Con 25 años de trayectoria, Ediciones Trea ha recibido el Premio Nacional a la mejor labor editorial 2014. El jurado valoró especialmente el compromiso ‘con una temática poco tratada, como es la gestión cultural’.
Trea es, según su director editorial, una empresa familiar en un doble sentido. Literal, porque detrás está el compromiso de la familia Muñiz Piniella, y figurado porque el equipo de trabajo ha hecho piña en torno a una profesión que tiene mucho de vocacional. Al frente de este particular clan está Álvaro Díaz Huici, a quien los reconocimientos al trabajo bien hecho no le vienen de nuevas.
-El jurado del premio ha valorado el catálogo relacionado con gestión cultural. ¿Por qué este interés en un tema, a priori, árido?
-Trea nació, hace 25 años, con una cierta vocación de editar temas regionales -de hecho tenemos un fondo de carácter asturiano nada desdeñable- pero ya entonces teníamos planes de expansión a temas más universales, literatura en general, poesía, narrativa… Un amigo, Emiliano Fernández Prado, nos recomendó empezar a trabajar en todo esto que hoy parece tan evidente, y que podríamos englobar como gestión cultural. Él, que fue Director General de Cultura en los tiempos de Pedro de Silva, se daba cuenta de que en aquel momento todas las infraestructuras culturales en España estaban por hacer, y esas infraestructuras luego iban a necesitar teoría, doctrina, profesionales… El primer libro que editamos fue del propio Emiliano, y el título ya entonces definía lo que iba a ser la colección: «La política cultural: qué es y para qué sirve». Si te soy sincero, yo pensé que el tema daría para quince o veinte títulos, y ya llevamos más de trescientos, porque además hay muchísimas ramificaciones.
-Aunque se lleve todo el mérito, no es la única colección de importancia de Trea.
-Es cierto que a veces esta colección, que nos dio el éxito editorial, nos crea un cierto resentimiento como editores, porque su potencia es tal que tapa otras líneas también importantes, en las que desarrollamos un gran esfuerzo. Un ejemplo es la colección de gastronomía «La comida de la vida», en donde tratamos la comida como un hecho cultural; no hacemos gastronomía popular ni recetarios de venta masiva, sino que publicamos libros de carácter histórico, de interpretación sociológica y antropológica del hecho alimentario, en la medida en que cada momento de la alimentación revela también una época.
«La crisis es devastadora para todos los sectores, así que un premio se siente como un reconocimiento. Pero también lo vives como un sarcasmo, porque piensas ‘sí, palmadas las que quieras, pero ayudas efectivas, reales, no las hay»
-Personalmente, no es la primera vez que recibe un Premio Nacional de Edición.
-En tiempos previos a Trea yo pertenecía a una sociedad que se llamaba Ediciones Urrieles, esencialmente enfocada a ediciones de arte y bibliofilia. Nuestro primer libro fue Valdediós, con textos de Santiago Santerbás e ilustraciones de Rubio Camín. Con él fuimos Premio Nacional de Edición (1988) y medalla de plata en los Libros más bellos del mundo en Leipzig. Y después (1989) recibimos de nuevo el Premio Nacional de Edición con Semblanza de Gijón de Pelayo Ortega y Francisco Carantoña.
-Aparte de la satisfacción personal, ¿estos premios sirven para algo?
-En aquel caso eran libros caros, creo recordar que se vendían a 150.000 y 200.000 pesetas. El primer libro eran sólo cien ejemplares que conseguimos vender con un gran esfuerzo comercial, porque era un producto extremadamente bello, que se vendía como cualquier pieza de arte. Después nos dieron los premios y obviamente las cien personas que habían comprado el libro se sintieron gratificadas, así que cuando sacamos el siguiente estaba prácticamente vendido a la misma gente. Para eso sirve: te avala, te ratifica que estás en el buen camino.
En el caso de Trea, más de 25 años después, se recibe con agrado. Llevamos seis años muy malos, la crisis es devastadora para todos los sectores, así que un premio a una labor de conjunto se siente como un reconocimiento. Pero también lo vives como un sarcasmo, porque piensas «sí, palmadas las que quieras, pero ayudas efectivas, reales, no las hay». Quiero decir que no deja de estar en el ámbito de lo superfluo, y nosotros seguiremos trabajando con premios y sin ellos.
