Los emprendedores comparten con los aventureros esa pasión por los retos y por descubrir nuevos caminos para alcanzar sus metas. Montse e Íñigo, Emma y Sari, están empezando esta gran aventura convencidos de que todo largo camino empieza con un primer paso… Ellos lo han dado.
Íñigo Prieto y Montse Bosch acaban de abrir la Casona Angliru en Riosa, en el Km 0 de la subida al mítico coloso. Esta típica casa asturiana está dividida en dos cómodos apartamentos rodeados de naturaleza en su estado puro. Les gustó este sitio porque estaba virgen en cuanto a turismo se refiere y vieron en este entorno mucho potencial por descubrir. «Por parte materna, mis abuelos eran de aquí. En un momento determinado por distintas razones nos acercamos a este lugar, al principio no con intención de quedarnos pero luego nos encontramos tan a gusto que empezamos a dar vueltas a la cabeza, salió una oportunidad y la aprovechamos», comenta Íñigo. No pueden negar que ambos llevan en su ADN el espíritu de aventura y este proyecto es otro reto más. «Antes de venir definitivamente, hicimos la mudanza y después nos fuimos a Ghana (África), algo que teníamos ganas de hacer. Estuvimos un mes viajando por el país y luego trabajando en una fábrica de bicicletas de bambú. Aprendimos a hacerlas, nos construimos unas y vinimos con ellas a España recorriendo siete mil kilómetros y atravesando siete países», comenta Montse.
«No vinimos con intención de quedarnos, pero surgió una oportunidad y la aprovechamos» (Íñigo de La Casona Angliru)
«Trabajo como guía cicloturista y a los dos nos encanta tanto andar en bicicleta como todo lo que son actividades al aire libre. Las bicis de bambú funcionan fenomenal y nuestra intención es montar una fábrica aquí. Lo tenemos todo pensado. La idea es, un par de veces al año, ofrecer la oportunidad a los que se hospeden en la Casona Angliru de vivir la experiencia de construir su propia bicicleta de bambú. De momento, hemos puesto en marcha los apartamentos con el fin de conseguir rentabilidad para poder dar el siguiente paso que sería este ambicioso proyecto».
Iñigo añade que desde que llegaron están encantados con todo el vecindario, «nos han acogido fenomenal y están siempre dispuestos a ayudar». Desde el pasado mes de septiembre en la zona de La Puente Alta están en marcha estos alojamientos. Para el segundo proyecto habrá que esperar un poco más. Pero en su cabeza siguen brotando ideas también para el concejo. «Este es un lugar virgen con muchas posibilidades», reflexiona Íñigo.
Por otra parte, Emma Álvarez de Villamer y Sari González de Muriellos gestionan desde hace unos meses Ecopitas, una granja de gallinas ecológicas en Morcín. No se trata de una granja al uso, aquí cada cliente puede apadrinar su propia gallina y disfrutar de treinta huevos frescos al mes. Luego, la propia granja dona, en nombre de quien apadrina al animal, media docena más a un comedor social. El proyecto como tal nace en la mente de Emma, ingeniera de topografía, cuando se queda en paro. Tras varios meses de asesoramiento y estudio, la idea toma forma y se convierte en un proyecto al que se suma Sari. Había que buscar una finca y querían que fuese en Riosa, pero cuando hablaban de gallinas surgía el inconveniente de que estropeaban las fincas. Al final encontraron un terreno entre Riosa y Morcín que reunía todas las características necesarias. «Hace dos años que empezamos con los primeros trámites, nos ha costado mucho sacarlo adelante, hubo momentos muy duros pero ahora tenemos una gran satisfacción al verlo ya en marcha», apunta Sari. Reconocen que aunque al mando de Ecopitas están las dos socias, nada de esto hubiera sido posible sin la ayuda de sus familias y amigos, por eso les estarán eternamente agradecidas.
No se trata de una granja al uso, aquí cada cliente puede apadrinar su propia gallina y disfrutar de treinta huevos frescos al mes
«Hace varias semanas que entraron las gallinas. Ahora están dentro de la nave en un período de adaptación. Están empezando a poner y tienen que acostumbrarse. Luego saldrán fuera y pasarán el día al aire libre. La nave permanecerá abierta para que entren a comer cuando quieran y luego, deben de descansar ocho horas», explica Sari. Son criadoras de gallinas felices, es decir, animales que solo comen pienso ecológico, tienen amplios ponederos y viven en semilibertad.
La idea de apadrinar una gallina está teniendo más aceptación de la que se habían imaginado y eso ayuda a la financiación, pero hay que buscar puntos de venta en comercios, mercados, hostelería, grupos de consumo. «El mayor trabajo vendrá cuando empiecen a poner. Calculamos que en buena época pueden ser unos quinientos huevos diarios que hay que recoger, bajar a la sala de clasificación, pesar, sellar, envasar y luego hacer el reparto». Una atención continuada que deberán hacer los 365 días del año. Pero si hay algo de lo que pueden presumir estas emprendedoras es de entusiasmo y hasta una pizca de orgullo por el valor de lo bien hecho.