Playa de Gulpiyuri, mirador del Fitu, Lagos y Santuario de Covadonga, puente romano de Cangas de Onís, ruta del Cares, descenso del Sella en canoa, … da igual cualquiera de estos destinos: en verano están petados y por muy idílicas que hayamos visto sus fotos en Instagram o en vídeos de TikTok volcadas por los influencer de turno, vas a encontrarlos hasta la bandera, gente que como tú quiere hacer esa foto justo desde ese mismo ángulo y quiere ver o hacer lo mismo que tú. ¿Es esta tu idea de vacaciones?
Lo lamentable es que a esta lista de estos sitios emblemáticos podemos añadir muchas poblaciones que en verano triplican su ocupación y eso se traduce en un incremento del gasto de agua -en torno a un 50%-, un desembolso de casi un millón de euros (como ocurre en el Ayuntamiento de Llanes) para recogida de basuras y limpieza; extras también en el apartado de seguridad y ya no digamos nada del tema del aparcamiento que afecta tanto a turistas como a vecinos durante la época estival. Encontrar sitio en una terraza para tomarte algo o conseguir una reserva en un restaurante, por ejemplo, de Ribadesella, durante estos meses se convierte casi en una misión imposible.
Largas colas para todo, vueltas y más vueltas para encontrar aparcamiento y luego cuando al final llegas a tu destino, resulta que está masificado, casi no puedes andar y por tanto disfrutar; lo siguiente es la decepción y los malos comentarios en las redes sociales.
¿Que son lugares preciosos? Claro que sí, todos ellos poseen una identidad propia que los hace especiales, pero no son los únicos, hay más destinos por descubrir a lo largo y ancho de este paraíso asturiano. Somos una región con una riqueza natural impresionante y, además, para todos los gustos, pero también hay que cuidarla. No podemos permitir que todas estas maravillas sean engullidas por las redes sociales o la cultura del ‘me gusta’.
Hace unas semanas nos dejaba el antropólogo francés Marc Augé, quien acuñó el concepto de ‘los no lugares’, espacios -según él- donde el ser humano permanece anónimo. Para hacernos una idea ponía como ejemplo un aeropuerto, un supermercado, un medio de transporte, las áreas de descanso de las autopistas o la sala de un dentista… Lugares por los que transitamos, pero no habitamos. Al hilo de lo que estamos hablando antes, pensé que este concepto podía dar lugar a más de una reinterpretación.
Creo que todos, cuando viajamos, lo hacemos porque queremos conocer ese sitio que previamente hemos elegido, queremos disfrutar, sentir cada paso que damos, dejarnos empapar por el lugar; en definitiva, vivir esa experiencia que es más que hacerse una foto. De alguna manera creo que nos gusta habitar los destinos, no sólo visitarlos, llevarnos dentro algo de aquel sitio.
Hace sólo unos días, decía José Luis Álvarez Almeida, presidente de la patronal del turismo y la hostelería del Principado (Otea), en una entrevista “no queremos más turistas en julio y agosto, para que Asturias sea rentable hay que desestacionalizar”. Esta podría ser una buena propuesta junto al control de afluencia en el verano, como han tenido que hacer con el acceso a los Lagos de Covadonga. Al viajar en otras épocas del año se evitan las masificaciones y aumentan las vivencias en esos lugares. Hacer la Ruta del Cares en octubre, por ejemplo, no tiene nada que ver con hacerla en pleno agosto. Otra opción sería abrirse a conocer otras zonas menos publicitadas. El occidente asturiano es una joya aún por descubrir.
Un destino masificado es un recurso limitado en el tiempo, un tipo de turismo que se acaba agotando y eso, para un destino como Asturias, que además se está convirtiendo en uno de los refugios climáticos más demandados del norte de España, es algo que no nos podemos permitir. No podemos matar a la gallina de los huevos de oro.
Menos selfies a toda costa que acaban perdiéndose entre las miles de fotos de nuestro móvil y más disfrutar de verdad, contando con la realidad que se vive en cada momento y en cada lugar. Si ‘habitamos’ los lugares que visitamos, la experiencia será muy distinta.