Se estima que alrededor de dos centenares de asturianos, la mayoría de ellos exiliados republicanos de la Guerra Civil y algunos de sus familiares, padecieron el horror de los campos de exterminio y concentración nazis durante la II Guerra Mundial. Pertenecen al grupo de los aproximadamente 8.000 españoles que se vieron en ese trance, la gran mayoría de los cuáles no pudieron superar el internamiento y las indescriptibles penalidades perpetradas por la planificada máquina de destrucción humana ingeniada por el nazismo.
De los españoles víctimas de los campos de la muerte nazis, gran parte tuvieron como destino Mauthausen y sus campos auxiliares, cerca de Linz, en Austria. Muchos de ellos llevaban en el momento de su deportación un doloroso periplo. Primero como combatientes derrotados en la Guerra Civil; después hacinados en los campos de refugiados españoles en Argelès-sur-Mer, Le Vernet d’Ariège, Barcarès o Septfonds; algunos tras su alistamiento como soldados en las filas de La Legión Extranjera francesa, apresados después de la derrota del país vecino ante Alemania; y otros, detenidos y enviados a Mauthausen tras participar activamente en la Resistencia francesa contra la ocupación. En Mauthausen, sin embargo, esperaría el final más espantoso para la mayoría de los que cruzaron la puerta: muertos por el hambre, las epidemias, la extenuación en la escalera de 186 peldaños que debían subir cargados con enormes bloques de granito, o directamente ahorcados, fusilados o gaseados. En Mauthausen, sin embargo, esperaría el final más espantoso para la mayoría de los que cruzaron la puerta: muertos por el hambre, las epidemias, la extenuación en la escalera de 186 peldaños que debían subir cargados con enormes bloques de granito, o directamente ahorcados, fusilados o gaseados.
Algunos superaron casi milagrosamente aquel tormento para dar testimonio de los límites del sufrimiento humano, como los que describe el asturiano Galo Ramos con la ayuda del fotógrafo Nardo Villaboy en «Sobrevivir al Infierno». Ramos, poco antes de fallecer, aportó su voz a aquellas otras que han tratado de reconstruir, desde 1945 hasta la actualidad, el universo concentracionario, el fatal microcosmos (no tan micro si apreciamos su dimensión cuantitativa y cualitativa) en el que se confinó a millones de personas en las circunstancias más extremas, sometiéndolas a una total despersonalización, pérdida de dignidad material, y a la esclavitud más demoledora que nos quepa concebir. Quizá sin la agudeza reflexiva de Víctor Frankl (neurólogo y psiquiatra austriaco que pasó por Theresienstadt, Auschwitz y Dachau) en «El hombre en busca sentido», y seguramente sin la capacidad de descifrar serenamente algunas de las claves morales del horror como hace Primo Levi (químico y escritor italiano que estuvo en Auschwitz) en «Si esto es un hombre» y «Los hundidos y los salvados», aún así la palabra sincera de la víctima nos permite experimentar el vértigo de mirar de frente a la barbarie de la que el totalitarismo ha sido capaz. No es posible, sin embargo, siquiera alcanzar levemente a comprender el oscuro fondo de aquella experiencia y las vivencias de los que la sufrieron, marcados para siempre no sólo con la huella indeleble del número tatuado en su antebrazo, sino con la espesa amargura de haber contemplado y padecido todo aquello, e incluso de haber sobrevivido para rememorarlo.
Con Galo Ramos, otros asturianos como el mierense David Moyano fueron prisioneros en Mauthausen; éste ha tenido la oportunidad, no sólo de ver la caída del nazismo y el enjuiciamiento de sus jerarcas en los procesos de Nuremberg, sino de mantener viva la exigencia de responsabilidades contra todos los partícipes del inmenso crimen, al iniciar el proceso penal actualmente en curso en la Audiencia Nacional española contra cuatro ex oficiales de las SS localizados en Estados Unidos.
La historia de los republicanos asesinados por el nazismo es poco conocida en la enormidad del exterminio provocado en los campos de la muerte, generalmente identificado por la opinión pública con el genocidio de los judíos europeos, sin duda el más relevante en cuanto al número de las víctimas, pero no el único que se produjo, ya que también disidentes políticos de izquierda, alguna minorías religiosas, homosexuales o gitanos fueron aplastados por cientos de miles en el engranaje industrial de terror construido en los campos de exterminio. El recuerdo a todos ellos se hace necesario, y, en nuestro caso, con particular atención -por proximidad- en lo que se refiere a los republicanos asturianos y españoles que padecieron el destino más terrible precisamente por defender las libertades y valores básicos que el totalitarismo pretendió destruir. §