Criar en soledad nunca fue fácil, y mucho menos en tiempos de pantallas y prisas. En Oviedo, un grupo de mujeres decidió dar un giro y recuperar “la tribu perdida”: así nació Loco Matrifoco, una asociación que desde 2011 teje redes de apoyo, formación y convivencia para familias. Katia Oceransky, su impulsora, nos cuenta cómo la experiencia de viajar por el mundo, el feminismo heredado de su madre y la maternidad en primera persona se convirtieron en el motor de un proyecto pionero que hoy sigue vivo, adaptándose a nuevas generaciones y desafíos.

-Katia, ¿quién eres? ¿Cómo has terminado aquí?
-Esa pregunta me la han hecho muchas veces y a día de hoy me resulta muy difícil de responder. Crecí en una familia un poquito original. Mis padres han viajado mucho. Mi madre es mexicana y presentó una de las primeras demandas de divorcio del país, fue pionera del movimiento feminista en Asturias y llevaba muy dentro lo de criarnos ella sola. Es muy militante. Fundó la Asociación Simone de Beauvoir, una de las primeras en apoyar a las mujeres víctimas de violencia de género. En casa siempre nos transmitió la idea de que había que mejorar el mundo y todos, de alguna manera, éramos activistas: mi hermana en el ecologismo, mi hermano trabajando con comunidades en distintos continentes, y yo muy vinculada al feminismo.
-Supongo que ese compromiso pronto te llevó a salir de Oviedo.
-Sí, me marché muy joven. Viví en Madrid, viajé mucho y combinaba trabajos remunerados con voluntariado en movimientos de base. Participé en proyectos como el Movimiento Sin Tierra de Brasil o con los Zapatistas en México, siempre muy ligada a cooperativas de mujeres. Era la época del movimiento antiglobalización: sindicatos, cooperativas y colectivos de todo el mundo intentando frenar un capitalismo que dejaba a demasiada gente fuera.
-Y mientras, ¿tu formación académica también fue siguiendo esa línea?
-Primero me fui a vivir a Alemania y encontré una universidad en Inglaterra que tenía cursos de Cooperación al Desarrollo y Género, cuando aquí aún ni se usaba la palabra “género”. Esa experiencia internacional me abrió otra perspectiva para ver el mundo. Después, cada invierno volvía a Asturias para dar talleres en institutos y universidades sobre injusticias globales, hiperconsumo, racismo o xenofobia. Iba allí donde me llamaban. Tenía necesidad de contarle a la gente qué estaba pasando en el mundo a nivel de injusticias, cómo estaba afectando todo eso a nuestra vida. Estos valores han sido una constante en mi vida desde que tenía 18 años.
«Mi madre siempre nos transmitió la idea de que había que mejorar el mundo. Todos en casa, de alguna manera, éramos activistas»
-Y en medio de todo eso, tu vida pega un giro…
-Sí, participaba de varios movimientos asociativos que me llevaron por Cuba, Venezuela y México donde trabajé con distintas comunidades campesinas y allí conocí al que sería el padre de mi hija. Me enamoré, me quedé embarazada, pero no visualizaba mi vida con él, así que decidí volver a Oviedo para criar a mi hija con el apoyo de mi familia en 2010.
-¿Y a partir de ahí surge Loco Matrifoco?
-Curiosamente, en ese momento varias amigas tuvimos hijos casi a la vez. Todo lo que había visto alrededor del mundo y lo que observaba cada vez más en nuestra cultura era que las familias criaban a sus hijos en soledad y eso no me parecía que fuera a mejorar para nada la salud mental y emocional tanto de los padres como de los hijos. Las madres por la sobrecarga, la soledad; los padres porque tampoco se les permite involucrarse en la crianza y las criaturas porque iban a perderse un montón de cosas al no mezclarse con niños/as de su edad. Así que sentimos la necesidad de crear espacios compartidos de crianza. Queríamos una crianza con apego, acompañada, basada en la ciencia y en la intuición. Nos apoyamos en grupos que ya existían y tienen una importante trayectoria en Asturias como El Parto es Nuestro y Amamantar, y empezamos a reunirnos en mi casa.

