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viernes 22, noviembre 2024

Miguel Angel Yagüe. El Himalaya a dos ruedas

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No hace tanto que ha vuelto, pero ya está pensando en el siguiente viaje. Entre marzo y septiembre de 2008, Miguel Ángel Yagüe viajó por el Himalaya montado en bicicleta, buscando las rutas menos transitadas.

Una persona, una bici: cientos de anécdotas, de imágenes, de experiencias. Miguel Angel Yagüe cuenta su aventura como si fuera lo más normal del mundo, pero cualquiera que oye hablar de planes que se fastidian antes de empezar, de pasos fronterizos imposibles, de monzones, de travesías de trekking hechas a dos ruedas, y de tantas otras cosas, se lleva las manos a la cabeza, no se sabe si de susto ante tanta temeridad, o de envidia por la aventura vivida.
La idea era hacer una travesía de seis meses en bicicleta por la cordillera del Himalaya. Pero los imponderables existen, de modo que cuando el aventurero llegó a la frontera del Tíbet se encontró de lleno con las protestas por los Juegos Olímpicos. Imposible entrar en el país, vamos. Imposible, por tanto, hacer el viaje planeado. Así que tenía seis meses en blanco por delante. ¿Qué hacer con ellos? «Lo que se me ocurrió fue realizar una serie de circuitos por el Himalaya, buscando básicamente la dificultad. Llegar a zonas remotas donde en principio no parece lógico llegar con una bicicleta».

«Me gusta viajar solo. Creo que es más interesante, la gente se te acerca mucho más y la aventura se intensifica. Voy a mi ritmo, tomo las decisiones, y si me equivoco las asumo yo»

Así que se las ingenió para volver desde Yunnan a la capital por la zona más rural. Desde allí, un vuelo a Nepal y un gran reto: el circuito de los Annapurnas, la ruta de trekking más famosa del Himalaya. «Los tres primeros días fueron durísimos, hay que cargar con la bicicleta prácticamente el setenta por ciento del tiempo, es agotador. Afortunadamente, luego es casi todo ciclable, pero estuve a punto de dar la vuelta. Claro que llegas a un punto en que da lo mismo volver atrás que continuar… Y es muy gratificante verte ahí, con tu bicicleta, en una zona que se supone que es sólo para caminantes».
A esto siguió una travesía uniendo Kathmandú, la capital del Nepal, con Pokhara, la segunda ciudad en importancia. Miguel Ángel había oído hablar de una antigua red de caminos y pistas, que dejó de usarse en los años sesenta. Con muy pocas referencias, salió a buscar una ruta. «La ventaja en los Annapurnas es que, al ser un trekking tan recorrido, puedes ir prácticamente sin nada porque cuentas con unos albergues muy sencillos, que garantizan que tienes donde comer y dormir. Pero para ir de Kathmandú a Pokhara no podía llevar equipaje porque si no, es imposible mover la bicicleta. Y me metí sin saber más: si tengo que dormir en el campo, duermo, y si no como, no como. El viaje fue saliendo poco a poco, una ruta preciosa por un Nepal que se mantiene ajeno al turismo».
Después intentó abrir otra ruta alrededor del Kanchenjunga pero, con la temporada del monzón pisándole los talones, resultó imposible. Y tras unos días en el antiguo reino tibetano de Sikkin, se desplazó hasta la otra punta del Himalaya indio. En Ladakh, la ruta Manali-Leh es mítica para los motoristas, y muy dura para un ciclista, ya que transcurre a gran altura con varios pasos de más de cinco mil metros. También visitó el Nubra Valley, cruzando el puerto más alto del mundo. «Al menos, el más alto que se puede cruzar sobre dos ruedas». Tras el camino de ida y vuelta, sin alardes, le dio tiempo a subir el pico más alto de la zona: el Stock Kangri, de más de seis mil metros. Todo sobre la marcha.

«Viajar me ha hecho valorar lo afortunados que somos en el Primer Mundo. Simplemente pulsar un botón y que haya luz, abrir un grifo y que salga agua, por no hablar de la alimentación que tenemos, del ritmo de consumo, de la ostentación, del derroche»

«Me gusta viajar solo. Creo que es más interesante, la gente se te acerca mucho más y la aventura se intensifica. Voy a mi ritmo, tomo las decisiones, y si me equivoco las asumo yo. Además, al viajar en solitario, la bicicleta es la mejor tarjeta de visita que uno puede llevar. La gente te acoge mucho mejor, yo creo que fundamentalmente porque te consideran inofensivo, y también porque despiertas simpatía, la gente piensa ¿a dónde va este loco?».
Por último, una visita a Zanskar. Se trata de un antiguo reino famoso por su aislamiento. El único acceso es una antigua pista de montaña que permanece abierta tres meses al año y alguna ruta de trekking de dificultad alta. La ida fue por la pista, pero la vuelta, cómo no, por la vía difícil. Alquiló dos caballos en la capital para llevar el equipaje y se metió por un camino en el que los montañeros más avezados dudan.
Además en su página web www.volararasdelsuelo.com se puede colaborar con un proyecto solidario, que ha bautizado como Pedaladas sin Fronteras. «Cuando hice la página web se me ocurrió dedicar una parte a un proyecto de colaboración: invito a la gente a que me compre una foto, simbólicamente, y yo se la envío por internet a cambio de que hagan un ingreso de diez euros en una cuenta destinada a Médicos sin Fronteras. Cuando viajo, la mayor necesidad que yo detecto es la asistencia médica, por eso pensé en una ONG que la proporcionara». (…)

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