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domingo 24, noviembre 2024

Una bicicleta aparcada en Malleza

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De todas las vivencias de la emigración asturiana en América, de quienes labraron junto con otras tantas manos el futuro de los países de destino y quienes dieron a sus aldeas de origen escuelas, caminos y fuentes, o al menos quitaron una boca que alimentar en la precaria familia que dejaron atrás, están aún por descubrir las historias más modestas de los muchos emigrantes anónimos cuyo rastro se perdió en el tiempo, porque no regresaron nunca, porque su peregrinaje no dio resultados fulgurantes o porque volvieron un día habiendo «perdido el arcón» en el trayecto, disimulando el fracaso de la empresa y la vergüenza (porque, evidentemente, no todos lo hicieron repartiendo riquezas y comprando haigas).
Uno de ellos, según nos cuenta Paulino Lorences (pionero de la hostelería en el mundo rural asturiano y hombre volteriano de mil anécdotas y saberes), y como hoy recoge un sencillo cartel explicativo en el lugar, dejó su bicicleta junto a un árbol en la plaza principal de Malleza (Salas) y antes de partir en un autobús hasta el puerto del Musel, rumbo a La Habana (como tantos de sus paisanos), dejó dicho a un parroquiano de la fonda de enfrente que cuidase de la bici hasta su vuelta. Las décadas han pasado y aquel joven emigrante no tuvo, que se sepa, oportunidad de retornar, pero la bicicleta ahí sigue, amarrada al tocón que queda de aquel árbol, llena de herrumbre, simbólica y hermosa en su chatarra, para contarnos una historia de la que pocos quieren saber ya. La historia de la Asturias hambrienta y depauperada de la que, durante décadas, escaparon decenas de miles de personas, apenas unos muchachos en muchos casos, para buscarse la vida de la mejor manera que supieron o que el azar les permitió, en tiempos difíciles. Nada que ver, por otra parte, con la Asturias de hoy, por muchos problemas e incertidumbres que nos aquejen; ni con la emigración actual, por mucho que entre nuestros anhelos de cabecera se encuentre convertir a nuestra tierra en lugar de esperanza para quien quiera forjar aquí su futuro (incluyendo a los propios asturianos que deseen libremente regresar, claro).

Vivir voluntariamente de espaldas o en una ignorante indiferencia a nuestros vínculos con Latinoamérica, es una de las grandes vilezas de la España (aparentemente) exitosa de nuestros días

La bicicleta de Malleza nos habla con su serena decrepitud de los figurantes y perdedores de la historia, aunque quién sabe si su propietario alcanzó felicidad y realización en Cuba y si para sus familiares su periplo resultó venturoso, como tantos otros que calladamente realizaron su humilde aportación para la subsistencia de los suyos. También revive con ella una memoria que no siempre resulta cómoda o que tenemos aparcada injusta y colectivamente. Vivir voluntariamente de espaldas o en una ignorante indiferencia a nuestros vínculos con Latinoamérica, es una de las grandes vilezas de la España (aparentemente) exitosa de nuestros días, demostrando una amnesia selectiva hacia nuestro pasado de «gringos pobres», como nos recuerda el gran José Mújica, demostrando una falta de compromiso (y de visión de las oportunidades yacentes en nuestro vínculo histórico) con la comunidad iberoamericana de la que formamos parte. A su vez, nos pone ante una inapelable verdad de la que nuestra sociedad parece querer escapar. Abordar la realidad migratoria desde el temor y con la infundada expectativa de que los flujos de población pueden simplemente sofocarse (cuando la mera esperanza de vida a un lado u otro de ciertas fronteras es bien distinta), es desconocer que nuestra identidad colectiva se ha forjado en una medida no pequeña como pueblo emigrante, tanto en Asturias como en otras muchas regiones de Europa (incluida, por supuesto, de la Italia del inhumano Salvini). Recordémoslo, en un continente que se agita y agrieta por el veneno del nacionalismo excluyente y el rechazo a todo tipo de corriente inmigratoria (también cuando los que vienen lo hacen clamando por el refugio ante la persecución y la guerra); situación que se vive incluso en países (como los del Grupo de Visegrado) en los que la presión migratoria es muy leve o prácticamente inexistente y que puede tener potencial destructivo sobre las propias costuras nucleares de la Unión Europea.

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