A veces no hay que ir muy lejos para encontrar ejemplos de vida en los que reflejarse; están entre la gente cercana y desconocida con las que nos cruzamos cada día por la calle. A causa de la pandemia, la nonagenaria y poetisa, Isabel Álvarez González, permaneció cincuenta días confinada entre las cuatro paredes de su habitación, sin más compañía que sus propios pensamientos. Como muchos otros, ella es el ejemplo vivo de cómo hay que hacer frente a la adversidad con todos los recursos disponibles, por escasos que sean.
Isa, como la conocen todos sus amigos, reside desde hace tres años en el centro para mayores Vetusta, en Oviedo, su ciudad natal. Tuvo que ingresar debido a la situación de dependencia a la que le condujo un intento de robo por parte de un joven. Al final, el episodio no tuvo un coste económico, pero sí uno mucho más importante en calidad de vida. El golpe recibido le fracturó caderas y piernas y cambió su forma de vida. Durante un tiempo quiso arrebatarle no solo la movilidad sino las propias ganas de vivir, pero esta joven ‘de 19 años invertidos’ como ella misma se define, no es de las que se amedrentan fácilmente.
-El Covid 19 causó estragos en muchas residencias asturianas, sobre todo en los inicios de la pandemia, ¿cómo vivió usted esa primera acometida?
-Fue muy duro, no puedo ver a ese bicho, que es como le llamo. Me trae de cabeza, tanto que me inspiró varios relatos y poesías, ya te los mando por whatshapp para que los veas. Estuve muchos días solita en la habitación y a raíz de esto perdí movilidad. No podía salir, nos confinaron porque hubo casos de Covid en la residencia, incluso algún fallecido, personas que yo quería con toda mi alma, sobre todo una amiga con la que tenía una compenetración y una complicidad.
En una ocasión que pude salir a hacer gimnasia al final del pasillo, una de las residentes que murió más tarde me dijo ‘Isa, cuánto siento no poder darte un besín’ y yo le contestaba ‘no hija, date la vuelta porque no podemos hacer nada’. No dejaba que nadie se acercara porque eran las órdenes que teníamos; nos mirábamos de reojo porque no podías de otra manera.
-¿Cómo una persona tan inquieta como usted afrontó esa etapa?
-A mí lo que me valió fue que aunque estaba sola, como todos los demás, tenía el campo de San Francisco enfrente y me recreé viendo un nido de pájaros. En noviembre estaba desnudo, pero luego veía a la pareja que salían a por ramitas, veía cómo iban colocándolas y entretejiéndolas hasta quedar redondo y bonito. Quedó una preciosidad, como si fuera de rafia, y luego no veas el esmero de los padres cuando tuvieron aquellos pajarinos tan pequeñitos. Pensaba que el nido era como un bebé cuando nace que luego va creciendo, era una cosa muy bonita, me entusiasmó. También contemplaba los árboles, el colorido, los ocres, porque el otoño es una estación preciosa y eso me inspiraba.
“La fuerza me la dio Ramón Suárez, mi profesor de teatro, que es un ángel para mí. Me ‘wuasapeaba’ mañana, tarde y noche, fue quien me sacó adelante en el confinamiento”
-¿Dónde encontró la fuerza para seguir?
-La fuerza me la dio Ramón Suárez, mi profesor de teatro terapéutico que es un ángel para mí. Me «wuasapeaba» mañana, tarde y noche, fue quien me sacó adelante en el confinamiento. Yo con él voy al fin del mundo. Le debo también mi estímulo por la literatura y especialmente por el teatro que represento con verdadera afición. Nunca le agradeceré bastante su ayuda, sus consejos y sus enseñanzas docentes, que son amplísimos.
-En los momentos complicados ¿siempre tenemos algún ángel a nuestro lado?
-Sí, la verdad es que aquí en la residencia son todos unos ángeles. Durante el confinamiento hay que ver cómo nos cuidaron, muchísimo. Y fíjate cómo estaban ellos de pertrechados que parecían astronautas, tanto que un día confundí a un chico con una chica, le llamé ‘cuquina’ y me dijo: Isa, que soy yo …
-¿El ser humano tiene la capacidad de crear una familia allí donde esté?
-Sí, y de remontar, aunque cueste, porque yo remonté muchas veces. Cuando faltó mi madre tuve depresión, lo pasé muy mal. Y ahora, al perder prácticamente a toda mi familia, solo me quedan dos sobrinos, considero que en la residencia estoy también en una gran familia a la que quiero con toda mi alma y ellos lo aprecian, desde la base a la cúpula. Para mí, eso vale mucho.
-Todos dicen de usted que es una persona muy alegre y fuerte. ¿De dónde le viene?
-Decía mi mamá que nací riendo y será verdad. Vicisitudes las tuve muy fuertes, pero nunca dejé de reír, nunca amargué a nadie la vida. Con mi padre también me reía mucho, siempre estaba con anécdotas, ese espíritu me lo transmitió a mí. Y mi marido, que fue la persona a la que más quise, decía que yo hacía reír hasta a las piedras, que siempre estaba de broma y aún hoy lo sigo haciendo, aunque estoy un poco más taciturna por las circunstancias.
“Mi marido, que fue la persona a la que más quise, decía que yo hacía reír hasta a las piedras”
-Hábleme un poco de su infancia y juventud.
-Mis padres vinieron de Grado, eran campesinos y vinieron a probar suerte en la ciudad. Mis hermanas mayores nacieron en Uría y el resto nacimos en Argañosa; yo era la penúltima de ocho hermanos. Parece ser que fui muy guapa, y había un señor que me había solicitado para ser modelo, pero cuando mi mamá se enteró puso el grito en el cielo. Ella era muy religiosa, muy rígida y muy recta, y yo estaba rabiosa porque no me dejaba desplegar las alas, era como un pájaro roto que no podía volar. Si iba a la romería con mis amigas, a las 10 de la noche tenía que volver a casa como una corderina mientras que ellas se quedaban.
