El segundo concejo más grande de Asturias basa su riqueza en la naturaleza, demostrando que la sostenibilidad genera economía. Observando Tineo, que nunca olvidó sus raíces naturales, encontraremos un futuro que vuelve al campo.
Tineo guarda en su corazón algunas de las masas forestales más antiguas de Europa. Bosques mixtos que combinan hayas, nogales y castaños, o espesos hayedos y robledales, donde se levantan ejemplares centenarios, algunos de los cuales tienen nombre propio: el castaño La Señorona, El Corchal, la Fayona del Veigo, y el Carbayo de Valentín con un tronco de 9,80 metros de diámetro. Además este último es Monumento Natural de Asturias, confirmando la idea de que los tinetenses miman su entorno. Alrededor del mismo diseñan desde rutas que recorren el concejo de norte a sur, hasta celebraciones, muchas de las cuales giran en torno a la gastronomía y el campo, como sucede con Asturforesta, feria de carácter bianual.
Tineo es el intermedio que discurre entre el mar y la cordillera Cantábrica, presidido por agrestes montañas de la Sierra de la Cabra o el Mulleiroso, cuyas paredes descienden hasta los valles donde discurren los ríos Naraval, Navelgas, Bárcena, Narcea o Genestaza. En este paraíso abundan la caza y la pesca -que atraen a muchos visitantes, y son el orgullo de los habitantes de la zona-, pero también dan alimento a múltiples cabañas ganaderas y cobijan productivas huertas. Pasado, presente y futuro son aquí inseparables, porque los antiguos vaqueiros de alzada que pasaban el verano en las brañas velando por su ganado, han dejado en herencia una forma de cuidar las reses que hoy es un modo de vida, así como una fiesta que cada año tiene lugar en la Braña de Aristébano donde resurgen las antiguas costumbres vaqueiras. Y entre valle y valle, un pueblo diferente espera al caminante, tanto si llega aquí siguiendo el Camino de Santiago como si lo hace por puro turismo: Tuña y Navelgas ya han sido reconocidos como Pueblos Ejemplares, a los que pronto esperan seguir Merillés y su cercano dolmen, Genestaza, Obona y el monasterio al que da nombre, Naraval y el Museo Vaqueiro, Santiago de Cerredo, Muñalén y su Museo del Bosque, el propio Tineo y un largo etcétera de paraísos rurales donde un puñado de casas dan constancia de la riqueza de esta vida en el campo. Dólmenes, museos, bosques, molinos, palacios, casonas… aquí hay mucho que ver y un premio final: probar uno de los platos típicos de Tineo, como el emblemático chosco.
La forma de vida tradicional de Tineo estaba antaño marcada por los ciclos de la naturaleza, lo cual incluye la gastronomía, que con el invierno se volvía contundente para soportar las bajas temperaturas y las inclemencias atmosféricas.
Casi a diario se comía el potaxe a base de verduras, patatas y fabas, acompañadas de productos del cerdo. Una vez a la semana se cocía el pan, que en ocasiones se acompañaba de buen embutido; y a menudo se cocinaba caza de los bosques circundantes: perdices, jabalíes, liebres…
Emulando el buen yantar de entonces, varios restaurantes del concejo de Tineo convocan en estas fechas frías dos jornadas gastronómicas. Las primeras son las Jornadas Gastronómicas del Concejo de Tineo -organizadas en febrero por la Junta Local de Hostelería-, en las que los locales participantes establecen un menú común con un precio cerrado. Los platos elegidos van variando en cada edición, aunque siempre incluyen productos típicos del concejo. Puede haber pote de berzas, chosco, algo de caza…
Con la llegada de marzo, la celebración gastronómica se traslada a la vecina Navelgas. Aquí tienen lugar las Jornadas del Potaje y el Concurso de Potajes. El menú de cada restaurante consiste en potaje asturiano, compango y ensalada, y arroz con leche.