Lleva veinticinco años subiendo y bajando cimas, compartiendo las montañas con sus clientes, y su baremo de ilusión por la actividad no ha bajado ni un ápice. Tal vez porque Fernando Calvo consigue sentir los logros de otros con la misma intensidad que los suyos propios.
Es Técnico Deportivo Superior en Alta Montaña, tiene la más alta acreditación que hay en el sector, la UIAGM (Unión Internacional de Asociaciones de Guías de Montaña). Pertenece a la Asociación Española de Guías de Montaña y su blog Guías del Picu está rebosante de escaladas, crestas y ascensiones hechas en Asturias, aunque tampoco faltan otros itinerarios por cordilleras y sierras europeas. Tras haber guiado en montañas de Nueva Zelanda, Alpes, Turquía o en la Patagonia, ahora, gran parte de su trabajo lo desarrolla en los Picos de Europa, la mole caliza que le tiene enamorado.
Ser un guía experto no le impide hablar desde la franqueza y la humildad de quien cada día sigue aprendiendo. Y aunque no es amigo de la épica que frecuentemente rodea a la montaña, en ocasiones la vive en sus propias carnes.
-¿Cómo desarrollaste tu interés por la montaña?
-Hace 30 o 35 años cada fin de semana salían pila de autobuses de diferentes grupos de montaña al monte. Yo iba con mis tíos y tías, que fueron quienes se empeñaron en llevarme. Al principio iba como si me llevaban al fútbol o a otra cosa que te gusta pero poco más, pero poco a poco me fui enganchando, sobre todo cuando empecé a coincidir con gente de mi edad y a hacer pandilla. El que entonces era presidente del grupo de montaña se dio cuenta que el problema era que los jóvenes, cuando llegábamos a los catorce o quince años, descubríamos que había más cosas en el mundo que la montaña. En nuestro caso descubríamos que había chavalas. Y para que viéramos que no todo era caminar en fila por el monte los domingos, contrató un guía de montaña que nos dio un curso de iniciación a la montaña invernal.
-¿Fue este el aprendizaje de tu vida, el que marcó tus pasos?
-El guía era Erik Pérez, uno de los primeros guías y con el que luego tuve mucha relación durante muchos años. Él empezó a enseñarnos a manejar los crampones y el piolet y claro, con catorce años es como si nos dieran una espada láser. Te enseñan que se puede caminar por la montaña de noche con frontal y que con esto se escala. Tú vas con crampones por una cuesta de diez grados y ya te ves escalando paredes. Aunque fue una cosa muy sencilla lo que nos enseñaron, con esa edad flipas. Estás en un periodo de impresionabilidad en el que si te llevan a ver un cuartel de bomberos, quieres ser bombero y si vas a un periódico, te haces periodista. Al ver que había una persona que se dedicaba a esto, que era un oficio como cualquier otro, me acuerdo que pensé: “yo quiero ser como él”, y así se lo dije. Erik me contestó: “no tienes ni pajolera idea de lo que estás diciendo, chaval”. Y tenía toda la razón del mundo.
A partir de ese curso, que duró varios fines de semana, empezamos a salir por nuestra cuenta. Teníamos un amigo que tenía carnet de conducir y otro al que su padre le dejaba el coche, e íbamos con aquel coche prestado que nos dejaba tirados por las carreteras de Asturias. Solo el llegar era toda una aventura.
“Erik Pérez, uno de los primeros guías y con el que luego tuve mucha relación durante muchos años, empezó a enseñarnos a manejar los crampones y el piolet y claro, con catorce años es como si nos dieran una espada láser”
-Creo que llegasteis a ir andando desde Campomanes a Tuiza para hacer monte en Ubiñas.
-Sí, porque cuando no había coche la manera de moverse era el tren. Lo cogías hasta Campomanes y allí hacías dedo, si no tenías la suerte de que alguien te cogiera, ibas caminando hasta Tuiza.
-¡Cómo han cambiado las cosas!
-Sí, es increíble, a veces me da cierto pudor hablar de esto porque parezco el abuelo cebolleta. En esto del guiaje hubo una generación como la de Erik, Cipriano López, de Sotres o Juan Carlos Chamoso, después hubo un salto, y de esa generación, que ahora ya tiene los 60 años, a la mía no hubo nadie que se quisiera dedicar a esto porque coincidió con el boom del turismo activo, de las canoas y los barrancos. Quienes querían vivir del monte se redirigieron más hacia ese aspecto porque había más posibilidades laborales que en el guiaje puro y duro.
