En la anterior entrega ya pudimos comprobar que la Navidad no es una celebración exclusivamente cristiana, puesto que absorbe antiguas fiestas paganas dedicadas a festejar el solsticio de invierno.
Un ejemplo lo tenemos en la Navidad de los países escandinavos, conocida como la fiesta del Jol. El Señor del Jol (“Jolnir”) es uno de los nombres de Odín, fiesta también de los fallecidos. En Noruega Odín y un cortejo de muertos viajan de noche por los poblados requiriendo y cogiendo cerveza y alimentos. Odín, al igual que Jesucristo, fue colgado/crucificado de un árbol para después renacer lleno de sabiduría -está claro que las religiones se solapan unas a otras- pero lo que nos interesa de estos cortejos oscuros que reciben ofrendas es la similitud que tienen con las mascaradas de invierno asturianas, llamadas “Aguinaldos”, y que nada tienen que ver con los villancicos que cantan los críos en las ciudades acompañados de una pandereta a cambio de dulces o monedas. Para empezar, el Aguinaldo era cosa de los mozos solteros que salían a pedir bebida o comida el día de Navidad, Año Nuevo y Reyes. Iban revestidos con pieles y cencerros, y había personajes fijos: la cardadora, una vieja con las cardas de la lana que venía a simbolizar el invierno; el oso, vinculado a la fuerza generadora y el bosque, en algunos lugares sustituido por el diablo (gran cajón de sastre y palabra polisémica que bien podía aglutinar a los antiguos genios del bosque); el ceniceru, que embadurnaba con ceniza, (la ceniza se emplea como fertilizante), el Xamasqueiru (que llevaba un xamascu-ramo-de acebo) y un largo etcétera. Venían a simbolizar esos personajes oscuros a las fuerzas de la naturaleza a los que se ofrendaban licores, frixuelos y viandas en todas las casas. Era buena señal ser visitados esa noche por ese cortejo “infernal”.
Las canciones eran del tipo:
“Esta casa si ía casa
estas sí que son paredes
onde viven sol y lluna
la hermosura las muyeres”.
En el caso de que en la casa no diesen nada se cantaba:
“Allá arriba n’aquel altu
hai una perra cagando
pa los señores d’esta casa
que nun mos dan l’aguinaldu”.
Buenos ejemplos de este tipo de mascaradas de invierno son el guirria de San Xuan de Beleñu (Ponga) o la celebración de Os Reises (Valledor en Allande y en el conceyu de Ibias). También los aguinaldos a caballo de Amieva, que por suerte todavía siguen celebrándose.
Este tipo de celebraciones se extendió por toda la Europa previa al cristianismo, que intentó erradicar estas prácticas. Cesáreo de Arlés decía: “Hay algunos campesinos que, en esta noche, preparan mesas con muchos manjares (…) convencidos de que las calendas de enero traerán suerte (…) De aquí también la costumbre entre los paganos de cubrirse estos días el rostro de máscaras obscenas y deformes (…) Algunos se ponen pieles de animales como la cabra, otros cabezas de animales, felices y contentos si consiguen transformarse hasta tal punto en seres animalescos (…) ¡Qué torpe e indigno espectáculo ver a individuos, que habiendo nacido varones, se ponen vestidos femeninos (…) sin avergonzarse de meter los rudos bíceps de soldado en túnicas femeninas(…)”.
Audoeno de Rúan remataba diciendo: “Nadie durante las calendas de Enero (…) Se disfrace de vaca, de ciervo o de otro animal, ni tenga puesta la mesa durante la noche, ni distribuya regalos ni se abandone a la embriaguez (…) Al final el catolicismo tuvo que maquillar y adaptar los antiguos ritos que, a poco que raspemos el barniz, afloran en multitud de manifestaciones.