La vida es soportable
porque hay un caudal fresco,
dorado y pecador
rompiendo contra el vaso
el norte del silencio,
una piedad genética
mayando el corazón
de la manzana,
un poema de chigre
mojándonos los labios
penitentes,
escanciando principios
y finales
en el vientre fecundo
de nuestra propia historia.
Iba a escribir la lluvia
y al álgebra del trueno
se le cayeron todas las vocales.
La sidra no es asunto de gente temerosa
que tiembla ante la muerte
y las tormentas.
Me diría mi abuelo
con su voz de poeta
tozudo y desgastado,
con su honradez de pueblo,
pomarada y pradera.
Hay que beber con saña,
guajina, con bravura,
con la cruda venganza
de la hierba
brotando pese al fuego,
así, de un solo trago, ¿lo ves? como hago yo,
con la rabia vandálica de los desheredados,
los especuladores del ingrato futuro,
con la sospecha firme de que todo presente
es un instante ajeno
colmando los momentos de los otros.
Tengo una mariposa radiactiva
volándome los bajos del vestido.
Iba a escribir el cosmos
y al sistema solar
se le cayeron todas la metáforas.
La sidra no es asunto de personas esquivas
que odian la oscuridad y sus miserias.
Me diría mi abuelo
con militancia atea,
tan infante y anciano,
con su dermis de campo,
de llagar y madera.
Hay que beber con gracia, mocina, con holgura,
con la magia titánica de los enamorados,
los destornilladores del crepúsculo,
con la certeza simple de que nunca está ausente
lo que habita el recuerdo,
que tiene el corazón otros rescoldos.
La vida es soportable
porque hay un caudal fresco
dorado y pecador
rompiendo contra el vaso
el norte del silencio.
La sidra es el conjuro contra la soledad y la nostalgia.
Le diría a mi abuelo si aún pudiera.
Iba a escribir la sed
y la garganta yerma
se me preñó de zumo
de manzana.