Pocas cuestiones han despertado en tiempos recientes opiniones más extremas y discusiones más encendidas en Europa que la situación de Grecia y las medidas a adoptar ante su agravada crisis económica. Como en los debates más populares, quien más quien menos tiene su opinión y la galería de personajes que han intervenido en la tramoya (algunos devorando a la propia persona para sustituirla por el papel asignado) han avivado los ánimos con sus posiciones, desde las arrogantes y populistas del aprendiz de brujo hasta las descarnadas del burócrata indolente con el sufrimiento ajeno. El premio limón, no obstante, se lo llevan aquellos que son incapaces de ponerse en la piel del otro (y sobre todo en la de Tsipras) a la hora de tomar decisiones, sentando cátedra de lo que debe hacerse como si la receta fuese fácil y el conflicto sencillo.
Lo curioso de esta historia es que prácticamente todos los intervinientes tienen una parte de razón, y no pequeña, aunque sea desde posturas opuestas. A la vista del penoso recorrido de la economía griega en los últimos años, a Varoufakis le asiste la razón al describir la dinámica de los rescates como la del toxicómano en busca de la siguiente dosis (la liquidez para no detenerse), pero que agrava su dependencia y los problemas estructurales que le impiden salir del círculo vicioso. Sin embargo Tsipras posiblemente esté en lo cierto al temer las consecuencias desastrosas de la falta de acuerdo y la salida del euro, lo que le ha empujado a solicitar el tercer rescate de las finanzas griegas, aunque sea vergonzantemente y confesando que no cree en lo que está haciendo (lo que llevaría naturalmente a su dimisión). A su vez, los líderes europeos como Hollande, Juncker o Renzi que defendían apurar todas las opciones para mantener a Grecia en el euro no yerran al temer las consecuencias políticas del fracaso –la sensación de quiebra de la solidaridad y la acelerada desconfianza en el proyecto europeo- o el insospechado efecto de la reversibilidad de la moneda única y las tensiones que recaerían sobre los países con economías públicas menos saneadas.
«Más que la manida tragedia griega -aunque tragedia es sin duda para la mayoría de los griegos y para la propia Europa- lo que tenemos es una paradoja griega. El dicho allerano de ‘cuando no hay panchón todos riñen y todos llevan razón’ aquí se ha cumplido de pleno»
La posición de los gobiernos que más aversión mostraron a conceder facilidades financieras a Grecia (Finlandia, Holanda, Austria, Alemania y ¡Eslovaquia!) y que al parecer acabaron contemplando entre sus alternativas la efectiva separación transitoria o definitiva de Grecia de la unión monetaria, conecta curiosamente con aquellos (una parte de Syriza, el KKE y Amanecer Dorado) que en Grecia están teóricamente en sus antípodas ideológicas, coincidiendo al contemplar como solución última que, aun sufriendo el shock que represente la salida del euro (posiblemente acompañada de hiperinflación, incremento exponencial del endeudamiento y quiebra del sistema bancario) sería un trauma preferible a una política de rescates que acabe conduciendo, fracaso tras fracaso, hasta un fatal incumplimiento de proporciones superiores. Y la guinda en las contradicciones la pone el FMI, bestia negra para el Gobierno de Grecia, que quiso excluirlo de la solución (aunque lo poco que ha conseguido es la superación del término «troika» por el eufemístico de «la instituciones» o el más prosaico de «los acreedores»), cuya Directora General –Christine Lagarde- protagonizó los momentos más tensos de la escalada de tensión con las autoridades griegas, pero que ha acabado pidiendo un periodo de carencia nada desdeñable de 30 años en la devolución del principal prestado para que la hacienda pública griega pueda salir de ésta.
Más que la manida tragedia griega -aunque tragedia es sin duda para la mayoría de los griegos y para la propia Europa- lo que tenemos es una paradoja griega. Yéndonos a un símil mucho más cercano, sucede que el dicho allerano de «cuando no hay panchón todos riñen y todos llevan razón» aquí se ha cumplido de pleno. El problema, entre tanto, es la falta de liderazgo político, tanto en el ámbito europeo, en el que nadie ha evitado que se planteen el tercer rescate y las medidas de aplicación obligada como la expresión de un protectorado (de políticas como poco discutibles) humillante para Grecia; como en la propia Grecia, cuyo Gobierno convocó sorpresivamente para el resto de socios europeos un referéndum para luego incumplir materialmente el mandato de las urnas. La dificultad se presenta, sobre todo, para la población griega a la que la sucesión de acontecimientos y los errores políticos continúan empujando a una espiral de empobrecimiento y desesperación de perspectivas sombrías.