Antes que nada, una explicación lingüística para castellano parlantes: Dícese “catar” en asturiano a lo que ustedes conocen por “ordeñar”. Es tarea que se enseña y se encarga fácilmente a la infancia, por lo que suele ser normal oír en la agropecuaria: “¡Guaje, a catar!”, orden que implica dejar los juegos y aplicarse en algo práctico.
Jugar, lo que se dice jugar, no se ha visto demasiado en este Mundial de Fútbol de la Ignominia. No sé cómo lo han soportado los hinchas, después de un viaje caro, una estancia nada barata, y ver que en el campo que 32 tíos en paños menores eran incapaces de meter un gol durante 120 minutos de carreras y patadas.
No es de extrañar, si hacemos caso de los comentaristas, que frecuentemente avisaban de la existencia de “balones divididos”. Ciertamente, una pelota partida es más difícil de manejar.
La verborrea de locutores de radio y televisión es difícilmente digerible. Comprendo que resistir dos horas y pico hablando todo el rato es complicado, aunque no estaría de más dotarles de alguna herramienta de estilo. “Ha sido una primera parte muy equiparada (0-0)”. Equiparada, o sea, equivalente, ¿a qué? En todo caso, querría decir el buen hombre que fue un primer tiempo de fuerzas equilibradas.
También otros tienen rasgos de profesionalidad, como el que estuvo una hora sentado con la prensa polaca para aprender a pronunciar los imposibles apellidos de sus jugadores. Tarea nada fácil, pruebe usted sino a decir el nombre propio Zbignew. O la anécdota de hace años cuando nos explicaron que el líder sindical Lech Walesa, debería ser pronunciado “Bagüensa”. ¡Con lo fácil que es García! Así es que cuando el Betis fichó a un defensa bosnio que se decía Hadzibegic, -para más inri con acentos sobre “z” y “c”-, la gente lo rebautizó como Pepe y a correr.
De correr ya han parado los chicos de la Selección española, cuya Federación no ha sido ajena a la venta sin miramientos de voluntades al petrodólar. El fútbol hace tiempo que es más negocio que deporte, con la llegada masiva de casas de apuestas, albañiles venidos a más, y jeques árabes. Desembarcan empresarios mexicanos para comprar la segunda división asturiana y a los tres meses ya hay proyectos de ampliación de las instalaciones auxiliares, de “mejora” del Tartiere y de cambio de orientación de El Molinón. En lo geográfico y en lo comercial. Eso sí, con la inestimable aportación de unos cientos de millones de nada por el erario, pretenden.
No se pueden abordar estas líneas sin una referencia a Luis Enrique, con quien me solidarizo en tanto que integrante de las listas del paro. Entre sus virtudes no se cuenta la humildad, si bien por currículum puede que encuentre trabajo pronto. En la ficha de demandante de empleo no sé si escribirá “entrenador” o “comunicador”, para hacer la puñeta a los periodistas que le han estado chichando. En su ayuda le hago notar que frases como la que se reproduce, deben ser evitadas, son redundancia, hacen feo.
También debe tentarse la ropa cuando se meta en política. Ha dicho: “No soy religioso, pero a la Santina que no me la toquen”. Que se sepa, nadie ha atentado recientemente contra Covi; la afirmación forma parte de toda una tradición supersticiosa de quienes no pisan el verde con la pata izquierda, los que llevan amuletos “por si acaso”, los que piden repetir camisetas de un color porque les han dado suerte, espinilleras con estampitas, capellanes en los vestuarios, signos de la cruz al entrar o manos al cielo de Alá cuando marcan un gol. Si no tiras a puerta es difícil meter gol, como las malas estudiantes de los colegios de monjas: “Dios quiera y la Virgen pura que apruebe esta asignatura”.
Luego, cuando llegan los suspensos, dicen que es el profe de Mate que les tiene manía. Los del balompié cargan contra el árbitro, convertido en una especie de chivo expiatorio hebreo sobre el que se envían al desierto todos los pecados. Hay mucha irracionalidad en este juego, en parte explicada por las investigaciones del Instituto de Neurología del Univesity College of London.
Por inmediata asociación de ideas, me trae este titular el recuerdo de los intentos por resucitar el pugilismo y otras diversiones de pegarse galletas en Asturias. Me niego a considerar deporte una actividad que se centra en partirle la cara a otro ser humano y golpearlo hasta que pierde el conocimiento; debería ser perseguido de oficio por la justicia.
Recientemente ha fallecido, víctima del ELA, Rodríguez Cal, de quien todo el mundo habla bien. Afortunadamente para él, se ganó la vida en Ensidesa y no a mamporros. En los homenajes de la prensa, se ve que ya nadie se acuerda de esto del boxeo; por ejemplo, sale en una foto con este pie: “Un rival levanta el brazo del campeón avilesino”.
Quien sale, en bata de competición, es José Legrá, cubano, campeón de Europa y del mundo de peso pluma (55/57 kilos). Nunca fueron rivales por la diferencia de categorías -Dacal era minimosca (47/49 kilos)-, ni de edades -la primera medalla del asturiano en 1972, llegó cuando Pepe tenía 39 años y estaba en el inicio del declive-. Las amistades peligrosas le comieron al cubano todo lo que ganó a puñetazos; las de verdad le hicieron un homenaje para recaudar algunos euros, y ahora anda por una modesta residencia de ancianos, después de sobrevivir al virus de moda.
Muy bueno y auténtico