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viernes 19, abril 2024

Buenos propósitos frente a los malos presagios

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El inevitable convencionalismo propio de las próximas fechas nos invita a hacer balance del año que concluye y formular las aspiraciones para el que viene.
En los últimos tiempos cualquier cómputo de lo acontecido viene oscurecido por el contexto que nos está tocando vivir, que ya no sólo parece un periodo transitorio de dificultades sino que amenaza con cambiar de raíz la perspectiva que tenemos de las cosas. Mi generación, a la que le nació la conciencia del mundo que le rodeaba en una época en la que los avances globales en materia de derechos y libertades parecían objetivos alcanzables con el esfuerzo conjunto, muda ahora sus deseos y preocupaciones porque ve en riesgo aquello que hasta ahora consideraba esencial y que parece afectarle de forma más directa. A la vez, como la sensación de crisis se ha asentado hasta formar parte del paisaje cotidiano, hemos aprendido –o nos han inculcado, según se mire- a volvernos profundamente escépticos, tanto que nuestro descreimiento ha lastrado nuestra capacidad de respuesta individual y colectiva ante la adversidad. Ese nuevo conformismo que predomina no es simplemente resignación, ni tampoco abatimiento; también es alienación porque ha germinado tras el constante aluvión de mensajes desde los centros de poder político, mediático y económico dirigidos a poner en el punto de mira a la propia mayoría social. La culpa de la crisis, según el discurso hegemónico que muchos perjudicados han asumido como propio, no es tanto de la desregulación financiera, el descontrol de la economía de mercado, la desatinada espiral de endeudamiento privado y la acumulación de poder económico en pocas manos; ahora los culpables son salarios que no se acompasan a la productividad (lo que quiera que ésta sea), los derechos laborales, la protección social, el excesivo peso del sector público e incluso –y está es la nueva frontera que buscan traspasar- los defectos intrínsecos de la democracia en el proceso de toma de decisiones. El optimismo de la voluntad, que diría Gramsci, anida en nuestra propia condición y a veces nos encontramos con ejemplos memorables en personas que en algún momento reúnen fuerzas suficientes para dar un paso adelante.El resultado es la incubación de un clima político perfectamente propicio para desposeer a la mayoría social de derechos y libertades que, en términos de Azaña, no hacen a las personas más o menos felices, sino que las hacen simplemente personas.
Como estas líneas no pretenden ser un recuento de sombríos presentimientos, sin caer en el subjetivismo ni la ingenuidad conviene recordar los innumerables ejemplos que la vida diaria nos ofrece de combate frente a los obstáculos. El optimismo de la voluntad, que diría Gramsci, anida en nuestra propia condición y a veces nos encontramos con ejemplos memorables en personas que en algún momento reúnen fuerzas suficientes para dar un paso adelante. Sólo así podemos entender cómo Rosa Parks no cedió su asiento en el autobús encendiendo la llama de la desobediencia civil frente a las leyes discriminatorias en Alabama; o cómo el londinense Peter Benenson creó el movimiento por los derechos humanos más extendido del mundo al redactar un artículo sobre los presos de conciencia portugueses para The Observer; o cómo 12 trabajadores de La Camocha dieron el paso de fundar la primera comisión obrera en las huelgas mineras de 1962. En nuestro entorno y a pequeña escala encontraremos decenas de pequeños ejemplos, aparentemente con menor trascendencia pero determinantes en la vida de muchos.
Si a la rutina de los propósitos que se enuncian para el nuevo año le quitamos la banalidad de los proyectos que, a modo de señuelo, vienen inducidos por el sistema y por los valores un tanto huecos de nuestro tiempo; si a los que resten después de esa criba les añadimos los que supongan un esfuerzo real de superación colectiva y un deseo firme de quebrar las fatídicas ataduras que nos dejamos imponer, entonces estaremos en condiciones de cambiar sustancialmente el orden de prioridades y hacer posibles los cambios con los que, al menos, decimos soñar.

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