Los recientes datos del padrón del Instituto Nacional de Estadística reflejan de una manera contundente que nuestra región está envejecida y que esta tendencia no parece tener visos de invertirse. Sólo un dato: del total de la población asturiana, 1.085.289 de personas, el 3,5% es mayor de 85 años.
Por otro lado, aparejado a este envejecimiento existe un fenómeno de despoblamiento de las zonas rurales. Poco a poco, en los pueblos sólo van quedando los habitantes de mayor edad porque muchos jóvenes no están dispuestos a quedarse al frente de las labores campesinas. No ven un futuro claro en el campo y deciden emigrar, bien fuera de la región o bien hacia las grandes urbes asturianas. No hay relevo generacional en el campo, es un hecho. Pero es un entorno que exige unas labores, al menos, de mantenimiento. Si muchos mayores ya no están en disposición de hacerlo, bien por su edad o por su condición física ¿quién se encargará? De momento no parece que haya una respuesta. Esa es la realidad.
A estas alturas de siglo no se puede alegar que es por falta de medios, por falta de comunicaciones, por falta de dineros para iniciativas y proyectos, etc. Tomando como ejemplo el occidente asturiano, que en esto de la despoblación se lleva la palma, comprobamos cómo la pérdida de habitantes continúa siendo una realidad en determinadas zonas de Asturias. Pensábamos que las grandes infraestructuras de las comunicaciones, como la autovía del Cantábrico, o las numerosas iniciativas de turismo rural, o la apuesta energética por los parques eólicos, iban a favorecer la fijación de población y la creación de puestos de trabajo, especialmente en el occidente, pero la realidad está siendo otra.
La sostenibilidad lleva aparejada la palabra equilibrio y eso precisamente, el equilibrio, brilla por su ausencia en este planteamiento regional.
Me pregunto entonces: ¿ha perdido Asturias su norte? Pienso que en cierto modo sí, se ha perdido el sentido de Asturias como un todo. Se está creando una gran metrópolis en el área central en detrimento de las alas. Se ha estado trabajando para centralizar y priorizar todas las grandes iniciativas en esta parte y aunque se han derivado iniciativas hacia otras zonas, éstas han sido mínimas o insuficientes en todo caso. Se ha querido concentrar todo el potencial de nuestra región en el triángulo Oviedo, Gijón y Avilés, y concejos limítrofes, y el resultado es un trasvase de población sin precedentes y un abandono del medio rural que va a ser difícil de superar si no se ponen medidas atractivas para que esta tendencia cambie.
Nuestros “expertos y gestores” hablan mucho, y con la boca grande, de sostenibilidad, pero cada uno interpreta este concepto como mejor le viene. La sostenibilidad lleva aparejada la palabra equilibrio y eso precisamente, el equilibrio, brilla por su ausencia en este planteamiento regional. ¿Qué Asturias queremos? ¿La de los depredadores inmobiliarios y urbanísticos? ¿La de las grandes superficies comerciales? ¿La de las grandes industrias? ¿La de los productores de energía eléctrica? ¿O la de la montera picona y la tonada? ¿Qué va a pasar, qué está pasando ya, si no hay gente que atienda a esos campos verdes de los que nos sentimos orgullosos? Hoy estamos pagando ya, directa o indirectamente, a la gente para que se quede en el campo, y así y todo, la cosa no termina de cuajar. Estamos sumidos en un sueño hipnotizante llamado crisis, pero la auténtica crisis va por dentro. ¿A qué damos importancia? ¿Qué es lo vital para nuestro desarrollo como sociedad? ¿Cuáles son nuestros valores?
Es necesario repensar Asturias desde otro ángulo, porque lo que tenemos hasta ahora, y es mucho, no funciona equilibradamente. Vamos encaminados hacia graves problemas de identidad. Quizás se siga valorando más lo foráneo que lo de casa. Quizás se prefiera la comida rápida tipo MacDonald’s a la de nuestras guisanderas. Me temo que estamos a merced de las modas y no de las realidades.