Etnografía, patrimonio artístico, religioso y civil, urbanismos medievales casi imposibles de ver en Asturias… En Proaza hay cantidad de recursos, pero no hay que olvidar que su plato fuerte es el paisaje natural, con vegas fértiles y cuidadas a la sombra de los montes de la Sobia y el Aramo. El concejo está plagado de caminos que recorren estampas de piedra y agua, dejando imágenes de postal.
Si bien es imposible olvidar su situación dentro de los Valles del Oso, Proaza es mucho más que la archiconocida Senda. Hay caminos, como el que une Villamexín con la Collada de Aciera, que proponen una acertada mezcla de deporte, patrimonio y naturaleza. En el pueblo se puede ver un interesante conjunto de hórreos y paneras, además de casonas asturianas y muestras de arte religioso. También hasta aquí llega el conocido como Camín de Picarós, una ruta circular que parte de la Central Hidroeléctrica de Proaza e incluye en el trazado poblaciones como Serandi, Samartín y Villamexín.
Los paisajes espectaculares son la tónica en Proaza, aunque siempre hay lugares que merecen una parada especial.
En Caranga se encuentra la desviación de la Senda del Oso que permite seguir dirección a Teverga por el desfiladero de Valdecerezales o hacia Quirós por el valle del mismo nombre. En Caranga Baxu vale la pena detenerse frente a la capilla en honor a San Mamés, del siglo XVIII; en Caranga Riba, y a medida que vamos ganando altura, se obtienen unas fabulosas vistas.
Proacina, a menos de seis kilómetros de Proaza, es un pequeño núcleo de población que mantiene el ambiente rural. Guarda los restos de un castillo (probablemente una fortificación romana) y el Palacio de Proacina como muestra de arquitectura popular. Otras parroquias como Sograndiu o Trespena tienen también el tipismo de las aldeas aún habitadas y vivas; aunque si lo que se busca es patrimonio, evidentemente hay que ir al pueblo medieval de Banduxu, que no deja de sorprender por la belleza del entorno y el gran estado de conservación de sus calles y edificaciones.
Proaza aporta lo que mejor tiene: un encanto natural y unos paisajes abiertos y fértiles, flanqueados por la presencia de moles rocosas que acompañan la luz y delimitan los caminos.
Los paisajes espectaculares son siempre la tónica, pero Linares bien merece una parada especial: aquí destaca el alto de la Cruz, mirador que en días claros ofrece estupendas vistas de la Sierra del Aramo y de los concejos cercanos. De este modo, Proaza aporta lo que mejor tiene: un encanto natural, unos paisajes abiertos y fértiles, flanqueados por la presencia de moles rocosas que acompañan la luz y delimitan los caminos. Esa condición aún rural y tranquila, pero reciclada en un turismo inteligente y lleno de recursos, a un paso del centro de Asturias, es lo que buscan los cientos de visitantes que cada año visitan el concejo.
A pesar de las oscilaciones de caudal provocadas por diferentes presas y embalses, y por la central hidroeléctrica, el río es conocido especialmente por sus truchas y salmones, y es habitual ver a pescadores en su ribera, cuando la veda está abierta.
Un recorrido por las callejuelas de la villa permite detenerse ante rincones llenos de tipismo y lugares de interés indiscutible, como la conocida Torre de Proaza, una preciosa torre medieval de cuatro pisos, declarada Bien de Interés Cultural. Se trata de una construcción de tipo militar, a las afueras del casco urbano, a la que se puede llegar perfectamente a pie. Enfrente está el Palacio del Campo o de los González Tuñón, edificio barroco estructurado en dos cuerpos, en un buen estado de conservación.
Mucho más moderno, el edificio de la Central hidroeléctrica también llama la atención, por su estructura atípica y por el mural de motivos geométricos de su fachada lateral. La central se puso en marcha en los años sesenta, y lleva la firma del arquitecto Joaquín Vaquero Palacios, responsable también de los murales pictóricos del interior.