El anuncio del cierre de las minas en 2018 ha sido un mazazo para la ya maltrecha economía tradicional asturiana. Tras una reconversión de la siderurgia que aún colea, decir adiós a la minería es despedirse de una forma de vida que durante años ha definido a esta región, en un cambio que promete ser duro.
Sin embargo, no debería ser una sorpresa para nadie. Durante años nos han estado llegando ayudas de la Unión Europea, los famosos Fondos Mineros, encaminados a plantear un cambio que, más que anunciado, ahora es inminente. Esos Fondos han servido para renovar o construir infraestructuras, y para ir creando un tejido empresarial más centrado en el turismo de calidad, en la industria agroalimentaria o en las nuevas tecnologías.
Asturias ante el cambio ha tenido que plantearse nuevos retos, y frente a todos ellos uno fundamental: reformar el modelo productivo, excesivamente basado en grandes empresas y en industrias pesadas y muy contaminantes.
Y para todo ello se han dado pasos. Por ejemplo, y frente a las malas noticias en el sector minero, en el asturiano Instituto Nacional del Carbón se trabaja ya en un novedoso sistema de captura de CO2 que parece ser el futuro de esta fuente energética, ya que podría convertirla en una energía limpia y revolucionar el sector. La investigación avanza, por mucho que no esté claro cómo podría ayudar al sostenimiento de la minería asturiana
Parece ser, pues, que el futuro pasa por desarrollar técnicas y productos. Las empresas de base tecnológica han crecido de manera sorprendente, convirtiendo a esta pequeña región en un modelo nacional en I+D+i. Por eso también la exportación crece, y las empresas asturianas se están haciendo un nombre en el exterior. Porque han descubierto que el negocio es global y que hay que competir con nuevas fórmulas, nuevos sistemas, nuevos métodos de trabajo. Y gracias a eso hay asturianos trabajando en Chile, Angola, Japón, Australia…
También ha crecido el turismo. Mucho. A nuestro pequeño paraíso natural le crecen los amigos y los visitantes. Hemos ganado en calidad y en número de destinos. Basta decir que hace años era impensable señalar Avilés como destino turístico de primer orden, y sin embargo, gracias a la inauguración del Centro Niemeyer, Avilés y Asturias por extensión, están en boca de todo el país y más allá de nuestras fronteras. No es sólo que aparezcan por aquí Kevin Spacey o Brad Pitt, o algunos otros nombres que tanto llaman la atención en titulares, sino que se han firmado convenios con grandes instituciones culturales de todo el mundo, lo que dará un impulso fundamental a la industria cultural y turística. Eso, unido a la vanguardia de La Laboral en Gijón, y a la programación estable y más tradicional, de Oviedo, ha creado un triángulo difícil de encontrar en otros lugares.
El cambio puede ser difícil, pero hay que aprovecharlo. Por eso también es recomendable parar un momento y echar la vista atrás para hacer balance, porque se ha avanzado mucho y bien. Cierto es que queda una enorme cantidad de trabajo por hacer, pero también hay que reconocer que se está en ello, inventando otras maneras de hacer las cosas. Y en todo el proceso, Asturias ha peleado por mantener su particular concepto de calidad de vida, de poder pasear por bosques limpios y playas agrestes, y vivir en ciudades amigables y sostenibles, algo que nos enorgullece y nos distingue de otras grandes potencias industriales. Somos un lugar donde las personas son importantes, y donde los movimientos sociales, que tradicionalmente han sido aquí motor de cambio, siguen teniendo su importancia, porque una sociedad activa es una sociedad viva.
Esa mezcla improbable de progreso y tradición aquí se ha demostrado posible, y es bueno decirlo. Asturias frente al cambio reacciona y planta cara, propone alternativas, construye futuro. Así debe ser.