Sin duda alguna nuestro querido mundo rural asturiano está viviendo una crisis social y estructural sin precedentes. Podría comenzar este artículo con alguna frase motivadora pero no creo que el autoengaño nos lleve a alguna parte. Bastaría con visitar cualquier aldea o pueblo de la Asturias profunda y nos daremos cuenta del estado en el que se encuentran las zonas más abandonadas de la supuesta sociedad moderna. Que el árbol no nos impida ver el bosque: el estado penoso de las vías de “no comunicación” o la ausencia de servicios públicos de calidad no dejan de ser ejemplos de la estrategia del sistema capitalista de mercado aliada a las pseudo-estructuras de participación política y social. El mundo rural no interesa a un mundo globalizado porque pone en jaque muchos de los ideales de la “nueva modernidad”.
Nuestros abuelos y abuelas asumieron en la década de los años sesenta y setenta el famoso mito del progreso, ideas por las cuales el tradicional mundo rural desapareció a través de la incorporación de la sociedad deshumanizada y consumista. La técnica que parecía que nos iba a facilitar la vida en el mundo rural, el tractor constituye el mejor ejemplo, ha favorecido la desaparición progresiva de la sociedad comunitaria tradicional y que ahora se ha convertido en conjunto de intereses particulares y que no tienen aspectos en común.
Luchar por salir adelante ha constituido la meta filosófica y sociopolítica a perseguir por muchos de los abuelos y las abuelas del neo-campesinado contemporáneo. La casa y su apodo ya han dejado de conformar identidades y en muchas ocasiones las mismas casas que dieron de “mamar” a muchas generaciones están siendo “comidas” por la maleza y el bosque. Apenas se ven boinas gastadas y poco a poco se van perdiendo todos aquellos elementos que puedan recordar la esencia rural. Que nadie se lleve las manos a la cabeza: la muerte de la identidad campesina ha sido algo muy planificado y que ha dado como resultado un nuevo mundo hibridado, artificial, individualista, motorizado pero dependiente de las estructuras capitalistas y estatales.
Se requieren verdaderas transformaciones sociales desde la participación social rural, de todas las personas con independencia de su origen, sus ideas o cualquier otro elemento personal. Si dejamos que otros/as hagan la política por nosotros/as el mundo rural irá desapareciendo sin remedio.
De la relación directa del campesinado con la naturaleza hemos pasado a la mediación técnica del Estado (y sus administraciones) en el día a día de la vida rural, que ya no es agraria ni minera, en todo caso sería un “aguanta mientras puedas”. Las relaciones esporádicas (basadas en el trabajo) se han ido sustituyendo por la presencia de un Estado técnico burocratizado que limita cada vez más a las pocas personas que quieren hacer algo por aquella tierra que los vio nacer y empoderarse. En ese contexto el Estado y sus delegaciones pretenden ofrecer diversas asistencias sociales mientras que el mercado pretende sacar máximo beneficio económico de cualquier necesidad de cada una de las personas atomizadas. La desmovilización y el hastío se vinculan de manera muy peligrosa: polarización, nacimiento de organizaciones antidemocráticas, abstencionismo… Es en este contexto en el que nos movemos.
Frente a una España rural que poco a poco está desapareciendo (y vaciando) el Estado no está haciendo frente a los grandes retos que se viven en el día a día del mundo rural. Y la cuestión es… si la Administración no puede poner límites al sistema capitalista que sustenta la división mundo urbano y mundo rural, ¿quién lo hará?
En Asturias tenemos una Estrategia para combatir el Reto Demográfico y en pocos meses (según se comenta) tendremos una ley que ofrecerá las soluciones a implementar para corregir la sangría demográfica que sufre nuestra comunidad. Si aquellas personas que lucharon por la democracia rural levantaran la cabeza o pudieran hablar en las instituciones responsables afirmarían que una ley no podrá cambiar una situación histórica de abandono y olvido. Se requieren verdaderas transformaciones sociales desde la participación social rural de todas las personas con independencia de su origen, sus ideas o cualquier otro elemento personal. A este respecto cabe reflexionar acerca de la composición del grupo de expertos/as que crearán la nueva ley: no hay ciudadanía a nivel de calle que habite en el medio rural y urbano. Nadie sobra en el debate de la cuestión rural.
Adrián Almazán (2016) afirmó en “Ruralidad o barbarie” que si queremos ofrecer alternativas a este modelo de construcción social debemos de renunciar a la mitología del progreso capitalista y potenciar “la reconstitución concreta de nuestra autonomía material y política”, en otras palabras, recuperar lo civilizado del mundo rural campesino tradicional y materializar nuestras aspiraciones a una emancipación humana. Tal como defendían muchos de nuestros abuelos y abuelas, la autogestión y la participación desde las bases pueden promover verdaderos cambios sociales. ¿Estamos dispuestos/as a ello?
Los tiempos actuales son muy difíciles para la mayoría de la población española. La atomización de la sociedad favorece la división y el conflicto. El “divide y vencerás” se reproduce en cada uno de los sectores interrelacionados de nuestra sociedad. Asumir que la participación ciudadana es la base para dar un mejor presente y un futuro más próspero para el mundo rural asturiano implica que dejemos las pequeñeces del día a día y veamos lo grandioso que es luchar colectivamente por el bien común, ese punto de encuentro que nos beneficia a todos/as y que sirve de apoyo mutuo. Nuestro mundo rural requiere de una revitalización social que pasa por la creación de puestos de empleo de calidad que ofrezcan expectativas y proyectos de vida. Sin dudar de la posible buena voluntad de aquellos representantes políticos de la sociedad civil, no debemos olvidar la esencia del sistema en el que nos movemos y analizar la realidad desde la honestidad y el compromiso.
Cuando el mundo rural arde, algo suyo se quema. Es hora de exigir aquello que nos co-rresponde por dignidad, es hora de potenciar un verdadero cambio social en beneficio de todas aquellas personas que viven en el medio rural asturiano, ofreciendo también oportunidades para que aquellos/as que tuvieron que marchar, vuelvan (si así es su deseo).
Si la ciudadanía rural no se organiza en unidades democráticas autogestionadas la esencia histórica de las xuntas se perderá y no habrá marcha atrás. Si por el contrario dejamos que otros/as hagan la política por nosotros/as el mundo rural irá desapareciendo sin remedio (¿durante cuánto tiempo?). Es hora de co-construir alternativas, desde el consenso colectivo y la movilización rural. De nuestra mano está revertir cada una de las decisiones erróneas que hemos tomado como sociedad. Hagamos posible el cambio. Ruralismo del siglo XXI o barbarie capitalista.