-Las bibliotecas van a empezar a pagar un canon para compensar a los autores por los préstamos. ¿Va a afectar de alguna manera a los editores?
-No lo sé, es una polémica que dejé de seguir hace tiempo. Yo no entiendo esa cultura de la gratuidad que exigen algunos, la misma gente que no daría gratis su trabajo. Hacer un libro, aunque sea digital, cuesta mucho trabajo, y detrás hay un montón de gente que tiene en esto su medio de vida. Y mientras la sociedad sea un mercado, a esa gente hay que pagarle. Dicho esto, sacarle todavía más derechos a las bibliotecas me parece un error, porque cuando la biblioteca paga el libro que compra, ahí ya están incluidos los derechos. Que luego el libro tenga mucho o poco uso, es otro tema, como si yo compro un libro y lo leen los treinta miembros de mi familia.
«Cuando surgió la difusión digital, creo que todos los editores nos asustamos. Lo entendimos como una avalancha que nos iba a arrastrar, pero lo curioso es que no ha pasado nada: no funciona»
-Con la pelea entre el libro electrónico y el impreso todavía vigente, Trea cuenta con un importante catálogo en formato digital. ¿Qué tal funciona?
-Cuando surgió, creo que todos los editores nos asustamos un poco con el tema de la difusión digital. Lo entendimos como una tarea apremiante, como si fuese una avalancha que nos iba a arrastrar, pero lo curioso es que no ha pasado nada: no funciona. No digo que no vaya a hacerlo, pero de momento es así. Y no es solo nuestro caso, sino que preguntas a otros colegas y estamos todos igual, seguimos vendiendo libros en papel.
Tengo que decir además que el presumible éxito de la edición digital no cuestiona a las editoriales sino al resto de tramos del proceso: distribuidores, libreros, artes gráficas… Pero el libro es el artilugio intelectual, no el soporte, y lo que hace un editor es seleccionar, dar credibilidad, conformar un catálogo. Esta labor no va a desaparecer. Es más, desde el punto de vista de la lógica empresarial, cuanto más vendiésemos en digital, mejor nos iría: menos inversión, una recuperación más directa y rápida del dinero, diversificación de riesgos, un contacto más directo con el consumidor último… Por nuestra parte no hay el menor recelo, al contrario.
-El mundo editorial está en permanente crisis. Sin embargo, frente a un mar de bestsellers aguantan editoriales pequeñas, como Trea, e incluso surgen otras nuevas, que apuestan por la especialización en los contenidos y el cariño en la edición. ¿Es esta la manera de mantenerse?
-Si hablamos de editoriales serias, no de las que trabajan sólo por el oportunismo comercial, para resistir hay que hacer una inversión. Esto es una maratón, no son los cien metros lisos, y eso significa la consecución de un catálogo coherente, riguroso y necesariamente especializado, en lo que sea. Una editorial que quiera durar en el tiempo debe tener un catálogo con personalidad, que es lo que te identifica con un público.
-Dando por hecho que uno no se mete en esto para hacerse rico, ¿cómo se sobrevive en el mundo editorial?
-Desde el punto de vista empresarial, una editorial tiene una mecánica complicada, con unos márgenes de actuación muy justos. Las inversiones son continuas, con una recuperación a largo plazo y con un alto riesgo, porque cada libro es una apuesta, nunca sabes previamente si vas a acertar. El libro oportunista está sujeto a modas: o lo vendes en seis meses o no lo vas a vender en la vida. Mientras que en editoriales como la nuestra la clave es la constitución de un fondo que tenga un interés permanente, donde muchas veces tienes que editar libros que sabes que no son rentables, pero que son necesarios para dotar de coherencia a un catálogo. Hay que saber equilibrar todos esos factores, y sobre todo ser austeros. La gente se cree que el modelo de las editoriales es Planeta, pero no: el 80% de las editoriales son pequeñas y medianas, que aguantan la crisis porque saben resistir. Un negocio editorial no es boyante ni siquiera en tiempos de bonanza, es un sector modesto donde todo es más bajo: los sueldos, los objetivos, los beneficios… pero al menos trabajamos en lo que nos gusta.