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viernes 19, abril 2024

Liu Xiaobo y la Carta 08

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El otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a Liu Xiaobo ha permitido que su nombre nos resulte conocido y podamos acceder a los detalles de su trayectoria en la lucha por los derechos humanos en China.
Desde su compromiso intelectual como escritor y profesor universitario, su participación en el movimiento democrático durante las protestas de Tiananmen y su intervención en la Carta 08 -manifiesto dirigido a reivindicar la apertura democrática y el respeto a las libertades civiles y políticas-, Liu Xiaobo ha demostrado una enorme valentía, la hondura de sus convicciones y su fuerte disposición para la resistencia, ya que todas y cada una de sus iniciativas le han supuesto padecer la feroz, continuada y aparentemente irremediable persecución de las autoridades de su país. Xiaobo cumple desde 2009 una condena de 11 años de prisión a raíz de la represión desatada en su contra, precisamente por su protagonismo en la Carta 08, bajo el cargo de difundir mensajes dirigidos a la subversión frente a las autoridades, imputación usualmente esgrimida frente a los activistas políticos, sindicales o intelectuales en aquel país. Pero no es la primera vez que se enfrenta a esta circunstancia, ya que desde 1989 ha padecido diferentes periodos de encarcelamiento o internamiento en “campos de reeducación por el trabajo” en los que se confina a la disidencia por “alterar el orden social”, en la terminología oficial.
Por otra parte, la virulenta reacción de las autoridades chinas ante la decisión del Comité Nobel Noruego ha puesto de manifiesto ante la comunidad internacional la verdadera naturaleza del régimen dictatorial que gobierna el que está llamado a ser el país más poderoso en las próximas décadas. La utilización de medidas dirigidas a acallar toda solidaridad interna con el galardonado, la presión dirigida a otros Estados para que boicoteasen la ceremonia de entrega (consiguió que 18 de ellos no enviasen deliberadamente representación alguna) o la patética pretensión de contraprogramar creando un premio a medida de los intereses del régimen –cuestionado laurel que el designado ni siquiera recogió-, son reflejo de la total ausencia de voluntad de evolución política e institucional y de la arrogancia de un sistema poderoso dispuesto a acallar cualquier pretensión dirigida a su apertura.

La decisión del Comité Nobel Noruego ha puesto de manifiesto ante la comunidad internacional la verdadera naturaleza del régimen dictatorial que gobierna el que está llamado a ser el país más poderoso en las próximas décadas.

En efecto, hasta el momento la pervivencia de la opresión parecía, para muchos, un asunto que concernía casi en exclusiva a la propia población china, mientras el resto del mundo, saludando el crecimiento económico y el positivo incremento de las relaciones comerciales, culturales y sociales con este país, daba por lamentablemente olvidada la sacudida moral de Tiananmen y prestaba escasa atención a las denuncias de graves violaciones de derechos humanos. Sin embargo, llegados a este punto en el que la influencia de China es ya determinante en múltiples aspectos –no sólo como gigante económico sino como potencia política y militar- es imprescindible cuestionar si el importantísimo papel que, por sus propias características, le corresponde, se jugará en beneficio del progreso colectivo, el respeto a la protección global de los derechos humanos y la promoción de unas relaciones internacionales beneficiosas para el conjunto. Para valorar qué consideración o inquietud nos merezca el protagonismo internacional que China, sin duda, desplegará, conviene tener en cuenta ejemplos de la política que sigue su gobierno, como la represión a la población uigur de Xinjiang o la situación del Tíbet, su continuada –y, lamentablemente, exitosa- represión frente a toda disidencia, la implacable persecución de las libertades elementales, o la responsabilidad de su política exterior en el sostenimiento de tiranías deplorables como las de Corea del Norte o Myanmar.
El sacrificio de su libertad y el hostigamiento a su entorno (su esposa se encuentra bajo arresto domiciliario) es el elevadísimo precio que Liu Xiaobo está pagando por alzar su voz. En homenaje a su figura, no sólo debemos sumar esfuerzos e incrementar la presión para su liberación sino que debemos contribuir a que la sociedad china, con la que de una forma o de otra crecen nuestros lazos, se formule abiertamente el interrogante que recogía la Carta 08: “¿Hacia donde va China en el siglo XXI? ¿Continuará con su “modernización” autoritaria, o se adaptará a los valores universales, se vinculará al derrotero común de las naciones civilizadas y edificará un sistema democrático?”.

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