«Todo lo que había visto alrededor del mundo y lo que observaba cada vez más en nuestra cultura era que las familias criaban a sus hijos en soledad y eso no me parecía que fuera a mejorar la salud mental y emocional tanto de los padres como de los hijos»
-¿Cómo se transformó todo eso hasta llegar a esta asociación?
-En 2011 nos organizamos formalmente. Matrifoco nació para tejer redes de crianza común, una tribu. El nombre lo acuñamos entre amigas: “Matrifoco” nos gustaba porque ponía la maternidad —entendida como crianza— en el centro. Una amiga me dijo una vez “¿y por qué no hacemos un ‘Loco Matrifoco’”. Aquello rimaba y así se quedó.
-Katia, ¿cómo fueron esos primeros pasos de Loco Matrifoco?
-Al principio hacíamos quedadas semanales, por la mañana y por la tarde, con espacios de juego libre para los peques. Teníamos un espacio lleno de alfombras donde podían jugar con juguetes de mi sobrina, cosas que íbamos recogiendo por aquí y por allá… Después surgieron programas como Hogareños donde cada viernes una familia abría su casa y compartíamos la comida que llevaba cada uno, juegos y vida cotidiana. Era como tener primos y tíos postizos, una red afectiva que muchas familias necesitaban. Había cola porque todo el mundo quería que fuésemos a su casa. Nuestros peques se sentían en familia, era muy bonito verlos crecer juntos: celebrábamos los cumpleaños, organizábamos salidas a la naturaleza, quedábamos en los Martes de Campo, siempre hacíamos algo. Pero junto a esas quedadas, echábamos en falta algo más: una formación que acompañase a nuestra crianza. Así que cada dos sábados quedábamos en La Madreña, Centro Social Okupado, donde disponíamos de dos salas cerradas para nosotros para que nadie entrara y ensuciara ese espacio que manteníamos limpio para nuestros peques, ya que andaban por el suelo. De ahí pasamos a Santullano y ahora estamos en Otero. Tratábamos temas de crianza: parto natural, alimentación sana, educación no sexista, acompañamiento emocional… Con el tiempo, al crecer nuestros hijos, ampliamos hacia adolescencia, sexualidad y uso de tecnologías, colaborando con programas municipales y Cruz Roja.
«Varias amigas tuvimos hijos casi a la vez y sentimos crear espacios compartidos de crianza, para ello nos apoyamos en grupos que ya existían: Amamantar y El Parto es Nuestro»
-Sin perder de vista las actividades lúdicas.
-Sí, de todo tipo. Yoga en familia, mindfulness, salidas culturales como visitar el mosaico romano de La Estaca (Las Regueras). Cuando me fui de Asturias unos años la actividad bajó, pero al volver retomamos con fuerza… hasta que llegó el COVID.
-¿Cómo os adaptasteis a la pandemia?
-Había mucho miedo a la presencialidad, así que trasladamos parte de la actividad al online: Encuentros como Feminismo Maternando sobre maternidad y migración, carga mental o crianza sin padres. También conversaciones intergeneracionales sobre identidad y diversidad, que grabamos y compartimos en YouTube.
–Vuestra acción social también se amplió.
-Sí. Organizamos recogida de portabebés para Ucrania, intercambios de ropa, apoyo con cestas de comida y productos básicos. Fue un momento donde se creó mucha pobreza en personas que tenían más vulnerabilidad económica. El año pasado empezamos con talleres de autodefensa feminista y transfeminista para adolescentes, abiertos a todas las edades. La verdad es que ha sido un grupo que ha crecido mucho hasta el punto de que lo hacemos todas las semanas.

-Y a nivel educativo, ¿qué papel jugó Loco Matrifoco?
-Desde 2013 impulsamos Jornadas sobre pedagogía activa, conectando con proyectos como La Quinta’l Texu o Silvas & Fentos, un proyecto de juego y educación libre en la naturaleza. Creamos actividades al aire libre como los Brinca Praus que era salir al monte sin nada, salir de ese ritmo frenético, para reconectar con el entorno.
–Me llama la atención lo de los grupos de apoyo silencioso. Cuéntame cómo surgieron.
