En nuestra mitología, el cuélebre asturiano hace las veces del dragón en el resto de Europa. De hecho, en antiguos códices y bestiarios medievales se dice que el dragón es el macho de la serpiente que crece desmesuradamente porque es inmortal, y que alcanza tales proporciones que llega a ser el terror de los animales terrestres, y por eso Dios la manda partir hacia el mar.
Es el mismo mito que el del cuélebre asturiano. La creencia de que la culebra es inmortal es un mito universal que se basa en un hecho biológico. Las culebras cambian constantemente de piel, “mudan de camisa” con cada crecimiento y crecen toda la vida. A los ojos de muchas culturas era como si renaciesen constantemente de la vejez y la muerte. En el caso de nuestro cuélebre ocurre lo mismo. Marcha volando (puesto que desarrolla alas) o a través de los ríos a “La mar cuayada”. Esta mar cuajada no es otra que el Artico con sus hielos perpetuos. Bajo ese mar hay numerosos tesoros de los que el cuélebre será guardián. En Cangues d’Onís se decía que para obtener esos tesoros que eran gemas preciosas, era preciso amarrar grandes trozos de carne con maromas y hundirlos en el mar, cuando tocaban fondo las gemas quedarían incrustadas en la carne y así podrían ser izadas a bordo de las embarcaciones sin temor a los cuélebres guardianes. La misma estrategia aparece en “Los viajes de Simbad el Marino”, donde un angosto lugar conocido como “El Valle de los diamantes” está cuajado de grandes serpientes que custodian los diamantes. La única forma de hacerse con ellos es arrojar, desde arriba, trozos de carne atados a sogas.
El cuélebre asturiano también custodia princesas encantadas con su dote. En estos casos el pretendiente deberá presentarse a la entrada de la cueva cargada de reliquias la mañana de San Xuan, y matar a la bestia de un lanzazo en el cuello, donde es más vulnerable. Es el caso de las leyendas de la Cueva de Balbrán o Bocibrán.