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viernes 26, abril 2024

Ana Inmaculada Adeba, bióloga, ganadera y Mujer Rural 2020. “El esfuerzo no tiene género”

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Le apasiona la vida porque ve en ella mucho que aprender y es un ejercicio que pone en práctica todos los días. Inmaculada es ganadera pero bien podría haber sido maestra, y los niños de ciudad que acuden a su casa en Villayón descubren con esta experiencia que tienen su propio gen granjero. La asturiana, que este año ha conseguido el galardón Mujer Rural 2020, muestra un profundo amor por los animales y ha hecho de su colaboración una forma de vida.

Fotos: Yeguada Albeitar

Quien llega a la finca de turismo rural que gestiona esta emprendedora junto con su marido Benito y sus hijos no puede evitar sorprenderse. Al verde y espectacular paisaje que le rodea hay que sumar otros ingredientes menos habituales, como la presencia de Caruso, una lechuza doméstica, o de Aria, un águila de Harris que también realiza sus vuelos antes de posarse en la mano de la mujer que hace treinta y cinco años dejó la ciudad para instalarse en el campo.

La sorpresa acaba solo de empezar en este rincón del occidente asturiano que aúna un hotel rural con una explotación caprina orientada a la producción láctea, una yeguada de caballos árabes y una explotación de miel con marca propia. Y eso, de momento, pues ya hay nuevos proyectos a la vista.

Ana Inmaculada Adeba con la lechuza 'Caruso' en su casa de Villayón
Inmaculada con la lechuza ‘Caruso’ / Foto: Yeguada Albeitar

-Hace treinta y cinco años eras una mujer de ciudad, de Avilés en concreto, pero en un momento determinado te instalas en Oneta con tu marido que es veterinario y creas la yeguada de caballos de pura raza árabe Albeitar. Sumergirte en el medio rural supone todo un cambio, pero ¿es este un viaje de regreso al origen, a lo natural?
-Pues evidentemente sí, porque nuestra naturaleza genética es esa. Antes de la revolución industrial estaba todo el mundo en el campo y la historia genética como humanidad pesa mucho. En comparación, apenas es un segundo de vida lo que llevamos los humanos en las ciudades.

-Ahora parece que se mira al campo de otra forma, con una mayor valoración.
-Sí, sobre todo porque la gente asocia el campo a las vacaciones. Es muy fácil ir a pasar una semana al campo y conocer lo que genéticamente tienes como especie, pero no pasar los 365 días del año trabajando con condiciones duras. Pero privilegios y dificultades los hay tanto en el campo como en las ciudades, no es lo mismo una persona que en la ciudad tiene medios económicos y tiempo para el ocio que otra que trabaja catorce horas para sobrevivir. Todo depende de que tengas la capacidad de desarrollarte como persona y de elegir en libertad. Esta es la guerra de la humanidad, al igual que en la naturaleza aquí no hay nada rosa. Ahora todo se distorsiona y parece que estamos en el mundo feliz de Bambi, pero la vida es una lucha continua contra el hambre y contra la muerte. Es un proceso que consume mucha energía y termodinámicamente es un esfuerzo grande y hay que invertir tiempo y trabajo. El que piense que no es así verá que no hay atajos.

“Ahora todo se distorsiona y parece que estamos en el mundo feliz de Bambi, pero la vida es una lucha continua contra el hambre y contra la muerte”

-Como bien dices, la vida en el campo no es tarea fácil. ¿Cuál ha sido la mayor dificultad al tener que recrear tu vida en el occidente asturiano?
-Precisamente la distancia con el ocio habitual que tenía, aunque es verdad que mi ocio siempre estuvo vinculado al campo, porque ya de niños íbamos a la montaña, la playa… A mi padre le gustaba mucho pescar y en época de truchas los fines de semana nos íbamos al último riachuelo de Asturias. Estuve en la ciudad viviendo circunstancialmente, así que fue una evolución casual pero dirigida. Cuando vinimos a Villayón tuve que renunciar a muchas cosas porque entonces estábamos a tres horas y pico de Avilés. De aquella, hace treinta años, no existía el hospital comarcal de Jarrio, solo había un teléfono público en el bar-tienda del pueblo y todavía había carreteras en el concejo sin asfaltar. La mejora ha sido espectacular, no solo en infraestructuras, también en educación y en sanidad; algo que tendrían que tener en cuenta los que estén a punto de animarse y volver al mundo rural. Ahora queda por avanzar en las infraestructuras tecnológicas y tenemos el problema del declive poblacional, así que si no se invierte en la conservación de todo lo conseguido nos espera un futuro de abandono que no deseamos los que nos hemos adaptado. Esto es una lucha imparable y siempre hay algún problema nuevo que hay que ir sorteando. Es una pelea continua por la supervivencia a nivel global como especie y particular en el recinto de la vida de cada uno.

