Prólogo
La noche disociaba la realidad de la luz diurna que se diluía en la ciénaga, hayas gigantes ante la menudez de mi cuerpo y mi voz no alcanzaba la altura para ser oída.
Capítulo 1. Amaranto
“Las ciénagas ocultan la verdad de su debilidad”
La humedad se diluía por su piel,
dejando que el calor de su esquelético cuerpo
se desvaneciera con el paso
del sol sobre la ciénaga.
La debilidad por su locura hizo
que su valentía cediera
a sus deseos y ahí estaba,
con la cara demacrada
por los insectos, que exhaustos
por la dulzura de su sangre,
no encontraban piel virgen
donde extraer tan grato elixir.
Su mirada perdida en el inicio de
un loco deseo falto de valor,
ciego de cualquier conato
de sentido, sus pies desnudos
de cuero que protegieran de cortes,
eran inocentes de avanzar,
como esos pequeños pasos llenos de
cobardía que un bebé da
cuando se inicia a andar.
Él y su arrogancia, dejó de ser
ese coronel Amaranto,
ese de familia humilde
de aldea con techos de paja húmeda,
ese coronel Amaranto.