Yo ayudé mucho en casa; a mi hermana, que era una gran modista, le servía de modelo y la ayudaba. Como no podía hacer otra cosa, un día hablé con la cocinera del Doctor García Morán, que era el Jefe del Hospital General en Digestivo, y conseguí ser su secretaria. Lo fui durante varios años y luego estuve con el Doctor Junquera, con el que incluso hice alguna cosa como si fuera enfermera titulada.
-Y eso, ¿cómo fue posible?
-Porque yo le veía sondar a las señoras y un día le comenté, ‘eso lo puedo hacer yo’. El me contestó ‘¿no me diga? menudo trabajo me quitaría!’ y me hizo una prueba. Cogí los guantes y atendí a una señora que decía que cuando iba a que la sondaran en la Seguridad Social le hacían mucho daño. Le dije: usted hágame caso y verá como no se entera. Y así fue, cuando se dio cuenta ya le había colocado la sonda y me dijo: ‘tienes manitas de plata, no me enteré’.
-Ahora confiésenos su secreto, ¿cuál es la clave para que con 19 años invertidos esté tan estupenda?
-Yo creo que fue por la vida sana que llevé siempre. A la hora de comer me gusta más la cucharita, que fue el motor de mi vida; el tenedor para el pescado, la ensalada y poco más. El pote de verduras me encanta, y con arroz con leche detrás, es mi menú preferido. Aquí comemos muy sano, muy bien, y yo siempre fui de gustos sencillos. El otro día vino a verme una amiga catalana y me preguntó que qué es lo que quería que me trajera, yo lo contesté que unas castañas, que hacía dos años que no las probaba.
La medicina natural me entusiasma, consumí mucha y creo que también por eso me conservo tan bien, por las vitaminas naturales. Tengo una amiga que cuando tiene algún problema me llama y me lo comenta, y yo le digo que infusión puede tomar. Ahora mismo voy a comprar seta de ostra, porque proporciona una amplia gama de sustancias activas y contribuye a las defensas naturales. Estos días me noto muy cansada y esto contiene vitamina D que a lo mejor es lo que necesito.
“La medicina natural me entusiasma, consumí mucha y creo que también por eso me conservo tan bien, por las vitaminas naturales”
-Conocemos por Ramón su afición y sus dotes para el teatro, y también de su labor literaria, escribiendo poesía y relatos.
-Sí, en teatro hice todos los papeles habidos y por haber; hice de Bernarda Alba y hasta de una mujer paquistaní. Tengo también un monólogo de humor en YouTube, en castellano y asturiano, y escribir lo hago desde que era niña. A los ocho años hice mi primera poesía en el colegio, la llevé a casa pero se rieron de mí y yo la rompí. Rompía todo lo que escribía hasta que me casé. Un día leí a mi marido una poesía que trataba del amor y él me animó a continuar, me dijo: ‘Ay Isa, es preciosa, tienes que seguir’.
Ahora tengo cincuenta y dos poesías para un libro que quiero editar, bueno en realidad, más que poesías son relatos. Tengo uno dedicado al cerebro que es quien gobierna al individuo, es el eje del cuerpo. Es quien moviliza, manos, brazos, piernas y hace que lata el corazón, es el motor del organismo y lo que hay que hacer es alimentarlo yo lo hago pensando, haciendo actividades, fijándome en algo que merezca la pena. Me fijo en las cosas y trato de retener y luego desarrollar aquello que escucho, y así voy, hija. Como yo digo: ‘no tengo libre más que la cabeza’ porque tengo muchas operaciones encima y de cintura para abajo me tienen que ayudar.
-Precisamente, una de las experiencias que mayor factura ha pasado en su vida fue a raiz de un intento de robo. ¿Qué ocurrió entonces?
-Tenía setenta y tres años y ese día venía caminando con mi cuñada. Yo iba de punta en blanco, con mis joyas y con el collar de perlas que me había regalado mi marido por nuestro veinticinco aniversario, porque anteriormente había ido a casa de un magistrado al que fui a entregarle unos trabajos mecanografiados, entonces un mozalbete echó a correr y con las dos manos me lanzó al suelo contra un registro de hierro. Le lancé el bolso a mi cuñada y en ese momento llegó una ambulancia que iba a entrar en Maternidad; el joven no pudo robarme, pero destrozó mi vida porque de aquella caída se derivaron muchas operaciones y entré en la residencia en silla de ruedas. Aunque la fiscal insistía en que lo hiciera, no le quise denunciar porque me dio pena. Si lo hiciera, lo deportarían y no quise estropearle la vida. Yo quiero mucho a la juventud y tengo muchos amigos jóvenes que me quieren mucho.
“Soy como un pájaro libre, no quiero más que atención y cariño y eso lo tengo, ¿qué puedo pedir entonces?”
-A pesar de momentos difíciles como este, ha sabido mantenerse. ¿Cuál es la clave para hacerlo?
-La clave es el conformismo porque yo llegué a tener mucho dinero, tenía una posición desahogada y vivía en un piso muy confortable que dejé para entrar en la residencia, y lo di todo. Ayudé a todo el mundo y hoy, con tener un techo como tengo, una cama, un sillón elevador que traje de mi casa, una pedalina para hacer ejercicio; con tener estas cuatro paredes, donde me veo en completa libertad, no necesito más. Soy como un pájaro libre, tengo muchos amigos, no quiero más que atención y cariño y eso lo tengo, ¿qué puedo pedir entonces?