En pleno corazón del occidente asturiano, Yolanda Alzu dirige el complejo Amaido Agroturismo en San Tirso de Abres. Una finca que combina agricultura, turismo rural y educación ambiental. Ha sido reconocida como la Mejor Empresaria Autónoma del Año y quisimos conocer su historia. Nos dice que la hemos pillado en plena campaña de recogida de manzana.
-¿Cuánta superficie tenéis dedicada a la manzana?
-Tenemos unas 2 hectáreas aquí en el camping, y además gestionamos pumaradas de gente que se ha jubilado. También plantamos en casa de mi suegro. En total, calculo que sacaremos unas 120 toneladas de manzana. En conjunto creo que tenemos una de las pumaradas más grandes del occidente asturiano.

-Te han reconocido como la Mejor Empresaria Autónoma del Año. ¿Qué ha significado este premio para ti?
-Fue una sorpresa total. Conocía el premio porque algún compañero lo había recibido, pero nunca pensé que me tocaría a mí. Sólo el hecho de que me presentaran ya me pareció muy importante, sobre todo siendo del Occidente, una zona menos visible donde cuesta más que te reconozcan.
Este proyecto nació en San Tirso de Abres, donde no había casi nada cuando llegamos. Si hubiera surgido en Taramundi, te digo que estaría volando en este momento. Desde el principio supe que era una apuesta arriesgada porque partíamos desde cero. Y el premio, más allá de cómo vaya la empresa, reconoce el trabajo personal, el sacrificio de toda una vida. Como los primeros años fueron muy duros, el día de la entrega del premio me emocioné muchísimo al recordarlo. No había preparado nada, así que fue todo improvisado, pero muy emotivo porque me salió del corazón. Recordar estos 31 años de mi vida volcados aquí fue impresionante.
«Este proyecto nació en San Tirso de Abres, donde no había casi nada cuando llegamos (…). Desde el principio supe que era una apuesta arriesgada y el premio es lo que reconoce: el trabajo personal, el sacrificio de toda una vida»
-¿Qué historia hay detrás de todo esto? ¿Cómo empezó todo?
-Yo soy de Oviedo, estudié Magisterio en la especialidad de Ciencias Naturales y me encanta la enseñanza no reglada. En 1988 me presenté a unas vacantes que había para la Escuela Taller de Sestelo en Castropol y estuve allí durante seis meses, luego el destino me llevó hasta San Tirso de Abres. Tenía 21 años y acabé dando clase a alumnos de 16 a 25 años. Entre los módulos que enseñaba tenía el de agricultura, y una de las tareas que teníamos era conseguir que los alumnos se integraran en el mundo laboral. Se había intentado gestionar una finca con el Ayuntamiento de Castropol, pero a través de la gerencia Oscos-Eo y el Plan de Dinamización Rural de la comarca Oscos-Eo se nos ofreció una finca en San Tirso de Abres para explotación de invernaderos y cultivos al aire libre y una granja escuela. Así que acepté. Al poco tiempo empezó otro proyecto similar en Castropol y no tenía sentido tener dos Granjas Taller abiertas, así que, entre mi socio y yo levantamos el camping y pusimos en marcha la parte agrícola/invernaderos.
-¿Cómo fue evolucionando ese proyecto?
-Al principio éramos siete socios. Poco a poco fueron cayendo y al final quedamos Kiko y yo. Él dejó el proyecto en 2011 y desde entonces lo defiendo sola. A partir de ahí fue cuando pensé en recuperar la casona que había en la finca, que estaba catalogada como Bien Histórico. El tejado se había venido abajo, hubo que vaciarla entera y rehabilitarla. Cuando mi socio se marchó, Carlos –mi marido– y yo decidimos seguir adelante. Invertimos en la casa, la pintamos, la amueblamos… y aquí seguimos. Hoy es una casa rural integrada en la finca, junto con el camping, el restaurante, la granja de animales autóctonos, los invernaderos y las pumaradas.