-Una vez dijiste en una entrevista que “la ciudad te da riqueza, pero el campo te da valor”. ¿Cómo hay que entender esto?
-Hay que diferenciar lo que es tener dinero de lo que es tener riqueza. Por ejemplo, la cría de caballos en nuestro caso fue un elemento de cohesión y nos daba la posibilidad de salir de aquí puntualmente a la hora de ir a concursos y mostrar el género. Nuestras vacaciones eran los concursos de caballos; había que ir en unas fechas y te ayudaban a conocer gente, a viajar y a hacerlo en familia porque los caballos nos gustan a todos. Después de muchos años, la rentabilidad de la explotación de la yeguada tiene un valor añadido de riqueza en cuanto a que fue una fuente de satisfacción familiar y eso no lo puedes cuantificar con un cálculo económico. Con esta actividad cubrí gastos, gané dinero, pero sobre todo tuve la posibilidad de ampliar la riqueza en el sentido que te estoy diciendo.

“Nuestros hijos han valorado nuestro trabajo y quieren seguir en ello porque es lo que llevan haciendo desde que nacieron”

-Tenéis en marcha varios proyectos. Habéis diversificado y lo hacéis gracias a una estructura familiar comprometida con el proyecto. ¿Qué habéis hecho bien para que vuestros hijos quieran continuar con esta actividad?
-Nuestros hijos han valorado nuestro trabajo y quieren seguir en ello porque es lo que llevan haciendo desde que nacieron. Les dimos tarea desde pequeños; nosotros íbamos a cuidar los animales y ellos participaban. Yo podía coger una cesta de tres kilos y el niño una de tres gramos, pero no lo ponías a jugar a la Play. Es lo de ‘donde fueras haz lo que vieras’, con un aprendizaje derivado de trabajar juntos, de disfrutar de las compensaciones juntos y de integrarlos en la actividad. Ahora cualquier niño de campo conoce muchas cosas, y cuando recibimos a gente de ciudad te hacen unas preguntas que alucinas, como por ejemplo, la biología de las gallinas de cuándo hay pollito o cuando no hay, es algo que nadie entiende.
Cuando lo trasladas al espacio urbano ves que el desconocimiento que hay es brutal, y así vienen las consecuencias de los istmos que hay ahora y que distan tanto de la ciencia de la ecología: el animalismo, el ‘ecologisterismo’…

-¿El medio rural permite formar seres humanos más completos?
-Sí, porque estás con la realidad de la naturaleza continuamente, estás luchando contra los elementos y tienes que realizar un esfuerzo y este esfuerzo te puede compensar si haces las cosas con cabeza. Cuando estás jugándote tu patrimonio, cuando tienes el régimen de autónomo, antes de meterte en algo tienes que echar muchas cuentas. Cuando tus hijos te ven hacer eso lo aprenden de forma innata como aprenden a caminar, y yo creo que la razón de que nuestros hijos quieran seguir con nuestro estilo de vida es por eso. Son dueños de sus decisiones, de su trabajo, y aprenden que tienes que estar siempre aprendiendo de esta vida.

“Jamás he tenido ningún problema por mi condición de mujer, y sin embargo, he podido asistir a cursos de formación a los que no podían asistir mis hijos por su condición masculina; esto me parece terriblemente injusto”

-En todo lo que ha sido el desarrollo de este complejo que tenéis ¿qué papel juega el matriarcado?
-En estos tiempos cualquier cosa que se haga si está encabezada por una mujer tiene un valor añadido, pero yo rehúyo de toda discriminación, ni positiva ni negativa. Jamás he tenido ningún problema por mi condición de mujer, y sin embargo, he podido asistir a cursos de formación a los que no podían asistir mis hijos por su condición masculina; esto me parece terriblemente injusto. No estoy de acuerdo con la discriminación positiva porque están marcando una diferencia que quizá no la hay.

Mi madre era maestra en una época en la cual la gente no estudiaba y dejó el magisterio en un momento en el que no podía compaginarlo con la casa. Fue una elección para estar más cerca de sus hijos y yo lo que he hecho es un poco lo mismo. Todo lo que hice fue un esfuerzo personal sumado al esfuerzo personal del resto de la familia, independientemente del sexo que se tenga. Me formé igual que lo hizo mi hermano y jamás tuve un beneficio ni un prejuicio por mi condición femenina; el esfuerzo no tiene género.