“Es increíble cómo han cambiado las cosas en la montaña, a veces me da cierto pudor hablar de esto porque parezco el abuelo cebolleta”
-Con diecinueve años empezaste a dar tus primeros pasos como guía a la sombra de otros compañeros de profesión. ¿Qué sentiste en esos momentos?
-En esos años, son en los que haces una tontería y ya te parece que eres campeón del mundo. En aquel momento, en el refugio del Urriellu se vivía una época de explosión con esto del guiaje. Tomás, el guarda del refugio, estaba muy vinculado a los guías y siempre hacía falta alguien más para echar una mano. El primer trabajo que tuve en la montaña fue portear la basura del refugio que se había acumulado del invierno. Tenía que hacer arqueología entre un montón de bolsas horrorosas, imagínate que algunas llevaban allí seis meses, y aun así me parecía un privilegio. Era la manera de estar en el refugio; una vez allí a lo mejor llegaba un guía con un grupo de 12 personas que tenía que cruzar Horcados Rojos y, como me veía preparado, me preguntaba si les echaba una mano. Y así empecé de auxiliar, como se aprendían antes los oficios, como aprendiz. Yo iba el último con la boca cerrada y mientras hacía el trabajo veía cómo se guiaba.
Había estudiado una carrera, porque mi padre me había dicho que podía hacer lo que quisiera pero que antes tenía que estudiar, así que empecé a trabajar durante los veranos. Hacía la ruta del Cares, hasta cuarenta y dos en un verano, de Posada de Valdeón a Poncebos; fue un buen aprendizaje de gestión de grupos.
-Llevas veinticinco años de guiaje en el monte, imagino que esto exigirá una actualización de la profesión al también incrementarse el nivel de montaña de la clientela.
-Sí, el oficio de guía es como les ocurre a los informáticos, que cada seis meses tienen que cambiar lo que aprendieron y actualizarse. Subir una montaña sigue siendo lo mismo que en 1786 cuando se subió al Mont Blanc por primera vez y que en 1787 cuando se guio una montaña por primera vez, pero el nivel de la clientela ha aumentado muchísimo. Las rutas de escalada en roca o de alpinismo invernal que se hacen aquí o en Europa han subido muchísimo; esto te exige un entrenamiento constante y estar actualizado. A mí todavía no me ha llegado ese momento, pero por ley de vida vas bajando y llegará un día en el que empezaré a restringir y a no hacer actividades tan duras, y las súper mega palizas las dejaré para otros guías.
“El primer trabajo que tuve en la montaña fue portear la basura del refugio del Urriellu que se había acumulado del invierno. Tenía que hacer arqueología entre un montón de bolsas horrorosas y aun así me parecía un privilegio”
-¿Qué es lo más alucinante de este oficio?
-Hay muchos aspectos, pero normalmente se recurre al tópico del guía suizo desaparecido Erhard Loretan: “este oficio consiste en hacer realidad los sueños de la gente”. La frase está tan manida que parece que pierde significado, pero es cierta y es la más descriptiva.
Con independencia de la montaña que sea, el momento en que una persona llega a la cumbre y se echa a llorar es súper emocionante y tú en parte eres responsable de haber provocado esa emoción de alegría. Sobre todo cuando son rutas difíciles o que les tocan por alguna razón. Es muy fuerte anímicamente. A lo mejor tú has estado allí veinte o doscientas veces, pero para esa persona es la primera vez, y la clave consiste en saber transmitir que para ti es tan importante esa ascensión como para ella. Esta profesión no es como hacer churros o hacer bolsos en serie, son bolsos que se hacen a mano y cada uno es especial.
-Para acometer ciertas rutas has de atarte con tus clientes, lo cual supone una gran responsabilidad. ¿La relación tiene que ser de confianza mutua?
-La responsabilidad es total, si te atas es porque hay un riesgo de caída, con lo cual hay riesgo de matarte. Como dijo en una charla Simón Elías, un guía español que trabaja en Chamonix, “este oficio consiste en poner a la gente en peligro para después salvarlos de ese peligro”. Y a veces la responsabilidad es abrumadora.