«El complejo está formado por una casona rural, integrada en la finca, así como un camping, restaurante, granja de animales autóctonos, invernaderos y las pumaradas»
-¿Qué fue lo primero que pusisteis en marcha?
-La parte agrícola. Incluso antes de tener la sociedad hicimos un cultivo experimental de tabaco, que no salió, pero nos sirvió para arrancar. Luego vinieron los invernaderos: cuatro naves donde cultivábamos lechuga en invierno y tomate en verano. También cultivamos faba, que fue lo que más nos sostenía al principio, porque el turismo apenas existía. Pero cuando el camping empezó a funcionar, tuvimos que reorganizar los cultivos ya que las fabas se cosechan en agosto, justo cuando el turismo está en su pico más alto, así que las sustituimos por manzanos, que se recogen más tarde.
-Montar un camping en el suroccidente en la zona interior es todo un reto…
-Ni tanto. Nadie sabe de quién fue la idea de poner un camping en San Tirso de Abres, porque de aquella no había turismo. El proyecto se hizo con números pensados para un camping de costa, que no tenían nada que ver con la realidad de aquí. Pero yo era joven, tenía ganas de trabajar y me encantaban los retos. Así que allá fui.
Hubo momentos muy duros, sobre todo los primeros diez años. No ganabas nada, vivías gracias a las cosas que producías. Dormía debajo de Recepción, en un saco de dormir porque aquí aún no había casa; yo vivía en Vegadeo, era joven, sin hijos ni pareja y eso me permitió aguantar.

-¿Cómo llevaste esa soledad?
-Me regalaron una perra, un pastor alemán y fue mi compañía. Salía con ella los domingos por la tarde, era lo único que me sacaba del trabajo. No tenía vida social, ni descansos. Hoy en día sigue siendo intenso, pero tengo hijos y otras responsabilidades. De aquella, era trabajo constante.
-Y ¿cómo surgió la parte educativa del proyecto?
-Siempre me gustó la enseñanza no reglada. Fui monitora de tiempo libre, hacía actividades con niños. Así que en el camping, como al principio no había mucha gente pero sí había niños, empecé a hacer juegos con ellos. Un día fuimos a buscar huevos a las gallinas, al siguiente otro niño quiso sumarse y así empezó todo. Hoy esa actividad de ver los animales es parte esencial de Amaido. Les enseño la huerta, cómo hacer sidra, los valores del campo. Todo tiene un porqué. Les explico que en el medio rural nada es casual: los gatos están para frenar a los ratones, los perros para proteger, y hasta cómo se baja el maíz del cabazo tiene su lógica. Intento transmitir cómo era la vida antes, cómo se aprovechaba todo. Eso es cultura rural.
«El proyecto de poner aquí un camping se hizo con números pensados para un camping de costa que no tenía nada que ver con esta realidad. Pero era joven, tenía ganas de trabajar y me encantaban los retos»
-También tenéis un servicio de restaurante, ¿te encargas tú de la cocina?
-La vida no me da para tanto. No soy cocinera, pero sí lo gestiono. Ofrecemos comida tradicional, con productos de nuestra huerta y de la zona. Lo nuestro es cocina de casa, la de siempre, la que se está perdiendo. Si alguien quiere alta cocina, tiene otros sitios a los que ir.
-Habéis hecho alianzas con otras empresas de la zona, ¿en qué consisten?
-Desde el principio tuve claro que había que aprovechar todos los recursos del entorno: turismo activo, ferias, actividades… Hoy en día hay muchas más empresas que antes, y en nuestra web aparecen todas para que el visitante sepa qué puede hacer. Es bueno para ellos y para nosotros: cuanto más haya que hacer, más tiempo se quedan aquí o tienen más razones para volver.
Participamos en ferias como Nortur, en Avilés, donde nos agrupamos con otros campings y empresas de turismo activo para promocionar la Mariña Lucense y la Comarca Oscos-Eo. Romper con el localismo ha sido clave.
-Y esa colaboración con el Camping Rinlo Costa de Ribadeo (Lugo), ¿cómo surge?
