“Usted es príncipe por azar, por nacimiento; en cuanto a mí, yo soy por mí mismo.
Hay miles de príncipes y los habrá, pero Beethoven sólo hay uno”
(Ludwig van Beethoven)
Beethoven fue un compositor nacido en el año 1770, director de orquesta, pianista y profesor de piano alemán. Su abuelo y su padre fueron asimismo músicos. Su padre fue tenor de la corte de Berlín y estaba obsesionado en convertir a su hijo en un erudito.
La niñez de Beethoven fue difícil, su padre era alcohólico, tenía seis hermanos y en muchas ocasiones tenían que salir por las noches a buscar a su padre al que encontraban en no muy buenas condiciones.
No era buen estudiante así que su padre lo sacó de la escuela a los diez años para que se centrara solamente en la música. Castigaba a su hijo casi a diario obligándole a ponerse al piano, lo trataba con dureza y, a veces, lo encerraba en el sótano. También consideró a su hijo como elemento proveedor de algún dinero así que ofrecía a algunas personas a acudir a su casa a escuchar al niño cobrándoles entrada.
Así que uno puede cuestionarse ¿cómo Beethoven, dadas estas circunstancias, no llegó a odiar la música? Parece ser que la imagen de su abuelo fue su tabla de salvación, deseaba ser el músico que era su abuelo.
No iba a la escuela, así que correteaba por la casa y por las calles e iba tan sucio y desaliñado que una vecina le llamó la atención a lo que respondió con un argumento inesperado: “Cuando yo sea un dios esas cosas no tendrán la menor importancia”.
Pero los traumas de su infancia y la falta de socialización hacen que nunca llegue a comprender bien la dinámica de las relaciones humanas y se convirtiera en una persona con mal carácter, egoísta y huraño.
Los traumas de su infancia y la falta de socialización hacen que Beethoven nunca llegue a comprender bien la dinámica de las relaciones humanas y se convirtiera en una persona con mal carácter, egoísta y huraño.
Pero sigue adelante con su interés por la música y sus clases de piano. Se muda a Viena y a los 25 años se considera una celebridad. Pero algo importante debía de aprender: bailar. Es por ello por lo que tomó clases de danza sin buen resultado y es que, en aquel momento histórico, la vida musical y la alta sociedad estaban profundamente enlazadas. Era necesario moverse con soltura en los salones para los galanteos propios de un joven porque era en tales ambientes donde cabía la posibilidad de una boda ventajosa dada la aceptación social que se concedía a los intérpretes de talento.
Así que nuestro “genio” no tuvo demasiado éxito con las mujeres. Además, según describe un discípulo, carecía completamente de gracia física, sus movimientos eran torpes y desmañados y a cada momento volcaba y rompía cosas. En varias ocasiones derramó el contenido del tintero sobre el piano. Ningún mueble a su alcance quedaba libre de daño, menos aún las piezas valiosas, todo lo tenía tirado, sucio y estropeado.
Su principal apoyo, entre los 24 y 27 años, fue el príncipe Lichnowsky que lo tuvo invitado en su casa ya que en aquellos momentos la invitación a los talentos musicales era, además de admiración, un deber de mecenazgo. Era una forma de iluminar la propia figura con el resplandor del invitado.
Sin embargo, Beethoven respondía con desplantes para convencerse a sí mismo de que no estaba en deuda con su protector, en cambio Lichnowsky se complacía en lisonjear y adular al genio musical. Tanto es así que llegó a ordenar a su servidumbre que si él y Beethoven pedían algo simultáneamente, que atendieran antes a su invitado, pero cuando éste se enteró contrató a un criado propio al día siguiente.
Nuestro “genio” no tuvo demasiado éxito con las mujeres: carecía completamente de gracia física, sus movimientos eran torpes y desmañados y a cada momento volcaba y rompía cosas.
Se le antojó practicar la equitación e inmediatamente el príncipe puso los establos a su disposición, entonces el genio inmediatamente compró un caballo para demostrar su independencia. Luego olvidaba las consecuencias de estos arranques de amor propio y dejaba sin comida al caballo y sin pagar las cuentas que debía, enfadándose cuando se las reclamaban.
Y es que Beethoven durante toda su vida resultó una calamidad, también en el cuidado personal y del hogar. Dicen que el músico cuarentón llegaba a ser repulsivo. La mayoría de los que le visitaban en su casa coinciden en las condiciones en que los recibía, lo cual les producía indignación a unos y lástima a otros, ya que sobre las sillas del salón había platos con restos de comida de días anteriores. Bajo el piano un orinal que no estaba vacío, escupía por la ventana y como veía mal se confundía y hacía diana en el espejo.
También se dice que la mayoría consideraba como desdenes muchos de sus actos. En las fastuosas veladas musicales vienesas tendía a permanecer solitario y adquirió fama de rudo, orgulloso y desagradecido. Le necesitaban como estrella para el relieve de la reunión pero no le apreciaban como persona.
Goethe dijo lo siguiente: “Hay perros que ladran y no muerden. Beethoven es un perro que ladra y que muerde… Ese hombre tan desagradable”.
Desarrolló la más tortuosa hipocondría. Comenzó a quejarse constantemente de un mundo perverso, lleno de maldad, traiciones y engaños. Insistía en que no quedaba un hombre honesto, veía el aspecto más negro de cada cosa. Llegó a sospechar de su cocinera que le había servido fielmente durante años y la despidió sin razón alguna.
Sus conocidos le convencieron de que la readmitiera y así lo hizo, pero a la buena mujer no le hicieron un favor sino todo lo contrario, si sospechaba que algo estaba en malas condiciones la llamaba a gritos y le arrojaba la comida.
Cuéntase que en una ocasión, disgustado por la calidad de lo servido en una taberna, arrojó el plato a la cabeza del camarero.
A veces los genios son así, complicados, insociables e infelices.
En los amores tampoco fue afortunado, pero junto a los papeles de su testamento se encontró una carta fragmentada en tres partes dirigida a “Mi amada Inmortal”.
El contenido y el hecho de conservarla junto al testamento hace pensar que la destinataria fue el gran amor del genio. Los investigadores han realizado verdaderas pesquisas para identificar a la misteriosa dama. Han investigado archivos policiales, libros de registro de los hoteles, notas de sociedad en los diarios. No se llegó a ningún descubrimiento contundente con lo que se concluye como hipótesis principal que probablemente fuera la mujer de un amigo.
Un genio, un creador infatigable. A partir de los 30 años comenzó a quedar sordo y a los 40 ya oía muy poco. Aun así, siguió componiendo hasta el día de su fallecimiento a los 57 años. Parece ser que sufría hepatitis B desde hacía unos cuantos meses y el consumo excesivo de alcohol habría acelerado su muerte.
A veces los genios son así, complicados, insociables e infelices.
En cambio, su obra sigue tocando nuestros corazones.