No es que seas un inconsciente, pero cuando eres más joven parece que te pesa menos, con los años te vas dando más cuenta de lo serio que es y de lo que tú le estás dando a otra persona al atarte a ella. Es muy fuerte pero también une un montón, genera unas relaciones muy fuertes y algunas se prolongan en el tiempo. La gente cuando tiene esa sensación de exposición te cuenta cosas que igual no le cuenta a nadie. Tú les aportas una seguridad, aunque eso es mentira, porque yo no puedo garantizar la seguridad. Yo gestiono los riesgos y los minimizo en la medida de lo posible, pero nada te garantiza la seguridad, nada lo hace, ¡ni los bancos!
“Como dijo en una charla el guía español Simón Elías: ‘este oficio consiste en poner a la gente en peligro para después salvarlos de ese peligro’. A veces la responsabilidad es abrumadora”
-¿El alpinismo es una imprudencia por definición?
-Sí, es así, si no no es alpinismo. ¿Qué es prudente? ¿Quedarse en casa y regar las margaritas? Claro, eso es lo prudente, pero nos gustan las montañas y, aunque suene a tópico, buscamos esa conexión con la naturaleza, buscamos la sensación de estar vivo, los espacios abiertos, y más ahora que salimos de los confinamientos. Es uno de los pocos deportes en el que uno de los resultados posibles es la muerte. En el alpinismo la gente se mata y forma parte del juego.
-No pude evitar sonreír cuando te escuché decir en una entrevista que “de chaval era más imbécil”, ¿por qué te maltratabas de esa manera?
-Para empezar, soy una persona que habla mucho, y cuando hablas mucho tienes más probabilidades de meter la pata. Y el nivel de bocacismo que yo tenía con dieciséis años era exponencialmente más grande que el que tengo ahora, que sigo siendo muy bocazas.
Con 18 o 19 que empezaba a escalar me creía el rey del mundo, era imbécil porque no había salido de casa, no conocía. Con el tiempo vas escalando otras montañas y conociendo a gente que escala infinitamente más que tú, y te das cuenta que, seas quien seas, siempre va a haber alguien que escala más que tú, que es más guapo, que es más listo que tú… De todo esto te vas dando cuenta con la edad.
“A la montaña le damos completamente igual, todo lo que hagamos allí es irrelevante”
-¿La montaña pone a cada uno en su lugar?
-Hombre sí, además a la montaña le das igual. Antes era todo muy bélico y se utilizaba esa épica de conquistar la montaña, de vencerla, pero a la montaña le damos completamente igual, todo lo que hagamos allí es irrelevante. Lo que hacemos nos puede hacer sentir muy bien, pero no estamos salvando vidas, hay que poner las cosas en su lugar. Cuando me dicen “qué pasada, los guías sois unos héroes”, pero ¡qué cojones de héroes! No hombre, no. Héroe es el pediatra de África que está en el hospital que además ha levantado él, salvando vidas todo el santo día. Nosotros tenemos un oficio con mucha historia, que es muy bonito, pero la importancia es relativa. A mí me encanta mi trabajo, me sirve para realizarme y a la vez consigues que la gente se sienta súper bien llegando a la cumbre, aunque a veces no llegan. Pero incluso así, la gente se va para su casa contenta, aprendiendo a renunciar y a que no siempre se consiguen las cosas.
-En tu experiencia personal como montañero ¿hay alguna renuncia que te haya dejado huella?
-Muchas, es que si no renuncias te vas a acabar matando seguro. Soy consciente de dos o tres ocasiones donde haberme dado la vuelta me ha salvado la vida, pero esto sin heroísmos ni dramatismo. La decisión de bajar es muy difícil de tomar y todos los años tenemos ejemplos de gente que tendría que haberlo hecho. También es cierto que recientemente unos escaladores checos estuvieron ocho días aislados en Nepal por una tormenta en el Baruntse, han salido vivos y han hecho la ascensión del año. Han estado a medio pelo o media uña de quedarse ahí, pero ¿merece la pena? Morirse nunca merece la pena.
“Héroe es el pediatra de África que está en el hospital que además ha levantado él, salvando vidas todo el santo día. Nosotros tenemos un oficio con mucha historia que es muy bonito, pero la importancia es relativa”
-La realidad es que tú ya tienes bajas de compañeros, ¿se vive más cerca de la muerte?
