Hoy no peinará la brisa
las volutas del alféizar
Yo escribo,
mientras deja
que el último gorrión
tiente
el mar negro
de sus pestañas
nodrizas.
Me pide
que acaricie
su vientre,
que lance
un cobrizo credo
al pozo
de regazo permanente,
y que si sale cara
impregne,
con el humo
de un gemido,
el eco
de la entraña fina.
No conoció profundidad
el vacío
hasta que de repente
susurraste
que era tarde,
el gorrión no latía.