El conde Pelayo Froilaz y su esposa Aldonza Ordóñez fundaron el Monasterio de Belmonte como refugio espiritual en la primera mitad del siglo XI. A lo largo de su historia vivió momentos de mayor o menor esplendor hasta que fue demolido en el siglo XIX. Su claustro en ruinas se representó en una litografía de Parcerisa en el libro ‘Recuerdos y bellezas de España’.
-¿Qué se conserva actualmente de esta abadía, conocida también como Monasterio de Lapedo?
-Apenas quedan un par de muros pertenecientes a la cerca que lo rodeaba. En el siglo XIX parece ser que amenazaba ruina y el Ayuntamiento pidió permiso a la Diputación para que se pudiera derribar y que los vecinos reutilizasen el material. En Calleras, Tineo, está el retablo barroco del siglo XVII de la antigua iglesia y en el Archivo Histórico Nacional hay una docena de libros, dos cajas de papeles y unos 300 pergaminos medievales que son una colección muy buena y amplia. En el Histórico de Asturias se encuentra el gran libro de administración que se hizo en 1604.
-¿Qué particularidades tenía el Monasterio de Belmonte?
-Desde el siglo XVII hasta el final, fue colegio de Filosofía aunque solo para miembros de la Orden Cisterciense. Se mandaban chavales a pasar tres cursos de filosofía y el curso iba de octubre a junio. Otra particularidad que tenía era que en 1560 perdió la capacidad de formar novicios, apenas dieron cuatro o cinco hábitos y uno de ellos se lo dan a un cocinero que traen de Alcalá de Henares para lo que llamaban «hermanos donados». También aquí tiene lugar una gran profesión que es la de Jovellanos, que toma el hábito de orden militar en una ceremonia que se celebra en 1791.
-¿Hubo algún otro personaje relevante en la historia del Monasterio?
-Sí. El gran libro de administración lo realizó un abad castellano de mucho prestigio en la congregación. Estuvo seis años y hace el libro de gobierno donde se apuntan los derechos que percibe Belmonte, las propiedades, las reliquias, etc. Refleja una breve historia del Monasterio y deja indicaciones a sus sucesores de cómo tienen que gobernar la abadía. Fue también secretario de la orden, traductor y escribió un libro sobre cómo tenían que rezar los novicios. Sin llegar a ocupar grandes puestos, fue muy valorado.
-¿Cómo era la relación con los vecinos de Belmonte?
-Parece ser que en los últimos años, el centro religioso no se dejó querer mucho por los vecinos. Los tiempos habían cambiado y los monjes no eran bien vistos en el seno de la sociedad local. Con la Guerra de la Independencia, el Monasterio sufrió un incendio y el abad se quejó a la Junta General diciendo que los vecinos, igual que se habían apurado para recoger las maderas carbonizadas y robar materiales de la obra, podrían haber ayudado a apagar el incendio. Aunque en la modernidad fue un monasterio más bien pequeño, era relativamente grande en la época medieval, acumuló muchas propiedades y vivió una etapa de prestigio. Para la comarca fue un centro vital en la Edad Media y también un centro de caridad para sobrellevar las etapas de crisis, ya que mantenía el oficio de caridero, que era la gran labor asistencial que hacían los monjes en los momentos de mayor necesidad. Pinche aquí para ver más reportajes de este concejo