Es el mensaje actual por excelencia. Es la cruzada de este tiempo confuso, duro, cruel y vacío, porque todo aquello que acompaña a la muerte, cuando ésta se desata, deja un enorme vacío en todos, vacío que muchos quieren llenar con seguir de fiesta como si nada estuviera sucediendo, y para ello nada mejor que negar la realidad, aunque ello implique negarse a uno mismo, porque solo convirtiéndose en un idiota se puede negar que a tu alrededor hay gente que sufre, gente que muere, gente marcada de por vida por las secuelas del supuestamente inexistente virus.
Pero ahora se quiere negar de forma institucional la realidad de una dureza que solo se puede comparar a la última guerra, y la forma de negarla, o escapar de ella, es publicitar las próximas fiestas navideñas, invitar a todo el mundo a vivirlas a tope, disfrutar de ellas, ser felices, eso sí, cumpliendo las normas.
Se pretende que los ciudadanos celebren alegremente la Nochebuena, aunque en el piso de abajo no estén todos porque pasó por allí el virus.
Se pretende que los Reyes nos visiten con sus camellos, aunque nadie les haga una PCR, para que repartan toneladas de regalos entre niños y mayores, aunque los primeros no puedan salir a jugar al parque y los segundos estén obligados a fingir que les hace ilusión.
Se pretende que los ciudadanos celebren alegremente la Nochebuena, aunque en el piso de abajo no estén todos porque pasó por allí el virus.
Se pretende que despidamos el año e iniciemos el nuevo bajo un toque de queda que, además, esperar que sea respetado es de ilusos, porque todos sabemos que no existe suficiente policía en este país para abortar todas las fiestas particulares que se van a montar esa noche en toda España, en toda Europa, en todo el mundo.
Se pretende, y se fomenta, que todo el mundo consuma como si no pasara nada, porque la exhortación del consumismo es la panacea, al menos así lo creen los que colocan la economía por delante de la salud y de la propia vida, los “sabios” y gurús de la economía.
Me pregunto cuál es el fin de plantearse unas Navidades como siempre, cuando el dolor, el sufrimiento y la muerte nos rodean, ¿acaso existe una inmunidad al dolor ajeno y una mayoría que la posee?
Todos aquellos que mantienen su ilusión y su previsión sobre las próximas fiestas navideñas, ¿tienen alguna garantía de que no las van a pasar en el hospital? ¿Se creen intocables?
En realidad, es evidente que la campaña “Salvemos la Navidad” está basada pensando en el consumo y en los que sufren en sus negocios las consecuencias de los cierres, no en la Navidad como una oportunidad para retirarnos hacia dentro, para unirnos en torno a una festividad que debería ser más espiritual que otra cosa, para reflexionar sobre este momento tan especial, como es la pandemia, y pensar en qué está fallando esta humanidad, qué debemos corregir, cómo debemos recrear nuestra vida cuando todo esto sea solo un mal recuerdo.
Me pregunto cuál es el fin de plantearse unas Navidades como siempre, cuando el dolor, el sufrimiento y la muerte nos rodean.
Y es responsabilidad del Estado ayudar a todos aquellos que sufran en sus carnes las consecuencias económicas de los cierres, así como las consecuencias físicas del virus. ¿Acaso no hay dinero destinado por la Unión Europea para ello? ¿Dónde está ese dinero?
Por otra parte ¿de verdad se creen los responsables que van a poder controlar la situación? ¿De verdad se creen que los ciudadanos van a actuar con responsabilidad? ¿No es ya evidente que no es así? ¿Qué esperan que ocurra?
Además, si la Navidad, hace ya muchos años, ha dejado de ser una fiesta religiosa para convertirse en un desmadre donde todo vale, ¿qué problema hay para vivirla todos confinados? ¿No es una fiesta familiar para reunirse y celebrar el nacimiento del niño Jesús? ¿O es que lo del “niño” ha quedado trasnochado?, y si es así… ¿qué sentido tiene celebrar algo en lo que no se cree?
En mis tiempos de niño, incluso de adolescente, las Navidades eran las fiestas más bonitas y más intensamente vividas del año.
Una energía especial flotaba en el ambiente, tal vez porque todos, niños y mayores, sentíamos con intensidad lo que se celebraba. Era auténtico, era limpio, nadie necesitaba alimentarse de otras vivencias diferentes.
Y así era durante todas las fiestas, sin excepciones.
Es responsabilidad del Estado ayudar a todos aquellos que sufran en sus carnes las consecuencias económicas de los cierres, así como las consecuencias físicas del virus.
Pero poco a poco las influencias exteriores y el consumismo fueron desplazando la pureza, la belleza y la unidad familiar que tan fuerte era.
¿Qué queda ahora de todo aquello…? Nada, o casi nada.
Pero lo auténtico no caduca, lo real no pasa de moda, lo que alimenta el alma no puede ser tapado por lo que alimenta la materia, y nunca lo va a ser por mucho que lo intenten los que crean las modas, los que pretenden cambiar las costumbres, los que quieren sustituir lo puro por lo prefabricado.
