El Estadio
Como curiosidad, ya descrita, la distancia variaba de un sitio a otro y en Olimpia se estableció en 192 metros que se decía el equivalente a los seiscientos pies de Heracles. Lineales y antes de complicarse dichas carreras y evolucionar a otras distancias, se desarrollaba entre unas rayaduras en la salida y unos bloques de mármol u otras rayas en la llegada, en suelo de arena compactada, descalzos y desnudos. La carrera como deporte, o especialidad, era la preferida por su aplicación práctica en el entrenamiento militar y para comunicaciones entre localidades.
Cuando los competidores eran muchos se celebraba un sorteo y a continuación se iban eliminando en series de a cuatro. Se corría por un pasillo que oscilaba entre 1,5 y 1,8 metros. Los “tacos” de salida eran las rayas en el suelo, en madera o en mármol y tras un pitido los atletas corrían hacia la susodicha meta que no era otra que otra raya en el suelo, determinándose el vencedor por el colegio de jueces. Ante las posibles dudas, ya que había trampas de todo tipo y condición (humana), hubo que disponer de un dispositivo llamado “balbides” consistente en un mecanismo que dejaba caer al suelo una cuerda que se hallaba a la altura de las rodillas de los competidores.
Esta carrera era la principal de los Juegos. El ganador daba nombre a los “períodos” de cuatro años entre unos y otros; la ciudad de pertenencia le agasajaba de manera ostentosa y luego ocupaba cargos políticos y/o militares, además de ser el encargado de encender la pira de los sacrificios al correspondiente dios a quien se ofrendaban los juegos.
Carrera de los dos Estadios: Diaulos
Carrera espectacular por varios motivos: era tan explosiva como el Estadio, pero ya no se corría por calles, o al menos hasta el giro en una columna que se encontraba a mitad de carrera y donde se realizaba una vuelta llena de marrullerías como lanzar tierra con los pies a los contrincantes o, en el mejor de los casos, polvo. La distancia, obviamente, era de dos estadios. Casi 400 metros cuyo nombre se corresponde con la flauta usada por los antiguos músicos griegos o por las dos columnas que se hallaban en cada extremo del estadio, aunque personalmente, si este fuera el motivo, la llamaría diestilo.
Carreras de fondo o “Dolikhos”
Variaban entre los 4 y los 12 estadios, entre los mil metros mínimo y cinco mil máximos (aproximadamente), llenas de tretas y argucias para evitar los atascos y amontonamientos en las columnas de giros.
Hoplitódromos
Una hoplitodromía era una carrera diferente por varios motivos. Los atletas corrían entre dos y cuatro estadios según los distintos autores. Lo hacían vestidos, mientras que en el resto de las pruebas atléticas los participantes iban desnudos o a lo sumo embadurnados en aceite y arena que despues se quitaban con el “estrígilo” (especie de cuchara) y almacenaban en unas vasijas llamadas lecitos que los atletas más afortunados -o deseados- vendían como afrodisíaco a mujeres u hombres al llegar a su ciudad de procedencia.
Pero la diferencia fundamental de la hoplitodromía consistía en correr armados y dicen -a manera de disculpa- que servía como preparación para la guerra: todo entrenamiento en los gimnasios de cada ciudad servía para lo mismo. En el estadio se revestían de grebas, yelmo, coraza y escudo. En total más de treinta kilos de peso, que, con el paso del tiempo, se limitaría a un escudo de diez kilos y desnudos. El herrero espartano Demarato fue el primero en ganar la carrera.
Heródoto, 60 años después de la batalla de Maratón – y 30 años después de la 65ª Olimpiada – nos relata primorosamente (libro VI de su Historia, CXII) una carrera de hoplitas a la fuerza y sobre 900 metros:
“… dispuestos en orden de batalla y con los agüeros favorables en las víctimas sacrificadas, luego que se dio la señal, salieron corriendo los atenienses contra los bárbaros, habiendo entre los dos ejércitos un espacio no menor que de ocho estadios. Los persas, que los veían embestir corriendo, se dispusieron a recibirles a pie firme, interpretando la acción a la demencia de los Atenienses y a su total ruina, que siendo tan pocos viniesen hacia ellos tan deprisa, sin tener caballería ni ballesteros. Tales ilusiones se formaban los bárbaros; pero luego que de cerca cerraron con ellos los bravos Atenienses, hicieron prodigios de valor dignos de inmortal memoria, siendo entre todos los griegos los primeros de quienes se tenga noticia que usaron embestir de carrera para acometer al enemigo, y los primeros que osaron fijar los ojos en los uniformes del Medo y contemplar de cerca a los soldados que los vestían, pues hasta aquel tiempo sólo oír el nombre de ‘medos’ espantaba a los griegos”.
Con todo, la mejor descripción épica de las tensiones, los impulsos de última hora, los miedos y el pensamiento de los guerreros Atenienses en la llanura de Maratón, la realiza Javier Negrete en su libro: Salamina. Ed. Espasa, Madrid 2008.
En alguno de los muchos festivales veraniegos, se corrían carreras de este tipo y de hasta 5 km, pero pronto se suprimieron por el gusto de los espectadores de ver de continuo a “sus” atletas.