Estoy desconcertado, he de reconocerlo. Primero, por prescripción gubernativa, pasé dos meses encerrado; solo, debido a circunstancias familiares. Lo llevé bien, fue un ejercicio interesante de autoprospección, colaboré con cinco encuestas internacionales sobre comportamiento, estado físico y salud. Leí mucho, hasta las etiquetas de La Casera. Incluso, contra la norma, conseguí bajar dos kilos de peso.
Sin embargo, fue concedernos la libertad condicional y empezar a despistarme. Igual fue porque, en mi santa inocencia, volví a ver telediarios, que había apartado de mis ojos durante el confinamiento. Profetas y pitonisas de toda especie pronosticaban sobre un nuevo mundo; para unos de color rosa, para otros, negro apocalíptico. Como defensa me refugié en mi biblioteca.
Los empresarios se quejaban al unísono de incertidumbre, como si en esta vida hubiera algo cierto salvo que se acabará algún día; y ni siquiera la visita de la Parca tiene fecha. O sea, que el ser humano ha sabido desde el inicio de la civilización vivir manejando el cálculo de probabilidades.
“El Principio de Incertidumbre” se dio en llamar a un teorema de Werner Karl Heisenberg que explicaba una cosa tan extraña para nosotros como que algunos componentes subatómicos unas veces se comportan como materia y otras como energía. Difícil de comprender, como eso de Einstein de que espacio y tiempo pueden ser la misma dimensión y que la luz se curva, cuando vemos tan lineales los haces del puntero láser.
Desde que se descubrió que el átomo era un error ya en su propia definición, no era indivisible, los físicos fueron de sorpresa en sorpresa. Miraron alternativamente a través del microscopio y del telescopio, porqué las órbitas elípticas de los electrones y de los astros se parecen. Al final, Heisenberg explicaba que los problemas no eran solo de Física Cuántica o de Cosmología, sino de Gramática: “El asunto importante aquí es que hay que encontrar las palabras y los conceptos para describir una curiosa situación en Física que es muy difícil de entender”.
Después de la oleada del virus, que no ha pasado del todo, nos queda una situación social complicada de analizar; nos faltan ideas y palabras para explicarla correctamente. Seamos estudiosos y, cuando menos, prudentes.
Y vivamos. Ésta es la única vida que tenemos. El Universo seguirá expandiéndose, estemos o no nosotros; las partículas subatómicas continuarán girando alegremente en torno al núcleo, sin importarles si el gato de Schrödringer está vivo dentro de la caja. Vivamos sabiendo que somos menos que una humilde y mísera mota de polvo galáctico, y seamos solidarios entre nosotros, que es la mínima fuerza de la especie humana. ¡Feliz y saludable verano!