Además, si algo tiene de “bueno” este virus, es que se esta cargando todo aquello creado por el hombre que va en contra de las Leyes naturales, que potencia lo pasajero por encima de lo eterno.
Está dejando al hombre desnudo, sobre todo a los prepotentes, a los que se creen poderosos. Está evidenciando que la unidad humana es una utopía, que los políticos, con excepciones, están a su bola, a sacar rédito partidista de la situación. Es una vergüenza que no quedará impune.
Lo auténtico no caduca, lo real no pasa de moda, lo que alimenta el alma no puede ser tapado por lo que alimenta la materia, y nunca lo va a ser por mucho que lo intenten los que crean las modas.
Este es uno de los mayores problemas que tiene que enfrentar y resolver la especie humana, porque la clase política, con limitadas excepciones, es lo más incompetente, lo más prepotente y lo más inútil que existe en el planeta. Suya es la responsabilidad de la mayoría de las guerras, de la casi totalidad de las crisis económicas, de las divisiones y enfrentamientos sociales, de las carencias y aumento de la pobreza en el planeta. Y es así porque están comprados por los banqueros, que a su vez son instrumentos de los que desde la sombra manejan el poder.
Es una cadena oscura, muy bien ensamblada, muy bien organizada.
Pero su tiempo de opresión se acaba.
Además, el hombre, el ser humano, es una criatura diseñada para ser eterna, lleva en su interior todo lo bueno y positivo depositado por sus creadores, que va a florecer cuando los creadores de basura sean derrotados. Y esto está muy cerca.
Por todo ello, la campaña “Salvemos la Navidad” es una absurda y descarada manipulación del sentido interno y puro de estas fiestas en favor de la economía. Es invitar a ignorar lo que está pasando para seguir alimentando aquello que está destinado a desaparecer, y es el consumismo sin sentido, sin criterio, mezclado con un derroche de frivolidad que es más para tapar el vacío interior que para festejar nada, porque la realidad, si se tiene valor a mirarla de frente, es que no hay nada que festejar, porque lo único real es que a nuestro alrededor hay muerte, dolor, soledad, sufrimiento.
“Salvar la Navidad” va enfocado hacia lo material, y debería sustituirse por salvar lo que nos caracteriza como humanos, nuestro interior, lo que somos en realidad, lo que nos une, que es mucho más que lo que nos separa.
Si existe alguien, que existirá, que tenga la “capacidad” de ignorar todo lo que pasa, de abstraerse de la realidad y vivir a tope la fiesta, entonces su problema, su gran problema, es que está muerto, muerto por dentro, que es bastante peor que estarlo por fuera.
“Salvar la Navidad” va enfocado hacia lo material, y debería sustituirse por salvar lo que nos caracteriza como humanos, nuestro interior, lo que somos en realidad, lo que nos une, que es mucho más que lo que nos separa.
Reflexionar sobre ello, cuando celebramos el nacimiento del Ser que nos mostró el camino del Amor, camino que nos conducirá a otro estado superior de conciencia, es más propio y más lógico que pensar solo en comer, en fiestas y en pasárnoslo bien.
Se supone que somos humanos, no animales, aunque tenemos mucho que aprender de los animales.
Por ello, la mejor manera de enfocar la próxima Navidad sería pensando y ayudando, en la manera de lo posible, a todos aquellos afectados por la pandemia que se quedaron sin nada, que no tienen trabajo, comida, incluso vivienda, además de, en muchos casos, la falta de seres queridos que se llevó el virus.
¿Cuántos cientos, miles, de españoles están en esa situación?
¿Cuántos millones en el planeta?
Si hay alguien, repito, que pueda ignorar esa realidad y montarse la fiesta, entonces posee en su interior el peor virus que existe. Y tiene muy mala cura.
La mejor manera de enfocar la próxima Navidad sería pensando y ayudando, en la manera de lo posible, a todos aquellos, afectados por la pandemia, que se quedaron sin nada.
Todos formamos parte de una inmensa red. Todos estamos conectados. Todos dependemos de todos. Todos somos Uno.
Y esta red, es precisamente el medio que utilizó y utiliza el virus para apoderarse del planeta, para extenderse, para multiplicarse, para hacerse cada día más fuerte.
Su inteligencia y su poder son muy superiores al ser humano.
El ser humano solo será poderoso cuando se una, sin excepciones, cuando descubra que todo lo que persigue, que todo lo que anhela, nunca lo podrá conseguir como individuo, y mucho menos yendo en contra de la Ley Superior.
Su futuro está escrito, y solo lo alcanzará cuando viva como Grupo.
Pero esto, de momento, es una utopía.
Por eso somos tan vulnerables. Por eso vivimos siempre en peligro. Por eso reina la desconfianza en el planeta.
Por desgracia, habrá que vivir mucho dolor aun para comprender, para cambiar, para encontrar y seguir el camino establecido.