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martes 23, abril 2024

La magia de los burros en El Refugio de Lucero

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Acabar con la situación de desamparo que vivían los burros y al mismo tiempo aprovechar sus cualidades para terapias con personas que lo necesitan. Esto es lo que experimentó Isabel Quirós en primera persona y a raíz de ello puso en marcha El Refugio de Lucero, un lugar en pleno Parque Natural de Las Ubiñas-La Mesa donde hay mucho espacio para que se produzca esta magia entre persona y animal.

-¿Cómo una licenciada en Derecho acaba en el Parque Natural de las Ubiñas cuidando burros?
-He vivido rodeada de animales desde que nací, siempre me han gustado. Lo de estudiar Derecho fue más bien una idea de mis padres porque era una carrera que -según ellos- podía tener muchas salidas. Para mis adentros pensé, “vale, la estudio, pero cuando termine haré veterinaria o biología” que era lo que a mí me gustaba. Tardé en acabar Derecho porque se me hizo cuesta arriba y luego vi que no era plan seguir estudiando. La vida me llevó por distintos trabajos hasta que un día decidí que lo mío eran los animales y me vine al pueblo: aquí soy feliz.

-Cambiaste tu vida de urbanita, entonces…
-Sí, viví en Oviedo hasta los 37 años ahora resido en Teverga porque toda mi familia era de aquí. Empecé a arreglar una casita y cuando estuvo habitable me trasladé al pueblo. Tengo que ir cada día a la capital por mi trabajo, pero no cambio por nada el despertarme todas las mañanas entre montañas.

Isabel Quirós, artífice del proyecto El Refugio de Lucero

-¿Cómo surge el proyecto de El refugio de Lucero?
-Podría decir que fueron los burritos los que vinieron a mi encuentro. Encontré uno al lado de casa que estaba en muy malas condiciones y lo primero que pensé fue “mira para otro lado porque como le mires a los ojos, le vas a poner nombre y te vas a complicar la vida un montón”. Y así fue como llegó a mi vida Pinocho, el burrito más viejo de todos. Luego aparecieron otros a los que quise dar también una vida un poco digna, pero no disponía de una finca en condiciones ni de una infraestructura.
Durante la pandemia, tuve todo el tiempo del mundo para estar con ellos. Al quedarme aislada en el pueblo, lejos de mi familia a la que estaba muy unida, con aquellas noticias tan negativas todos los días, me daba cuenta de que cuando venía de estar con ellos, lo hacía con una sonrisa en la boca. Según mi estado de ánimo los burritos hacían unas cosas u otras, detectaban lo que necesitaba y me lo daban. Se había creado una especie de vínculo muy especial. Pensé, “o estoy loca o estos burros hacen magia”. Me puse a mirar por internet y descubrí que existía la asinoterapia así que decidí formarme en esa disciplina y para ello me trasladé hasta Alicante. Luego hice un curso de Mujeres Emprendedoras en la Escuela Rural de Somiedo donde me ayudaron a dar forma al proyecto y a partir de ahí la gente empezó a llamarme para vivir esta experiencia. Los resultados están siendo increíbles en todos los casos con personas autistas, con parálisis cerebral, depresión y simplemente turistas que quieren vivir una experiencia diferente.

“Según mi estado de ánimo vi que los burritos hacían unas cosas u otras, detectaban lo que necesitaba y me lo daban”

-¿Todos los burritos están capacitados para desarrollar este tipo de terapia o necesitan algún tipo de aprendizaje?
-Pinocho, que es el mayor, sufrió mucho y al principio desconfiaba mucho de las personas, pero ahora se ha convertido en un peluche gigante. Quiere que lo abraces, lo cepilles, lo pasees todo el rato. Se adapta muy bien a todo tipo de personas, le da igual mayores que niños. En cambio, la hembra, Maruxiña, que llevó muchos palos, tardó dos años en dejarse acariciar. Fue viendo que las personas que se acercaban a ella era para darle zanahorias, mimos o ponerle música y empezó a confiar. Hoy diría que se ha convertido en la mejor terapeuta de todos. Es la primera que se acerca al visitante, le arropa y se deja querer. Aporta algo muy distinto al resto de los burritos.

-¿Cuántos tenéis ahora?
-Ahora tenemos cuatro. Empezamos con tres, Maruxiña quedó preñada y nació Lucero. Ella desde el principio lo empujaba hacia mí como para hacerme partícipe de su experiencia y lo educamos juntas. Lamentablemente a los nueve meses murió de una infección, ella lo pasó fatal y yo igual. Compartimos el duelo juntas. En casa no me podían consolar, mis amigos tampoco y experimenté que cuando subía a ver a los burritos venía como nueva. A este espacio lo llamé El refugio de Lucero en su memoria y decidí acoger a más burritos y ayudar a la gente como ellos habían hecho conmigo. Hace un mes más o menos, me paró un señor por la calle y me ofreció un burro que le había tocado en una fiesta antes de venderlo para carne. Se lo compré. Es mi pequeño Turrón y tiene seis meses.

“Quiero combinar lo que es el cuidado de estos animales con la interacción con las personas para que puedan beneficiarse de la energía que transmiten”

El Refugio de Lucero-¿Cómo es el carácter de estos animales? ¿Qué desconocemos de ellos?
-Los burritos se mueven superdespacio y son muy cariñosos, como peluches gigantes. Caminas y te siguen, los abrazas y se dejan, les encanta que les pongas música, se quedan todos relajados y te transmiten esa tranquilidad que están experimentando. Es como si te dijeran: respira, muévete despacio, estate aquí y ahora, disfruta.

