Son más de mil miembros repartidos en cuarenta países. Y esto es solo el principio. Son científicos, profesores de alto nivel con una gran variedad de formación científica y estudiantes de ciencias unidos por una idea en común: movilizar a la comunidad científica en desobediencia frente a la inacción política y convertirse en una palanca que ayude a desencadenar un punto de inflexión social que fuerce a su vez a los gobiernos a actuar.
Es la Scientist Rebellion o Rebelión Científica que, después de llevar décadas de publicaciones científicas, ven que su trabajo no ha sido suficiente y “como personas pertenecientes a la comunidad científica, que conocemos la gravedad del problema, tenemos la responsabilidad de actuar y pasar a la desobediencia civil. No podemos pedir a la sociedad que actúe si nosotros no lo hacemos antes”, explican en el manifiesto que firmaron en abril de este año. Ante la magnitud de la crisis climática y las propias recomendaciones de los científicos del IPCC, reclaman la “creación de nuevas instituciones que permitan garantizar la participación real de la ciudadanía y la democratización efectiva de la acción climática”. Nuevos derechos, nuevas economías e instituciones para una verdadera “democracia por la Tierra”.
Los ecos de esta rebelión también llegaron a la Universidad de Oviedo donde ese mismo mes de abril profesores de distintas facultades, tanto de ciencias como de letras, presentaban esta iniciativa acompañados de varias asociaciones ecologistas. Entre ellos se encontraba Ricardo Anadón, catedrático de Ecología de la Universidad de Oviedo y experto en Cambio Climático. Él, junto a un grupo de científicos elaboraron hace doce años un informe sobre “Evidencias y efectos del Cambio Climático en Asturias” (CLIMAS). Hace dos años se volvieron a reunir para analizar y actualizar aquellos datos y vieron que lo que adelantaban en aquel informe se estaba cumpliendo, es más “en todo caso nos quedamos cortos a la hora de prever los efectos extremos, el aumento del nivel del mar o la pérdida de la biodiversidad como consecuencia de la subida de las temperaturas. Hace diez o quince años se podía mirar hacia otro lado, hoy en día la situación la tenemos delante”, nos comentaba Anadón en una de las últimas entrevistas que le hicimos. Para este científico que formó parte del Grupo Intergubernamental contra el Cambio Climático (IPCC) auspiciado por la ONU, esta rebelión científica debería de servir con un golpe de atención para informar a la opinión pública sobre el incumplimiento de los Acuerdos de París: “si las cosas no cambian el clima seguirá calentándose en las próximas décadas. Con la edad que tengo a mí poco me va a afectar, pero miro a las generaciones venideras, a los jóvenes y pienso que, si no cambian las cosas, a ellos les va a afectar de manera muy severa. Lo que se predijo se está cumpliendo y además a gran velocidad”, nos recordaba.
Otro científico asturiano, Juan Fueyo, investigador en neurología y oncología, acaba de publicar Blues para un planeta azul (Ediciones B), donde argumenta que los efectos de las altas temperaturas no es algo que afecte solo a los Polos y que si permitimos que la temperatura de la Tierra suba 4,5 o 6 grados antes de 2100, la civilización tal y como la conocemos ahora, desparecerá. Explica que la sexta extinción ha comenzado, el planeta está perdiendo a pasos agigantados su biodiversidad y la zona de los trópicos es la que más la está sufriendo. De lo que ahora se trata es que esta sexta extinción no elimine al ser humano, no haga que nuestra especie se extinga. Como dato alentador dice que aún estamos a tiempo: hay que conseguir 0 emisiones en el 2050.
Pero ha de ser contra reloj, alertan los expertos, cualquier retraso en la acción global hará que se pierda la ventana de oportunidad para asegurar un futuro habitable. Lo decía el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, “la demora en enfrentar el cambio climático significa la muerte”.
Lo dicho hasta aquí -puro sentido común-, tropieza con un gran muro: la inacción de los líderes mundiales para acabar con la industria de los combustibles fósiles lo antes posible. Entre otras cosas porque los gobiernos siguen subvencionados por esta industria y eso hace que nunca se llegue a acuerdos globales.
La comunidad científica no quiere ser cómplice por más tiempo de este juego. Las cumbres del clima siempre han trabajado sobre la evidencia científica del cambio climático y sus impactos, pero la realidad es que apenas han avanzado en todos estos años. Por eso los científicos han decidido salir de sus laboratorios y llevar a cabo una rebelión honesta que no busca el poder, ni mejoras salariales, materiales o personales. Es una rebelión consecuente con el conocimiento que poseen y el uso que se hace de él. Es una bocanada de aire fresco y resulta que, además, que es contagioso. La inquietud global por la inacción climática crece. Aumentan las manifestaciones ciudadanas, agrupan a distintos colectivos y se ve en ello una coordinación a nivel global. Lo estamos viendo estos días en las imágenes que nos llegan de la COP27 en Egipto, ciudadanos de a pie, activistas, científicos, teólogos participando en actos de desobediencia. La inacción está generando nuevos activismos y esto no ha hecho más que empezar.