-Yo ya tengo dos sillas vacías al lado de gente que estuvo sentada en clase conmigo. Eran unos guías excepcionales y les tocó la china, porque en el monte también existe la mala suerte. Por mucho que tú gestiones el riesgo, la mala suerte existe. Fue el caso de un compañero muy amigo mío; esto te genera una pena y a la vez es un recordatorio que en algunas situaciones se me viene a la cabeza. ¡Ojo, que aquí no hay red, y estamos jugando de verdad!
-¿Asumes más peligro cuando vas a la montaña por ocio?
-Sí, yo suelo escalar con otros compañeros guías y cuando no estoy trabajando, el nivel de riesgo asumido cambia porque con un cliente tiene que ser muy mínimo. En este último caso es pactado en cada actividad, y en el 90% de los casos es mínimo, nadie quiere hacerse daño. Los guías utilizamos mucho la expresión “la aguja está en la zona roja”, es importante que cuando un guía se forma sepa cuándo la aguja está en esa zona para mantenerla en la zona verde, y si no es así porque no es posible, que sea consciente de ello. A lo mejor la montaña no permite en ese momento gestionarlo mejor y tienes que bajar.
“Yo gestiono los riesgos y los minimizo en la medida de lo posible, pero nada te garantiza la seguridad. Nada lo hace, ¡ni los bancos!”
-Cuéntame alguna de las experiencias que más te hayan supuesto en la montaña.
-Yo soy muy de anti-épica, me produce un poco de rechazo, pero hay dos cosas de las que me acuerdo. Una fue una vía que abrimos Martín Moriyón y yo en la cara norte de Peña Santa y en la que yo me caí. Estaba escalando y se rompió una plancha de hielo que tenía un tornillo muy corto que estaba sujetando. Salí volando, pero no me hice nada, tuve mucha potra porque caer en invierno con crampones y piolet en la mano… Me acuerdo de llegar a la cumbre y tumbarme y pensar: ¡Fernandito, hoy has salido vivo! La aguja roja se había puesto en negro.
Y como guía, la primera vez que subí al Mont Blanc con un cliente; creo que fue tan importante para mí como para él. No es una montaña difícil técnicamente, pero es muy alta, hace frío y la puedes pifiar. Llegar a la cumbre donde nació la profesión para mí tuvo un significado súper fuerte.
-Una de tus lecturas preferidas es Las montañas de la mente, de Robert Macfarlane, un libro que sobre todo habla de la fascinación que produce alcanzar las cimas. ¿Qué tienen de mágico?
-Qué pregunta, qué difícil. Para empezar digamos que la montaña relativiza absolutamente todo, genera una relación de dimensión y espacio tan brutal que tú te ves del tamaño que eres. Robert Macfarlane relata esa relación personal que generas sobre todo cuando sales solo al monte, y en la que hacen aparición los miedos. En el caso de los montañeros que yo conozco es una necesidad, obviamente autoimpuesta.
Hay un libro del montañero Al Álvarez, un clásico de la literatura de montaña que se ha publicado en España hace poco, Alimentar a la bestia, y es la biografía de un escalador inglés de primera fila: Mo Anthoine. Estuvo en todas las escaladas grandes de los 80, es un alpinista del copón pero es poco conocido. Aquí en vez de “alimentar a la bestia” decimos “matar el gusanillo”, aunque tengo un amigo que siempre dice que él lo que tiene es un congrio, no un gusanillo. Esa necesidad que se genera es muy difícil de explicar, porque cuanto más vas a escalar, más quieres. Produce una descarga de adrenalina y endorfinas en el cerebro que genera adicción y quieres volver a experimentar esas sensaciones placenteras del disfrute y de la adrenalina del miedo.
“Personalmente estoy en contra del cobro de los rescates y a favor de que todo el mundo tenga un seguro”
-Decía también Robert Macfarlane que contra toda lógica y sentido común te echas la mochila a cuestas y arriesgas tu vida.
