El rostro desmembrado
del amor,
hizo del Báltico
el vino,
que se agolpa
en mis clavículas
y eriza las algas,
que ensancha
las venas
y acomoda
el puñal a su nido.
Antes de destilar la sal
que cabe en una lágrima,
la sirena de Copenhague
rezaba espuma de nácar,
y plegaba,
las comisuras de lo mortal,
en lo perdido.