-Fue muy especial. Nos presentamos juntas a la Gala de Campings de España y ganamos el Premio al Mejor Camping de Entorno Natural de España en 2023 (premio compartido). Belén, la responsable del camping, y yo tenemos proyectos muy similares, con la misma filosofía, y estamos a 20 minutos una de otra. Ella en la costa, yo en el interior, pero compartimos clientes, valores y entorno: la Reserva de la Biosfera de Río Eo, Oscos y Terras de Burón que abarca un territorio espectacular entre el occidente asturiano y la Mariña Lucense.
«Hubo momentos muy duros, sobre todo los primeros diez años. No ganabas nada, vivías gracias a las cosas que producías»
-¿Has sentido en algún momento que has tenido que vivir a contracorriente para sacar todo esto adelante?
-Sí, sobre todo al principio. Ser mujer joven en un mundo de empresarios mayores no era fácil. Me llamaban “la niña”, y eso, curiosamente, me ayudó. Hoy en día hay muchas más mujeres emprendedoras, incluso en sectores como el deporte, donde antes no se veían.
-¿Has recibido ayudas para desarrollar el proyecto?
-Sí, algunas. Tres ayudas del programa Leader: una al inicio, otra para los invernaderos y otra para las bicicletas. También una pequeña ayuda europea. Y luego, créditos. En vez de hipotecas, siempre opté por créditos. Todo lo que sirviera para seguir adelante. Además, soy un poco hormiguita, gastos los justos y bastante ahorradora.
¿Y cómo gestionas toda esta granja escuela?
-Con ayuda, por supuesto. En verano llegamos a ser nueve o diez personas trabajando. He tirado mucho de familia: hijos, sobrinos, incluso el hijo de mi antiguo socio. En invierno, como la cosa está más tranquila, quedamos la cocinera, que lleva 24 años conmigo, y la camarera, mi brazo derecho. El resto lo llevo yo sola.


-¿Qué te une a San Tirso de Abres? ¿Por qué este lugar?
-Curiosamente, nada. La única conexión que recuerdo fue una ruta que hice unos años antes con mi grupo de montaña Auseva justo antes de presentarme a las oposiciones de magisterio, en la que me hice una foto con Castropol al fondo y, resulta que, al año siguiente, estaba trabajando aquí. El destino, supongo.
-¿Crees que Amaido se ha convertido en un motor para este concejo?
-Sin duda. Cuando llegamos, solo había una casa de aldea y el Hostal Rey. Hoy hay empresas de turismo activo, alojamientos, hay movimiento. El camping tiene 287 plazas, y San Tirso apenas cuenta con 400 habitantes. Eso dinamiza, da alegría al pueblo. El Ayuntamiento incluso nos entregó un diploma de honor por nuestra labor turística.
-¿Cómo han vivido todo esto tus hijos?
-Se han criado aquí. El camping les ha dado vida, tienen amistades por toda España, experiencia laboral, valores. Han aprendido a ser personas. Eso no lo da la escuela ni la sociedad. Lo llevarán siempre consigo, decidan quedarse aquí o no. Y eso me produce satisfacción.
-En el fondo, este es un proyecto de vida…
-Sí, totalmente. Lo he montado para que se disfrute: mi familia, los clientes, los amigos. Es lo que tenemos y lo compartimos con quien viene. Que lo hagamos mejor o peor, eso ya es otra cosa, pero lo damos todo. Nos encanta comprobar que los clientes repiten, les encanta la experiencia.
-Si pones en una balanza el sacrificio realizado y lo conseguido, ¿estás satisfecha con la apuesta que has hecho?
-Sí, estoy contenta. Me gustaría disfrutar más, pero estoy agradecida. Ha sido mucho sacrificio, pero también muchas satisfacciones. ¿Si lo repetiría? No lo sé. Si hubiera tomado otra decisión, no tendría a mis hijos, ni a mi marido, ni todo esto. Así que sí, esta es mi vida, y estoy feliz con ella.