Existe un cuento, tanto en Asturies como en otros lugares de Europa donde una enorme serpiente de siete cabezas, en nuestro caso un cuélebre, atemoriza a la gente devorando ganado y causando destrozos llegando a exigir el tributo de una doncella.
Llegará el momento en que le tocará a suertes a la hija del rey. El monarca apenado ofrecerá la mano de su hija y una dote fabulosa a quien mate al monstruo. Nadie se atreve salvo un mozo, generalmente un pastor o alguien que no pertenece a la nobleza. El mozo entrará en la cueva del reptil y aprovechando que duerme le cortará las siete cabezas.
Dada la envergadura de la bestia, al no poder transportarlas, le corta las siete lenguas y las guarda en su bolso. Por allí pasará otro, que en algunos casos será un sastre, personaje que en algunos cuentos tradicionales encarna la cobardía. Cuando ve las cabezas cortadas se hace con un carro para transportarlas y se presenta así en la corte reclamando su recompensa. Cuando todo está a punto para la boda, el mozo se presenta y deshace el engaño mostrando las lenguas cortadas.
En una versión de Tañes (Casu) el cuélebre tiene una sola cabeza pero la narración es igual. El mozo pregunta «¿Vio usté una campana ensin mayuelu y una cabeza ensin llingua?» Una de las versiones más antiguas la encontramos en el Ciclo Artúrico: entre las muchas hazañas de Lanzarote del Lago, figura dar muerte a un dragón. El héroe tendrá la previsión de cortarle la lengua a la bestia. Después la mostrará delatando al impostor.
Este tema tenía tanto arraigo que llegó a atribuirse a un personaje real. José González Prida de La Felguerina, más conocido como El Cazaorín de Caliao (Casu), que murió en 1817 en Brañafría y fue montero de Carlos IV, se dice que una vez mató un gran oso en La Roble, pero no podía transportarlo. Fue a por ayuda pero tomó la previsión de cortarle la lengua. Cuando volvió le habían robado la pieza unos cazadores alleranos. Les siguió la pista hasta dar con ellos que estaban jactándose de haber cazado al oso. El Cazaorín les siguió la corriente delante de todos hasta que dijo: «Esi osu nun tien llingua». Asombrados abrieron la boca del oso y el Cazaorín remachó: «La llingua téngola yo porque esi osu cacelu yo».