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lunes 4, noviembre 2024

Una economía para las personas

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Adrián Barbón acaba de aplazar veinte días el comienzo del curso y dice que se hará de manera escalonada. El presidente asturiano es consciente de que se trata de una medida impopular, pero dice que prefiere prevenir antes que lamentar. Explica que nos encontramos ante un escenario muy cambiante, imposible de prever, donde todos los días hay novedades que lo alteran por completo: “en julio, cuando se planificó la vuelta al cole, había cero contagios, ahora hay una media de cuarenta diarios”.

Tampoco le ha temblado la mano cuando activó la alerta naranja en el oriente asturiano ante el incremento de positivos evitando así tomar otras decisiones más duras como podrían ser los cierres perimetrales o los confinamientos.

Como reconoce Barbón se trata, en efecto, de decisiones impopulares que suscitan críticas y también preguntas entre los ciudadanos sobre si no son exageradas estas medidas, si se piensa en las consecuencias económicas que acarrean o cómo encaja todo esto con esa ‘nueva normalidad’ de la que tanto se habla.

Existe una idea muy extendida de que hay un conflicto entre dar prioridad a intervenciones encaminadas a controlar la pandemia, o dar preferencia a facilitar la recuperación económica. Dicho de otra forma, tomar medidas de control afecta negativamente a la capacidad de recuperar la vida económica de un país o por lo menos es lo que algunos defienden.

Desde el inicio de la crisis hemos escuchado, por ejemplo, las declaraciones de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso; también la de varios dirigentes de EEUU con Trump a la cabeza o del Reino Unido, en las que hablan de la necesidad de priorizar la recuperación económica -que supuestamente afecta a la mayoría de la población-, aunque sea a costa de disminuir las medidas de contención de la pandemia. Se dice que las medidas de confinamiento pueden colapsar la actividad económica. De forma descarada lo ha defendido el vicegobernador de Texas, que anima a los ciudadanos a saltarse estas medidas porque “el costo de muertos sería asumible por una mayoría de población que no quedaría afectada” y que “los abuelos deberían de aceptar su muerte con el fin de salvar la economía para sus nietos”. Lo prioritario es que los trabajadores vuelvan a su trabajo y los consumidores a sus tiendas, aunque eso reavive la pandemia.
Pero ¿esto es lo que queremos? ¿De qué economía estamos hablando? Solo hay que mirar cómo les está yendo a ellos y cómo está respondiendo, por ejemplo, Alemania, un estado federal donde priorizaron desde el primer momento el control de la pandemia y como consecuencia, las medidas de recuperación económica que pusieron en marcha están teniendo éxito.

Hay una vieja economía: la predominante antes de que nos visitara el Covid-19. Esa misma que nos llevó a la crisis, la que alimenta la deuda, la que promueve la exclusión social, la que concentra la renta y la riqueza, la que solo piensa en la gente como consumidores, en los trabajadores como un coste o en las mujeres como mano de obra barata. Esa economía solo quiere crecer y hacerlo al precio que sea.

No deberíamos de olvidar que la crisis financiera de 2008 se ‘solucionó’ inyectando dinero público a los bancos y sometiendo a los Estados a recortes presupuestarios en sectores esenciales como la medicina y la ciencia, dejándoles sin defensas ante catástrofes como la que estamos viviendo con el coronavirus.

El dilema salud o economía es una trampa de los defensores del viejo modelo porque, para que una economía sea buena, ha de poner en el centro a las personas y sus necesidades, especialmente las de los más desfavorecidos.

Adrián Barbón dice entender las quejas, pero cree que el mayor daño para la economía de la región sería no garantizar la salud pública y no controlar el crecimiento exponencial de la pandemia.

Ojalá no se inviertan las prioridades porque por primera vez la vida está por encima de la coyuntura económica y aunque pueda suponer un parón creemos que será en beneficio de los derechos de las personas y esos sí son cimientos sólidos. Ojalá no volvamos a las andadas.

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