Dinosaurios, hombres primitivos, campesinos, marineros e indianos han dejado su impronta en el concejo riosellano. Estos encantos efímeros se suman a una naturaleza impasible que se asoma al Cantábrico.
Hay quien se acerca a Ribadesella por el placer de bañarse en las cristalinas aguas de sus playas -comandadas por Santa Marina, reconocida con la Q de Calidad Turística-, o por el encanto de pasear sobre sus acantilados. Sus frondosos bosques y numerosas cuevas, sumadas a un paisaje de valles y montañas a los pies de los emblemáticos Picos de Europa, ofrecen el contrapunto verde y refrescante a las playas.
Otro de los motivos para visitar Ribadesella son las huellas que la historia ha dejado en su paisaje y en las calles de la villa. Los dinosaurios nos recuerdan que hollaron estos parajes a través de las icnitas que han quedado estampadas en la Punta’l Pozu, la Playa de Vega, los acantilados de Tereñes y los de Arra. Los ancestros más antiguos dejaron su arte en la piedra de las cuevas del macizo de Ardines, entre las que destaca la Cueva de Tito Bustillo, declarada Patrimonio de la Humanidad.
En los pueblos del concejo se encuentran los vestigios de la forma de vida tradicional, de la que se conservan hórreos, paneras y palacios rurales. Mientras, en la costa se aprecian las casas marineras como recuerdo del pasado y las casas indianas, reflejo de la inmigración. Hoy todo ello se ha reinventado y puesto al servicio del turismo.