la vida, sin pararse a pensar que lo natural es el equilibrio y todo lo demás son solo las consecuencias de un incorrecto funcionamiento del ser humano.
El hombre acepta la guerra como algo que siempre existió, pero la guerra es solo el extremo al que se llega cuando el egoísmo supera a la comprensión, cuando el odio vence al amor.
El hombre acepta la enfermedad como algo inevitable, pero la enfermedad es la consecuencia de un desequilibrio orgánico producido, generalmente, por nuestra forma de vivir, de alimentarnos o de pensar.
El hombre acepta la guerra como algo que siempre existió, pero la guerra es solo el extremo al que se llega cuando el egoísmo supera a la comprensión, cuando el odio vence al amor.
El hombre acepta la muerte como el fin de todo, cuando la muerte es el último agente del equilibrio, el que interviene cuando todo lo demás falla y el desequilibrio es inevitable.
Tenemos dos armas poderosas para mantener el equilibrio en nosotros y en nuestro entorno: El Amor y la Mente.
El Amor nos hace partícipes de la Creación, de sus Leyes, de la Unidad de todo, del respeto a todo lo creado y de los misterios de la Vida.
La Mente nos hace ser creadores, agentes que modelan una creación ya existente, que la colorean, que la engrandecen, que la disfrutan y que la amplían.
Tenemos dos armas poderosas para mantener el equilibrio en nosotros y en nuestro entorno: El Amor y la Mente.
La combinación de ambas energías, de las dos fuerzas, nos hace ser libres, libres y creadores.
El equilibrio surge de la perfecta combinación de ambas.
Todo lo demás será un ir arrastrándonos, luchando contra fantasmas, curando heridas, cosiendo rotos y lamentándonos de nuestros males, sin pensar que nosotros, y nadie más, somos los creadores de ellos.
Si el hombre nació para ser un “dios”, en el equilibrio tiene su punto de partida.
Pero el hombre no se cree que su razón de existir sea precisamente convertirse en un “dios”. Acepta su existencia tal y como se ve, con defectos, con limitaciones, sometido al dolor, a la enfermedad y a la muerte, porque le han convencido de que todo ello es consecuencia de un “pecado original”, de que ha sido maldecido, condenado a vivir arrastrándose, como la serpiente que le tentó.
Nada más absurdo y más lejos de la realidad. La mayor mentira de la historia de la humanidad.
Ese es el principio del desequilibrio, por eso el hombre tiene que reencontrarse con la verdad, negar las mentiras y, de paso, a los mentirosos que se siguen aprovechado de su montaje.
Si el hombre nació para ser un “dios”, en el equilibrio tiene su punto de partida.
El hombre no debe aceptar intermediarios entre él y su Creador, porque lleva en su interior lo necesario, la capacidad, para mantener un contacto directo.
Así fue creado y así debe de actuar para recuperar el equilibrio perdido.
No es difícil, solo hay que necesitarlo, porque la necesidad de libertad, de la verdadera libertad, no de la que nos venden, aporta la fuerza necesaria para conseguir todo lo que nos propongamos.
Esa capacidad original, ese poder, es precisamente lo que querían y quieren anular, es a lo que temen.
Busca el equilibrio perdido, luego descubre quien eres. No es difícil, solo tienes que ponerte en movimiento y creer en ti.