-Sí, porque va contra todo. Me acuerdo de la polémica que hubo con Alison Hargreaves, la alpinista británica que escaló las caras norte de los Alpes, entre ellas la del Eiger, embarazada de seis meses. Desapareció en el K2, y dejó viudo e hijos, uno de ellos también se acabó matando en el monte años más tarde. Alison fue extremadamente criticada por ser mujer, porque esta sociedad tan cuadriculada que hemos generado, y ahora tan híper juzgada a través de las redes sociales, no es capaz de entender el hecho del alpinismo como deporte en general.
Cada vez que hay un rescate las vomitadas que hay en las redes sociales son tremendas, y ojo, esa es la opinión de la sociedad. Yo personalmente estoy en contra del cobro de los rescates y a favor de que todo el mundo tenga un seguro. Si hay que cobrarlo, que lo pague el seguro. Pero juzgar cuando es una negligencia… me parece que ocurre como en el fútbol en España que hay cuarenta millones de seleccionadores, aquí hay cuarenta millones de jueces que deciden qué es una negligencia en el monte. Por supuesto que las negligencias existen y que hay falta de formación generalizada y que, aunque en algunos casos se está trabajando bien, habría que hacer mucho más. El problema es que las federaciones no están llegando suficientemente a la gente, sus federados solo son una parte de los que salen al monte. Y hay que entender que la gente ha estado tres meses encerrada en casa.
-¿Que es para ti el Urriellu?
-Obviamente, es una montaña muy especial, yo le tengo un cariño brutal. Fue la primera a la que me subieron escalando y fue la que me formó como guía, donde yo aprendí. Ahora coges el catálogo de actividades que se guían en Asturias de alpinismo o escalada en roca y hay no menos de cien distintas, pero cuando yo empecé, hace veinticinco años, era muy poco lo que se hacía: la cara sur del Naranjo y la cara este. Me acuerdo cuando los guías de entonces empezaron a hacer la cara norte, fue algo alucinante.
El Picu ha sido testigo de la profesión, ha dado de comer a muchísimos guías y aquí se sigue trabajando mucho. Guías de todo el mundo vienen al Naranjo porque es una montaña con una calidad de roca brutal. Es una de las grandes paredes de Europa, no es la más alta y la más difícil, pero todo el mundo quiere subir y es una bendición para los guías.
-¿Cómo valoras el reconocimiento que se hace del guiaje como profesión?
-A día de hoy no es suficiente, pero yo he visto la evolución en estos veinticinco años. La he vivido muy cerca y es mucho lo que ha avanzado en auto-reconocimiento. Ahora en España está reglada en cuanto a formación y parcialmente reglado su ejercicio en algunas comunidades autónomas. Esto ha sido un triunfo de los guías que se empeñaron, no de la Administración, ni de la Federación, aunque sí que han ayudado en algún momento del proceso.
La sociedad ya conoce que hay guías de montaña. Es un primer paso muy grande sobre todo sabiendo de dónde venimos, pero esto no significa que no haya que seguir avanzando y peleando.
“En el alpinismo la gente se mata y forma parte del juego”
-Para finalizar, ¿tienes en mente algún reto o sueño que quieras emprender?
-Sí, a día de hoy hay un montón de montañas pequeñas, cercanas y lejanas que me gustaría hacer. Hay muchos sitios en la cordillera Cantábrica donde ir a dormir, ir a vivaquear, y ya no es solo hacer la actividad en sí, si no con quien la vas a hacer. Eso me motiva mucho. Me encantaría hacer también montañas grandes, pero se me escapan y tiendo a buscar sueños que pueden hacerse realidad.
Todavía me acuerdo cuando Martín Moriyón, que es mucho mejor guía de montaña y escalador que yo, fue a hacer el Corredor del Marqués con un montañero que tenía cáncer y que murió hace unos años. Era un cachondo, y dejó una frase: “tengo dos sueños en la vida, acostarme con Claudia Schiffer y subir al Corredor del Marqués. Lo de Claudia no se me va arreglar pero lo del pico sí”, y subió al Corredor del Marqués.
Llega un momento en que, sin renunciar pero siendo realista con tus sueños, puedes alcanzar la felicidad. Este montañero, que además estaba muy enamorado de su mujer, lo hizo fenomenal. Dio una lección de cómo morirse, disfrutó de su último año paseando con ella y esquiando con sus hijos, viviendo.
Grande Fernando. Te sigo, soy un enamorado de PICOS haber si algún día saco tiempo y participo en una marcha de las tuyas para aprender .
Un saludo de un Burgales.