-Fue precioso, surgieron como necesidad y de forma muy intuitiva. Todo empezó porque una compañera estuvo ingresada, tenía un niño pequeño y su marido tenía un horario de trabajo extenso. No sabía cómo organizarse, así que se nos ocurrió crear un grupo de apoyo silencioso. Nos organizábamos para dejarles tupper de comida en la nevera, poníamos lavadoras, limpiábamos la casa o cuidábamos de los animales. La idea era que la persona pudiera centrarse en su criatura, sostenida por la comunidad. También nació el grupo Hoy me toca a mí, para cuidar de los niños cuando alguien necesitaba tiempo para hacer alguna gestión. Todo con naturalidad, como antes en las casas grandes, sin que todo girase en torno al dinero o la soledad.
«Junto con los grupos de apoyo silencioso nació también el grupo ‘Hoy me toca a mí’ para cuidar de los niños cuando alguien necesitaba tiempo para hacer alguna gestión. Todo con naturalidad, como antes en las casas grandes, sin que todo girase en torno al dinero o la soledad»
-Y en todo este “novedoso” camino, ¿os enfrentasteis a algún tipo de tabús o críticas?
-Al principio, sí. Organizábamos talleres sobre educación sexista y crianza respetuosa y había quien lo veía raro. Recuerdo salir con mi hija porteada en el pecho y que un señor me dijera por la calle “no la lleves ahí, que no te va a crecer”. Me dio la risa, porque detrás de lo que hacíamos había ciencia: estudios sobre desarrollo infantil que se habían abordado en programas como Redes, de Eduard Punset. La ciencia nos estaba confirmando cosas que sentíamos.
-¿Cómo respondíais a esas resistencias?
-Mira, nunca juzgamos. Si alguien decía “mira, aunque no quiera, se me escapan los gritos”, entonces organizábamos un taller de acompañamiento emocional. Si alguien optaba por el biberón frente a la lactancia materna, ofrecíamos información y apoyo, sin imponer nada. La idea era crear una red para explorar otra forma de criar, más orgánica y acompañada.
-¿Y cómo reaccionaba la gente?
-Nadie se quedaba indiferente. La crianza compartida genera oxitocina, bienestar, empatía. Incluso el cerebro de los padres cambia cuando se implican en la crianza. Es algo natural, que engancha. Por eso muchas familias se acercaban, encontraban afinidad y a veces acababan formando su propio círculo.

«Recuerdo salir con mi hija porteada en el pecho y que un señor me dijera por la calle “no la lleves ahí, que no te va a crecer”. Me dio la risa, porque detrás de lo que hacíamos había ciencia: estudios sobre desarrollo infantil que se habían abordado en programas como Redes, de Eduard Punset»
-Tú que llevas acompañando a la gente tanto tiempo, a nivel personal, ¿te has sentido sola en algún momento?
-No. Para mí organizar cosas es parte de mi ser. Es verdad que con el COVID tuve un frenazo: sufrí un COVID persistente durante dos años, con migrañas y agotamiento, y no podía tirar del grupo. Pero nunca me sentí sola, porque somos un equipo. Cristina, por ejemplo, se encargaba de gestiones cuando yo no podía.
-¿Qué ha significado Loco Matrifoco para ti?
-Ha sido confianza, tranquilidad, cariño. Una red que sostiene. Mi crianza sin Loco Matrifoco habría sido mucho más solitaria, y lo mismo para las demás familias.
-Katia, ¿qué te dice tu hija ahora que es adolescente? ¿Cómo vive todo lo que habéis construido?
-Ella lo entiende muy bien. Por ejemplo, con el tema de las pantallas, yo he sido muy estricta con ella y no tuvo móvil hasta los 14 años. Recuerdo que me lo pedía y yo le decía que no, y ella contestaba: “Ya, pero tú sabes que yo te lo tengo que pedir igual”. Esa complicidad resume nuestra relación: ella sabe que hay límites, pero también que puede hablarlos.
«La crianza compartida genera oxitocina, bienestar, empatía. Incluso el cerebro de los padres cambia cuando se implican en la crianza. Es algo natural, que engancha»
–¿Cómo gestionáis esas conversaciones?