-¿Por qué hay tanto abandono de burros en el medio rural?
-Porque ya no les necesitan, las máquinas hacen su trabajo y sale mucho más rentable, se ahorran cuidados y alimentación.

-De dónde crees que viene esa leyenda negra de considerarlos como animales poco inteligentes, torpes…
-Pues creo que es por lo inteligentes que son. Ellos si no quieren hacer algo ya les puedes reñir o pegar que no lo hacen. Son tercos en ese sentido. Bueno, tercos tampoco, pero si ven que algo no les conviene, no lo hacen. Deciden lo que está bien para ellos y lo que no, tienen su propio criterio.

“Cada burro decide conectar con cada persona. Interactúan con la gente y crean vínculos de forma instintiva”

-¿Qué van a encontrar las personas que se acerquen hasta El refugio de Lucero?
-Mucha gente dice que ha pasado aquí la mejor tarde de su vida. Estamos en medio de un bosque precioso, donde se escucha el sonido del río, se respira aire puro y poner la mano sobre los burritos -tienen dos grados más de temperatura corporal que nosotros- es una sensación muy agradable que aporta bienestar. Notas que te empiezas a encontrar mejor y a partir de ahí todo empieza a fluir. Hay que experimentarlo. Cada burro decide conectar con cada persona. Interactúan con la gente y crean vínculos de forma instintiva. Tenemos previsto organizar talleres y distintas actividades más adelante. Hasta ahora hemos hecho meditación activa y ha funcionado genial. Vamos a experimentar con yoga, musicoterapia, mindfulness.

-Dices que cuando un burrito escucha tu voz no la olvida nunca. ¿Qué más cosas has descubierto de ellos?
-Hace tiempo me preguntaron si respondían por el nombre y como siempre tuvimos burritos mayores pues, aunque les pusimos nombre cuando eran adultos pues no lo relacionaban con ellos. Creo que responden más a mi voz que a los nombres. En cambio, Turrón, que lo cogí de pequeñín, ese sí viene corriendo cuando le llamo.

-¿Qué proyectos tienes a medio plazo?
-Quiero combinar lo que es el cuidado de estos animales, darles la vida maravillosa que se merecen después de tanto sufrimiento -paseos, mimos, música, comida- con la interacción con las personas para que se puedan beneficiar de la energía que transmiten. Por el momento, El Refugio de Lucero solo genera gastos que sufrago con mi sueldo. Mi intención es promocionarlo, darle visibilidad, conseguir patrocinadores que me ayuden a pagar la comida, el veterinario, la finca, los gastos y luego que la gente que realmente necesite este tipo de terapias y no se lo pueda costear puedan venir aquí de forma gratuita.

“Para mí han sido un gran descubrimiento, estoy convencida de que los burros hacen magia. (…) Tenemos que descubrir el vínculo tan grande que tenemos los seres humanos con los burros”

-¿Cómo valoras tu paso por la Escuela de Emprendedoras?
-Muy positivamente. Una amiga me dijo que había una escuela para emprendedoras y que estaban buscando proyectos para echar a andar. Yo quería hacer algo con los burritos, pero no sabía muy bien el qué. Así que les escribí y me seleccionaron. Nunca pensé que aprendería tantas cosas en los siete meses que duró el curso. Pasé de tener un sueño en mi cabeza a tener un papel con todos los pasos que tenía que seguir para hacerlo realidad. He sido fiel a esa hoja de ruta y ahora me queda muy poco para rematarlo.

-¿Te has beneficiado de algún tipo de ayudas o subvenciones?
-Sé que hay subvenciones y ayudas públicas, pero te piden estar en paro un número de meses y ese no es mi caso. Sé que hay otras de carácter privado, pero piden una serie de requisitos que son incompatibles con mis necesidades. Por el momento voy ahorrando un poco y resolviendo como puedo hasta que todo esto esté en marcha y empiece a generar beneficios. Quiero hacer las cosas a mi manera para que la idea se mantenga pura, las subvenciones suelen poner requisitos que luego te condicionan. Este proyecto está fluyendo solo y me gusta el camino que va siguiendo, no lo cambiaria por nada.

Isabel Quirós con Conguito. El Refugio de Lucero
Isabel Quirós con Conguito

-¿Estás tú sola en todo esto?
-Tengo muchísimo apoyo, no me puedo quejar. Empezando por un grupo de chicas que han ido llegando al pueblo desde Inglaterra, Madrid o Alemania y que ahora nos une una gran amistad. Ellas también quedaron prendadas de los burritos y me ayudan en sus cuidados. Casi te diría que la personalidad y la vida de cada una de estas tres chicas que forman parte de El Refugio de Lucero coincide con las características de cada uno de los burritos. Mi amiga Lu, sería como Maruxiña, la protectora de la manada, fuerte y cargada de experiencia. Sara -la nueva farmacéutica del pueblo- es como el pequeño Turrón, listo, seguro de sí mismo y con toda la vida por delante. Miriam es Conguito, el primero que llega para demostrar su cariño, el que agradece que le cures las heridas. Y Pinocho soy yo, el mayor, el que pase lo que pase siempre confía y demuestra su amor.

-¿Crees que la asinoterapia es una terapia por descubrir?
-Creo que sí. Se conocen más las terapias con perros, caballos, delfines, pero con burros solo encontré este sitio de Alicante donde me fui a formar. Para mí han sido un gran descubrimiento, estoy convencida de que los burros hacen magia. Es un mundo por descubrir y mucha gente se puede beneficiar. Tenemos que descubrir el vínculo tan grande que tenemos los seres humanos con los burros.

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