La fiesta de la democracia es genial, porque no conocemos otro tipo de contienda donde gane todo el mundo. Quizá en el deporte base, donde enseñan a los críos que lo importante es participar, pero a partir de determinada edad empiezan a uno a inculcarle que mejor quedar primero que segundo. En unas elecciones, en cambio, no hay perdedores, y es especialmente divertido ver las justificaciones de unos y otros para colocarse en el podio: Vale, nos hemos defenestrado, pero tenemos las listas más votadas de España. Vale, hemos perdido millones de votos, pero somos el partido más votado de la izquierda. Sea como sea, es objetivamente cierto que PPSOE son los más votados, de modo que el anunciado fin del bipartidismo no ha sido tal; sí parece bastante tocado, y con el tiempo se verá si es de muerte.
Quizá no sea para tanto en Asturias, donde salvo el evidente descalabro de UPyD, todo el mundo parece encantado de haberse conocido. Un poco menos la candidata del PP, que le echa la culpa, ya no del descenso de votos, sino directamente de no haber ganado, a Álvarez Cascos, demostrando que lo de la autocrítica sigue sin ser lo suyo. ¿Los demás? Estupendos, gracias. Hasta IU aguanta el tipo.
Y por supuesto está la irrupción de nuevos partidos, que mal que le pese a algunos reforma sin discusión el panorama al menos de los próximos cuatro años. Habrá que ver si es el cambio para que todo siga igual o, por el contrario, traerá nuevas experiencias. En cualquier caso, es un cambio. Y era muy necesario. Más allá de afinidades con uno u otro, quizá lo que toca es que los grandes, los que siempre han hecho de su capa un sayo, asuman su cura de humildad y aprendan a negociar en vez de imponer. Y con eso, ganamos todos. Que para eso es democracia.
Un cambio