-¿El secreto de sobrevivir está en tejer redes?
-Nuestra historia como especie ha evolucionado porque se ha cooperado y colaborado. El ejemplo lo tienes en un hormiguero, ahí cada hormiga hace lo que debe y lo que sabe.
En nuestro caso igual somos demasiados, pero nuestro éxito se debe a compartir el conocimiento entre los miembros de nuestra especie. Cooperar, innovar y poner en común, tejer redes con unos nudos fuertes que cuanto más se tensan, cuantos más problemas hay, más duros se hacen. Hay gente que no se apunta al nudo y al final tira la toalla, y quien dice personas, dice civilizaciones, pueblos… Desde que somos humanidad seguimos haciendo lo mismo: enfrentándonos a otros y luchando como la naturaleza misma con la guerra del hambre. Esta es nuestra batalla, igual que la batalla del lobo es merodear y ver si puede comer, pues lo mismo.

Ana Inmaculada Adeba, bióloga, ganadera y Mujer Rural 2020
Foto: Yeguada Albeitar

-Bióloga, jurado internacional de caballos árabes de pura raza, cocinera en los fogones del hotel, promotora de turismo rural y maestra en materia de agroturismo con niños a los que enseñas el día a día. ¿Con qué parte disfrutas más?
-Podría decirte que con la transmisión del conocimiento, que es algo que me apasiona, pero la verdad es que con todo. Por ejemplo, considero que la cocina es la expresión máxima del arte porque engloba la satisfacción de todos los sentidos. Tú haces un plato y estás haciendo una pintura con sabor, con aroma y con textura, es como crear y ser artista.

Conocer algo que me apasiona y trasladarlo, sobre todo al público infantil que es el que mejor que hay, es tal vez lo que más satisfacción me da. Cuando haces feliz a un niño y encima tienes constancia de que le estás estimulando para que aprenda, disfrutas enormemente. Con ellos vamos a ver qué huellas y rastros de animales salvajes encontramos. Con solo un paseo de dos minutos a la puerta de casa ya tenemos cosas para ver, como un hormiguero de hormigas rojas o un islote donde los lagartos verdinegros salen a tomar el sol, y todo al lado del hotel. Pueden pasarse tres horas analizando los esqueletos de ratones que hay en las egagrópilas de las aves rapaces y se olvidan del teléfono y de la playa, están absolutamente ensimismados con el aprendizaje.

“Cuando a los niños les enseñamos cómo es el proceso de la ganadería industrial y les dejamos que den el biberón a los cabritos, después no quieren comer cabrito porque les da pena”

-El vídeo del READER te mostraba con una lechuza y un águila, además de varios animales domésticos… En el campo ¿la familia se extiende más allá de las fronteras humanas?
-Por supuesto, porque los seres vivos estamos interrelacionados y cooperamos. En la naturaleza, por ejemplo, no tiene sentido que una cabra para dos veces al año y que tenga seis cabritos porque si eso fuera así estaríamos invadidos, mientras que en la ganadería eficiente maximizamos el confort de los animales para que no se pierda nada de lo que nace.
Y pasa algo muy curioso cuando a los niños les enseñamos cómo es el proceso de la ganadería industrial y les dejamos que den el biberón a los cabritos, después no quieren comer cabrito porque les da pena. Pero para que los cabritos sobrevivan los criamos con respeto, viven en una nave con calefacción y con mucho respecto se le sacrifica y con mucho respeto nos lo comemos porque les hemos dado una buena vida. Si no los tratásemos absolutamente bien no tendríamos comida y para vivir necesitas energía y tienes que comer.
Cuando una vaca da leche biológicamente la da para su cría, si quieres tener leche para que toda la humanidad pueda tomarla en su café tenemos que criar vacas más eficientes y productivas, y no debemos culpabilizarnos como especie porque estemos optimizando un rendimiento que nos permite vivir.

Ana Inmaculada con 'Aria', un águila de Harris
Inmaculada con ‘Aria’, un águila de Harris / Foto: Yeguada Albeitar

-¿La cetrería es otra de tus aficiones?
-Es el último descubrimiento. A mí siempre me gustó la observación de los animales salvajes y también el proceso entre lo bravo y lo doméstico. Cuando compras un caballo lo primero que tienes que quitarle es el instinto de huida rápida hacia algo que desconoce, porque él no procesa el pasado y el futuro; cualquier animal reacciona por instinto en el momento. En el caso de un águila, conseguir que el primer día que lo sueltas regrese a ti a través de la impronta y del trabajo te produce una emoción muy grande.

Es muy bonito sentir que te puedes comunicar con los animales. Cuando has abierto esa puerta disfrutas lo mismo haciéndolo con un caballo, con las cabras que se ponen contentas al verte, con los pájaros e incluso con los lagartos que cada año me dejan acercarme más sin asustarse. Y luego están las lavanderas que año tras año ponen sus huevos en las macetas del balcón y ya no les importa que abras la ventana porque se sienten seguras.
Los niños disfrutan con todo esto, cualquier niño de ciudad tiene un gen granjero y cuando lo despiertas es como si les abrieras una ventana más.

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