-Siempre desde la información. Si me pregunta por qué no puede tener móvil, nos sentamos juntas, vemos vídeos de la Policía Nacional, noticias, y analizamos riesgos. Igual que aprender a cruzar la calle sola: no es prohibir por prohibir, es acompañar hasta que pueda manejarlo.
-¿Qué beneficios ves en esa forma de educar?
-Muchísimos. Nunca usé las pantallas como recurso para entretener a mi hija, y eso le ha dado seguridad emocional. Cuando vivíamos en Granada, iba a un colegio de pedagogía alternativa y pasábamos las tardes en la playa. Para mí fueron años de un gran sacrificio económico, dispones de menos tiempo para trabajar y por tanto ingresas menos dinero, pero a cambio puedes invertir tiempo en lo que te importa, en la crianza de tu hija, en transmitirle valores: confianza, apego seguro y la certeza de que equivocarse no es un drama.
-¿Crees que este modelo es algo aislado o empieza a ser más común?
-No es tan particular. Hoy hay más conciencia sobre las repercusiones de prácticas que antes eran casi obligatorias. Las redes sociales, aunque no me entusiasmen, también han ayudado a divulgar otras formas de crianza. Y alrededor de mí hay familias que crían del mismo modo.
«La psicóloga Rosa Jové ya demostró que el estrés y el llanto prolongado modifican la estructura cerebral. Un grito puede equivaler a un golpe físico. Por eso insisto en que el bienestar en la crianza es fundamental»
-¿Eres optimista respecto al futuro?
-Sí. Creo que criar desde la confianza y la asertividad emocional puede dar lugar a una sociedad con mejor bienestar mental. La ciencia lo respalda: la psicóloga Rosa Jové ya demostró que el estrés y el llanto prolongado modifican la estructura cerebral. Un grito puede equivaler a un golpe físico. Por eso insisto en que el bienestar en la crianza es fundamental.
–Katia, siempre insistes en la importancia de la infancia. ¿Por qué?
-Porque son los años más decisivos. Nadie que haya tenido una infancia feliz se convierte en villano. No hace falta dinero ni una familia perfecta, lo esencial es que la criatura se sienta querida y acompañada, que pueda equivocarse y levantarse. Esa base emocional protege de traumas y fortalece la empatía y la comunicación desde antes de nacer.

-¿Y cómo se traduce eso en la práctica?
-Con gestos sencillos: dar el pecho, si es posible, no solo por los anticuerpos sino por la descarga hormonal que refuerza los circuitos del cerebro. Y si no se puede, buscar igualmente ese contacto piel con piel. Lo importante es la relación, no la perfección.
-Después de tantos años, ¿cómo es el presente de Loco Matrifoco?
-Hemos tenido momentos de mucha actividad y otros de pausa. Ahora estamos en fase de recuperar, retomando encuentros y contacto con familias. Una tarde a la semana hacemos una quedada para vernos, contarnos cosas, compartir con personas de todas las edades, familias nuevas. Tenemos otro día donde ponemos música y bailamos, y de ese momento de bienestar, de conexión y risas, salen conversaciones. No forzamos nada, sólo creamos espacios, el resto surge de manera natural. A partir de enero vamos a trabajar el tema de tóxicos y disruptores endocrinos que nos ha solicitado mucha gente; diversidad y neurodivergencia, talleres de reparación tanto de ropa como de aparatos electrónicos, cosmética natural, diversidad LGTBI y comunicación. Los cursos los imparten profesionales de cada tema, gente que conozco.
-¿Contáis con algún tipo de apoyo institucional?
-No tenemos ayudas económicas. Todo se ha sostenido con cuotas y aportaciones compartidas, ajustando según la situación de cada familia. Sí hemos recibido apoyo del Ayuntamiento y centros sociales que nos han cedido espacios como el Auditorio para Jornadas de Educación.
-¿Qué dirías que distingue a Loco Matrifoco?
-Que llegamos a un terreno donde no había nada: la crianza compartida, sin dogmas, siempre con respaldo científico y revisándonos constantemente. Hemos generado espacios y conocimiento para toda la sociedad. Y confiamos en que la juventud que viene detrás ya tenga más interiorizada esta participación activa.
-Muchas gracias Katia, por este viaje tan apasionante e inspirador.